Último debate presidencial: ¿se moverá la aguja electoral?

En estas elecciones habrá muchos ciudadanos que sufragarán “contra” un candidato y que, por tanto, estarán votando por el mal menor. En el espectáculo televisivo de esta noche, esos ciudadanos no esperarán nuevas ofertas. Hoy el interés de los indecisos es optar por descarte y, por supuesto, estarán atentos a los titubeos, contradicciones, pero especialmente a los errores de los dos hombres que estarán en el podio esperando una pregunta insidiosa de cada periodista para dejarlos al descubierto delante de la audiencia.

 

Probablemente, el debate final que veremos esta noche, a través de todos los canales de televisión abierta, no tendrá el impacto que en su momento cambió el curso de las elecciones en Estados Unidos, cuando Kennedy logró impactar a 70 millones de televidentes y mostrar a un Nixon desconcertado y confundido, dejando atrás el favoritismo que mantenía por meses el candidato republicano.

De seguro este espectáculo televisivo –que tendrá como protagonistas principales a los periodistas designados por sus estaciones– será observado por más chilenos que lo que se acostumbra en estos eventos, confirmando el alto interés que ha despertado esta segunda vuelta en los ciudadanos. Aunque sea políticamente incorrecto mencionar la fuente, según la última encuesta publicada por Cadem, un 67% de las personas corrobora este dato.

Hace muchos años que no teníamos una contienda tan reñida –desde el duelo Lagos-Lavín–, pese a que hasta pocos meses se daba por descontado que Sebastián Piñera ganaría, incluso desde los partidos de Chile Vamos se proyectaba un aire de triunfalismo exacerbado en que no solo afirmaban que el ex Mandatario se coronaba en primera vuelta, sino que incluso circulaban los nombres que compondrían el próximo gabinete, intendentes y otros cargos. Lo que debe costar entender a cualquier observador extranjero es el hecho de que un candidato que obtuvo 14 puntos más que su competidor pueda estar empatado tres semanas después del 19 de noviembre. Existen sondeos –que circulan entre los comandos– que le dan una leve ventaja a uno y otro, sin embargo, están todos dentro del margen de error.

Pero además del equilibrio en los números, este balotaje ha estado marcado por una fuerte polarización ideológica, tono duro y beligerante que instaló una lógica que está haciendo recordar la contienda del Sí y el No de hace 29 años. Las denuncias y acusaciones mutuas, la participación activa del Gobierno, la campaña del terror impulsada por algún sector de empresarios y la derecha más tradicional –que sacó la voz gracias a José Antonio Kast–, transformaron el escenario electoral en estas pocas semanas. Incluso, creo que en momentos se ha pasado el límite, instalando un clima de división irreversible, que pone la pista muy pesada a cualquiera de los dos que resulte electo.

Y también han sorprendido los giros en los programas ofrecidos al país, los que han derribado las barreras de aquello que se decía antes –en la primera vuelta– y que se afirmaba como dogmas irrenunciables. Sin duda, lo más llamativo es el cambio radical de Piñera en el ámbito de la educación. La oposición a la gratuidad era un principio autoafirmativo ideológicamente por gran parte de la derecha. Hasta que llegó Ossandón y logró dar un golpe a la cátedra. La paradoja es que ahora Felipe Kast –el más cercano al centro– quedó como un disidente frente al tema.

Esta será una contienda que marcará un punto de quiebre en la política nacional y dejará muchas lecciones y aprendizaje para adelante. Los partidos más damnificados –DC, PPD, PRI y UDI– deberán reenfocarse, el Congreso se convertirá en un dolor de cabeza para el Ejecutivo, el Frente Amplio jugará sus cartas para no sufrir la suerte de Podemos en España. También tendremos que evaluar el efecto que puede haber tenido en los ciudadanos este ofertón de última hora por parte de Guillier y Piñera en la búsqueda desesperada de votos. El 17 de diciembre –probablemente tendremos que esperar hasta el último reporte del Servel– sabremos también cuánto pesaron los errores no forzados de ambos contendores, porque, si hay algo que ha caracterizado el período que se inició el 20 de noviembre, es la gran cantidad de tropiezos y autogoles de los presidenciables y sus equipos.

La denuncia de Piñera de votos marcados por Guillier y Sánchez se convirtió en un error de proporciones para el ex Presidente. Incluso la propia Jacqueline van Rysselberghe  salió a decir que fue inapropiado y que ella no avalaba “caballos cojos”. Piñera se demoró más de la cuenta en reconocer la imprudencia y además le dio en bandeja a Beatriz Sánchez la oportunidad de apoyar al representante de Fuerza de Mayoría. ¿No era más inteligente no haber mencionado el Frente Amplio en la acusación? Guillier, por su lado, parece que se entusiasmó en exceso buscando el voto del FA, usando una desafortunada frase sobre cómo recolectar más dinero para las arcas fiscales, además de sacar del baúl la recordada arenga del Che, “hasta la victoria siempre”.

Por tanto, es probable que estos errores ya hayan inclinado la balanza desde hace unos días para la gran mayoría de quienes concurrirán a votar el próximo domingo. Creo que Piñera sufrió más costos, no entre la derecha –que sumada a Kast llega a 44, el porcentaje histórico del sector– sino porque le dio un empujón a muchos del FA. Guillier, en cambio, refuerza su voto en la izquierda. Dudo que haya perdido a algún empresario que votara por él, pero puede haber puesto en riesgo algunos votos de ese centro que quedó tan alicaído en las elecciones pasadas. Sin embargo, el resultado es muy incierto.Y los lapsus y “metidas de pata” han seguido casi a diario. Piñera y su curiosa visión de la identidad sexual de los transgénicos –una realidad dramática que no está para comentarios livianos–; Guillier y las contradicciones con su jefe programático respecto de la duración que tendría la condonación de la deuda del CAE en el 40% más vulnerable. Esto, sumado al pronunciamiento de la Contraloría respecto de la eliminación de 30 mil pacientes de la lista de espera para poder “cumplir las metas” en el Gobierno del ex Presidente y las constantes apariciones de Bachelet junto a Guillier, que le han servido a la oposición para acusar intervencionismo, más aun cuando la Mandataria ya se acerca a los 40 puntos de aprobación.

Pero volvamos al debate. Aún existe un porcentaje menor de personas que están indecisas de ir a votar o no saben por quién optarán. No sabemos cuántos son, porque esta vez ninguna encuestadora se atrevió a realizar proyecciones, es decir, qué porcentaje del padrón electoral votará y menos quién ganará. Sabemos además que hay muchos ciudadanos que sufragarán  “contra” un candidato y que, por tanto, están votando por el mal menor.

Aunque los debates suelen no tener una correlación directa entre los que lo hacen mejor y el voto –la gente evaluó siempre muy bien la participación de Kast y ME-O en la primera vuelta–, esta vez puede ser gravitante para ese porcentaje de chilenos “dudosos”. Esos ciudadanos no esperarán nuevas ofertas, tampoco van a ver el debate para conocer esos programas. Hoy el interés de los indecisos es optar por descarte y, por supuesto, estarán atentos a los titubeos, contradicciones, pero especialmente a los errores de los dos hombres que estarán en el podio esperando una pregunta insidiosa de cada periodista para dejarlos al descubierto delante de la audiencia.

Esta última presentación debe haber sido planificada por ambos comandos para mostrar a un candidato sereno, medido y poco conflictivo, alejándose lo más posible de lo que en realidad hemos visto todos. Pero ya sabemos  lo fácil que es pisar el palito. Un error hoy por la noche puede ser fatal, pues que generará pauta mediática y comentarios en redes durante los pocos días que restan para la elección.

Veremos hoy si Guillier es capaz de mantener la puesta de escena más energizada que ha tenido en la segunda vuelta y Piñera no se descontrola como le pasó en las primarias frente a Ossandón.

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