2018: desde un optimismo desbordado, el espejismo del consenso y el conflicto inevitable

A partir de marzo, los estudiantes saldrán del letargo de los últimos dos años con toda seguridad –en su primer Gobierno Piñera tuvo 4 ministros de Educación, incluidos el destituido Harald Beyer y Felipe Bulnes, que duró 5 meses en el cargo antes de renunciar–; el grupo No + AFP volverá a la calle; la CUT posiblemente dejará la disciplina con que permaneció casi en silencio estos 4 años, apostando por la Reforma Laboral; en La Araucanía podrían seguir quemando camiones con una alta probabilidad de que el problema incluso aumente; los migrantes de Colombia, Haití y Venezuela continuarán llegando en masa; algunas empresas repetirán la colusión –terminamos el año con la querella del CDE contra los laboratorios– y los niños en situación irregular no disminuirán aunque el Sename cambie de nombre.

Un aire de repentino optimismo parece haber invadido a nuestro país. Enhorabuena. Lo cierto es que los chilenos necesitábamos sacudirnos de un segundo semestre de esos para olvidar, el que pareció juntar muchas variables y crear una sensación de frustración –incluida la eliminación del mundial que caló hondo en el espíritu y nos volvió a conectar con esa vivencia de un país más acostumbrado a las derrotas que a los triunfos– e inseguridad, que llegó a su clímax en el balotaje de hace solo unas semanas.

De hecho, al día siguiente de la elección, la gente se volcó a las calles a comprar desenfrenadamente, dejó de hablar de política, olvidando las duras palabras cruzadas por el Presidente electo y su rival, las acusaciones mutuas, Chilezuela y eso de meterles la mano en el bolsillo a los ricos –esa desafortunada frase de Guillier que, de seguro, fue clave para que en algunas comunas acomodadas la gente concurriera en masa a votar–.

Desde el 18 de diciembre en adelante, Chile parece haber entrado no solo en modo verano, sino también en una especie de burbuja o espejismo que nos permite soñar con que a partir de marzo vamos a vivir en un país distinto, con mejores cifras económicas, más empleo y menos inmigrantes, es decir, con Tiempos Mejores. Y, por supuesto, que eso es positivo. Todos queremos que a Chile le vaya bien, a todos nos conviene que le vaya bien, pero obviamente hoy estamos viviendo el efecto hipnótico creado por algunas señales que todavía tienen bastante de artificialidad. Con el riesgo de ser políticamente incorrecto y arruinar este ánimo positivo, voy a describir las variables que permiten entender por qué se configuró este cambio de escenario tan radical.

En primer lugar, al día siguiente del 17D, la Bolsa se disparó, alcanzando niveles históricos. Lo cierto es que al ciudadano común le debe costar comprender por qué de la noche a la mañana las acciones –que son una señal del valor de muchas empresas y de la proyección de corto y mediano plazo de sus inversiones– suben de manera tan importante. Pura especulación, no un milagro económico. También hubo declaraciones de inversionistas, banqueros y empresarios pronosticando que la situación económica y financiera de nuestro país se recuperaría de manera importante.

De hecho, se especula con la tasa de crecimiento que podemos lograr durante los dos primeros años del próximo Gobierno. Para fortuna del Presidente electo Sebastián Piñera, ya el FMI y el Banco Mundial habían proyectado, a mediados del año pasado, que el PIB en 2018 podía alcanzar entre 2.5% y 3% –el doble que en 2017– y en 2019 un 3.5%. Si a eso sumamos la fuerte alza del precio del cobre, hay que decir que la nueva administración parte con viento a favor, sin siquiera haber asumido.

El PC haciendo un desesperado llamado al PRO de ME-O y al FA para ser articuladores de lo que ellos a su vez interpretan por progresismo –¿alguien lo entiende luego del 55% de Piñera?– y, por supuesto, el Frente Amplio, que pese a ser uno de los grandes ganadores en la primera vuelta con un 20% de los electores y tener 21 parlamentarios, quedó muy golpeado por el rol que cumplieron en la segunda vuelta, afirmando la tesis que circulaba en el interior del conglomerado, respecto a que era mejor ser oposición a Piñera que a Guillier. Pero la gran duda que dejó el 17 de diciembre para este grupo es cómo entender también que cerca de un 25% de sus electores luego optaron por Piñera. Algo no calza.En segundo lugar, la futura oposición ha quedado en estado catatónico con posterioridad al duro golpe recibido. Por supuesto, en el caso de la DC y el PPD, acompañado incluso de huidas repentinas de militantes, renuncias de dirigentes y falta de capacidad de entender el desastre. Los radicales, sumidos en el desconcierto de haber promovido un candidato y dejarlo solo después a la hora de la derrota. Un PS viviendo la confusión de comprender a un país que a lo menos entiende el progresismo de otra forma y observar a Ricardo Lagos con una inocultable sonrisa irónica conversando con Piñera y homenajeado por el alcalde Alessandri (RN).

Por tanto, entre este desconcierto de la nueva oposición, Piñera ha tenido habilidad y comunicacionalmente ha proyectado la imagen de una nueva transición, y a él como un articulador de consensos, una suerte de Aylwin de esta época, para lo que ha hecho un llamado que parece traducirse como “tiempos mejores, pero por favor con pocos conflictos”. El problema es que estamos en una época muy distinta a la de los 90 y con un pequeño detalle: sin un sistema binominal que permitía que la “cocinería” funcionara de manera bastante exprés.

No dudo que Piñera ha aprendido más de lo que muchos creen respecto del Gobierno anterior. Ya lo describí en la columna de la semana pasada, sin embargo, a las buenas intenciones les seguirá la realidad luego de un par de meses de “luna de miel”, períodos cada vez más cortos, como lo ha experimentado PPK, Macron, Trump y otros presidentes que antes de 6 meses ya están en 30% o 35% de apoyo. Esta vez no tendrá 33 personas enterradas vivas que le permitan mantener la épica por varias semanas.

Lamentablemente, tampoco contará con mayoría en el Congreso para poder avanzar rápido en las leyes prioritarias y, de seguro, la oposición habrá salido del estado crepuscular y se habrá levantado ya pensando en cómo recuperar el poder –o conquistarlo en el caso del FA– y, como todos sabemos, ese es el combustible que más ha alimentado a la ex Concertación y ex Nueva Mayoría. Ojalá, eso sí, que sean capaces de repensar lo de fondo, analizar el Chile actual, cuál es el proyecto que pueden ofrecer y quiénes son los líderes que podrían encabezar una nueva propuesta. Pero lo que es un hecho es que tendremos dos bloques opositores, por lo que el oficialismo deberá hacer esfuerzos por negociar con uno y con otro, sin descartar que en un momento toda la oposición pueda actuar unida en una segunda versión –que demostró ser muy pobre estrategia– de “todos contra Piñera”.

En el frente interno, Piñera deberá tratar de mantener un equilibrio que no será fácil, entre una RN que esta vez es mayoría y que ya se autoproclamó “el partido de Gobierno”, como para refregarle a la UDI que no permitirán que ese partido –bastante dañado en las elecciones– se adueñe de Piñera. Evópoli, que tratará de imponer una agenda más liberal, pero deberá competir con un Ossandón que tiene impresa en la frente “candidato 2021”, y para qué decir del momento en que José Antonio Kast quiera cobrar su apoyo incondicional en segunda vuelta. Difícil será tener acuerdo en el tema de gratuidad –Felipe Kast ya advirtió que está en contra– o avanzar en el matrimonio igualitario, opción a la que el Mandatario electo se abrió en el balotaje.

Ojalá existiera este mismo ambiente que vivimos hoy, poselecciones, así como una visión país para enfrentar los grandes problemas a los que se prometieron soluciones en la campaña, pero la realidad política, lamentablemente, tiene otra lógica. Desde marzo, los estudiantes saldrán del letargo de los últimos dos años con toda seguridad –en su primer Gobierno Piñera tuvo 4 ministros de Educación, incluidos el destituido Harald Beyer y Felipe Bulnes, que duró 5 meses en el cargo antes de renunciar–; el grupo No + AFP volverá a la calle; la CUT posiblemente dejará la disciplina con que permaneció casi en silencio estos 4 años, apostando por la Reforma Laboral; en La Araucanía posiblemente seguirán quemando camiones con una alta probabilidad de que el problema incluso aumente; los migrantes de Colombia, Haití y Venezuela continuarán llegando en masa; algunas empresas repetirán la colusión –terminamos el año con la querella del CDE contra los laboratorios– y los niños en situación irregular no disminuirán aunque el Sename cambie de nombre.

Sebastián Piñera tiene por delante un desafió monumental, él lo sabe más que nadie. Es cierto que “en la previa” se ha movido bien, haciendo llamados a todos los sectores y tratando de imponer un sello personal –no de Chile Vamos– que le permita salir airoso de esta segunda oportunidad. Ojalá que esta vez tenga más habilidad política e inteligencia emocional que en 2010, mal que mal, todos queremos lo mejor para Chile.

Sea el primero en dejar un comentario

Denos su opinión

Tu dirección de correo no será publicada.