Bachelet, su gabinete y la cuadratura del círculo

El gabinete nombrado por Bachelet representa una verdadera cuadratura del círculo. Ella incorpora como ministros a miembros de todos los componentes de la Nueva Mayoría, en algunos casos dejando a un lado los nombres propuestos por los partidos, lo que representa una fuerte señal de oficialización del nuevo conglomerado, de la autonomía de la presidenta en la nominación de la gente de su mayor confianza y en un contexto de preservación de los equilibrios políticos.

Hace parte de su gobierno a quienes compitieron con ella en las primarias, incluido Andrés Velasco a través de un ministro cercano, e incorpora a un amplio número de independientes, jóvenes y mujeres, la mayor parte completamente desconocidos no sólo para la gran mayoría de los chilenos sino también para las elites políticas y los medios.

Por cierto, este gabinete tiene en su interior personeros de amplia y probada experiencia y calidad política y técnica, ex ministros, destacados parlamentarios, asesores que gobernaron ya con Bachelet, exponentes que jugaron roles relevantes en instituciones internacionales, los cuales, encabezados por la Presidenta electa, darán peso político y densidad al debate y a las decisiones que se adopten

Es de cualquier manera una arquitectura compleja, una nueva apuesta de la Presidenta, que ya en su primer gobierno intentó, en lo que denominó su “gobierno ciudadano”, con una amplísima presencia de género y de rostros que no pertenecían al elenco dirigencial de la transición, dar un audaz paso a la renovación, lo que en ese momento resultó sólo parcialmente y debió recurrir a gente de mayor experiencia y resonancia comunicacional.

Sin embargo, en aquel momento Bachelet gozaba de menor experiencia política, tenía menor liderazgo personal que hoy, era más indefinido su Programa y no tenía el fuerte sentido de cambio estructural y la internalización que el actual logró en la ciudadanía y, por tanto, ella y su gobierno eran más susceptibles a las presiones de los partidos de la coalición, al bloqueo opositor y a las encuestas posicionadas, en ese momento, con mayor prestigio y credibilidad.

Hoy, Bachelet tiene un amplio apoyo ciudadano y un fuerte poder sobre los partidos. Es ella la que ganó las elecciones presidenciales con un notable 62% de adhesión y sabe que puede dirigirse directamente a la ciudadanía y a los movimientos sociales si se intenta bloquear los cambios prometidos. Por tanto, su diseño de gobierno y los objetivos propuestos se condicen con la presencia en el gabinete, en puestos claves, de su círculo de mayor confianza, que responde, mucho más que a los partidos, a ella misma y es ella la que asume la responsabilidad directa de conducción en cada área.

Sabiéndose que el resultado electoral le permitiría a Bachelet actuar de acuerdo a sus profundas convicciones sobre la composición de su gabinete y de que ya en su integración ella daría señales nuevas en el contenido y en las formas, extraña que en los medios y en la elite política, bastante conservadora, causen sorpresa las decisiones de Bachelet sobre la composición de su gabinete y más de algún escondido malestar entre los partidos que tenían en mente, por cierto, otras ideas y otros nombres.

Por meses, con un cierto solapado cinismo, se dijo en los medios y en los círculos partidarios que era esperable que con Bachelet no gobernaran los mismos y que “nadie se repitiera el plato”. Pues bien, Bachelet nomina a un ministro del Interior, que se sale de los cánones tradicionales, es asimismo más joven y con menos carrera que sus antecesores en diversos gobiernos, y un equipo político joven, que deberá ahora probar en la acción de gobierno las indudables virtudes públicas que ya ha demostrado. No hay que olvidar que fue este equipo, encabezado por Rodrigo Peñailillo y el futuro ministro de Hacienda Alberto Arenas, el que dirigió la campaña presidencial en todas sus fases y la propia configuración del Programa y que, en todo ello, demostraron una enorme capacidad y talento político, vínculo con los partidos y capacidad de convocatoria a los actores sociales.

Sin embargo, pese a ello, hay en algunos círculos, aún antes de que el gobierno se instale, un clima de escepticismo, de nostalgia, de quienes han estado habituados a una política un poco más palaciega y donde muchos temas se han resuelto en las tertulias de los extendidos vínculos, familiares o personales, que muchos de los ministros de gobiernos anteriores mantenían.

Hay quienes, además, no sacan cuenta del paso de los años y siguen pensando en líderes, todos virtuosos, sólidos e inteligentísimos, que ya hicieron con éxito lo suyo, pero que difícilmente pueden expresar hoy el sentido de cambio prometido por Bachelet. Es claro, además, que a Rodrigo Peñailillo, símbolo del cambio etario en el gabinete Bachelet, no se le encontrará fácilmente en Cachagua o en Zapallar y deberán ser otras las sedes donde se dé con naturalidad, en este nuevo período, el diálogo.

Pero esto es natural. Una presencia de jóvenes y mujeres en el gabinete, que tienen por lo pronto 30 años menos que la mayor parte de los liderazgos que encabezaron la transición y las tareas posteriores, puede despertar inquietud básicamente porque son menos conocidos, pero todos ellos son personas con experiencia política, con formación académica, en algunos casos incluso más refinadas que en las generaciones anteriores, profesionales 3.0, que se han formado en los años de la democracia, resultados de ella, de sus logros, pero también de sus límites y frustraciones, y que tienen convicciones y adhesión profunda al cumplimiento del Programa transformador que han apoyado los chilenos al votar por Bachelet.

Hay que aplaudir más que refunfuñar a Bachelet por el coraje que tiene al designar en su gabinete a figuras jóvenes, pudiendo haber sido bastante más cómodo, para ella, nominar a políticos consolidados que la blindaran. El cambio generacional y de género es revolucionario y es parte de las transformaciones que se avizoran con Bachelet. El país, las elites, los medios, deben asumirlo como un nuevo dato de la realidad.

Siendo el recambio generacional algo necesario y positivo en la política chilena, por sí solo no basta para resolver el tema del mejoramiento de la calidad de la política. Se puede ser joven y mantener el maquinismo, el amiguismo, las viejas cofradías de poder y, al final, practicar los mismos y otros vicios enquistados en la política.

Se requiere que esta generación, que ha ganado meritoriamente, en terreno y en las ideas, la asunción de grandes responsabilidades en el gabinete, demuestre su propia capacidad de gobernar, erradique prácticas negativas que han alejado a una parte sustantiva de la población de la política y en general han creado un clima de desconfianza hacia los partidos y las instituciones.

Se ha criticado, por diversas voces, el secretismo. Mantener el resguardo de la iniciativa es útil para instalar y conducir una campaña, pero ya no para gobernar.

Vivimos en una sociedad de las comunicaciones digitales, y la política, para que sea creíble, debe ser hecha con total transparencia, debe estimular el debate, el surgimiento de ideas que se confrontan, las opiniones propias de las autoridades, lo que es esencial para la gran tarea cultural que un gobierno progresista debe asumir, como es la repolitización de la sociedad.

La relación del gabinete con la institucionalidad de los partidos de la coalición de gobierno, pero también con las nuevas fuerzas que surgen desde lo que será la oposición y con ella misma, debe ser permanente, respetuosa, alejada de la altanería, dispuesta a escuchar razones y a impulsar las propias con la mayor decisión.

Ni el Parlamento ni los partidos son buzones del gobierno y un buen gobierno debe trabajar el cumplimiento de su Programa, de una parte, creando el mayor apoyo político parlamentario, y este tiene mayoría en ambas cámaras y puede ir aún más allá en muchas iniciativas que hoy logran mayor transversalidad y, de otra parte, dialogando y generando los mecanismos de participación de la sociedad y de los movimientos sociales que son claves para promover las transformaciones planteadas.

Si esto ocurre, con una Presidenta que tiene un liderazgo político tan potente y empático como Michelle Bachelet, con un Programa claro y que reúne amplio acuerdo, para lograr un Chile más igualitario y más democrático, este gobierno de cambio generacional y de género, tendrá éxito. Es un gran desafío que no estará exento de dificultades, pero tal vez nunca como hoy hay mejores condiciones políticas para producir cambios de fondo en la realidad del país.

Por Antonio Leal
Ex presidente de la Cámara de Diputados

Fuente: www.elmostrador.cl

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