Mientras muchos chilenos se están preparando para salir de vacaciones en las próximas semanas, o al menos poder moderar un poco su ritmo de trabajo, para la clase política el primer mes de este 2017 será agitado.
Y es que con el comienzo del nuevo año se inicia también la cuenta regresiva para las elecciones presidenciales de noviembre.
Poco importa que el porcentaje de gente que no vota se encarame sobre el 65 por ciento y que la imagen de los partidos políticos tradicionales esté por el suelo. Como no existe un quórum mínimo, la democracia representativa funciona igual con o sin participación, al menos en el corto y mediano plazo.
Lo curioso es que pese a la “Revolución de los Pingüinos” de 2006, el levantamiento estudiantil de 2011, la llegada al Congreso y a las alcaldías de representantes de los movimientos sociales, del hastío de muchos chilenos con un modelo económico que sistemáticamente favorece a los más ricos y poderosos, de la frustración y rabia que se acumula por los abusos de los grandes empresarios, las presidenciales de fines de este año presentan hasta ahora una parrilla de candidatos que, en su gran mayoría, representan justamente ese sistema.
En otras palabras, en los comicios de noviembre se presentarán hombres (sí, hombres, porque hasta ahora no hay ninguna mujer en esa lista) que representan el status quo, apoyados por los partidos de siempre.
Para ese pequeño mundo del poder político, que probablemente termine gobernando una vez más este país, el mes de enero puede marcar su futuro. Basta con revisar el calendario para darse cuenta de lo que está en juego para ellos en los próximos 30 días, en especial para los representantes de la oficialista Nueva Mayoría.
El 7 de enero el Partido Radical Socialdemócrata (PRSD) proclamará a Alejandro Guillier, el ex periodista y senador independiente por Antofagasta, como su candidato presidencial.
El 11 de enero la Democracia Cristiana tendrá elecciones para renovar la directiva que encabeza Carolina Goic, la senadora por Magallanes que alberga sus propias aspiraciones presidenciales.
El 14 de enero el Partido por la Democracia anunciará que el ex Presidente Ricardo Lagos será su carta con miras a las votaciones de noviembre.
Y el 21 de enero se reunirá el pleno del Comité Central del Partido Socialista para decidir cómo, cuándo y cómo escogerán a su abanderado. Todo indica que el laguismo se está jugando todas sus cartas para forzar al PS a aceptar su candidatura sin primarias partidistas. Después de todo, hace unas semanas ese sector logró fácilmente bajar a la senadora Isabel Allende.
A estas alturas parece bastante claro que la aplanadora política del laguismo puede lograr la proclamación del ex mandatario sin pasar por las urnas. Tanto la candidatura de Fernando Atria como la de José Miguel Insulza parecen ser testimoniales y, ciertamente, no convocan un sentimiento histórico dentro de ese partido. Un partido, dicho sea de paso, que cada vez más se parece a una máquina clientelística que busca copar espacios de poder en el Estado en vez de ofrecer una alternativa ideológica al actual modelo socio-económico de Chile. Una suerte de mini PRI mexicano, versión criolla. Es más, no sería extraño que Insulza sea, en el fondo, un palo blanco del laguismo dentro del PS.
También está claro que el PRSD está feliz con Guillier. Habría que remontarse a los años 40 para encontrar un nombre del radicalismo que lograra reunir tanto entusiasmo en las filas partidistas y adhesión ciudadana en las encuestas. Es probable que los radicales, envalentonados con este nuevo novio, empujen por ir a las primarias internas de la Nueva Mayoría de julio de este año. Sin embargo, los radicales tienen un dudoso historial de fidelidad, y si les presentan opciones más atractivas (como, por ejemplo, unos cuantos cupos a diputados o senadores adicionales a los que ya tienen, así como un par de ministerios más sobre el promedio del último medio siglo) son capaces de cambiar de novio.
Más compleja es la situación de la DC. El partido que en 1964 llegó al poder creyendo que iba a gobernar a Chile por 30 años, se ha convertido en el hermano menor de la alianza de centro-izquierda. En 1993 obtuvo 27 por ciento de la votación en las elecciones por diputados. En 2013 ese partido había bajado a poco más de 15 por ciento. Y a nivel presidencial no ha tenido candidatos medianamente competitivos desde la precandidatura de Soledad Alvear en 2005. El fiasco de Claudio Orrego en las primarias de la Nueva Mayoría en 2013, donde muchos de sus propios correligionarios le dieron la espalda para votar por Bachelet, fue tal vez el punto más bajo.
Ahora algunos en la DC quieren repetir esa experiencia, levantando la candidatura de Goic, mientras que los círculos más derechistas de ese partido –apoyados por el diario El Mercurio- buscan dar vida a las aspiraciones de Mariana Aylwin. Algunos demócrata cristianos, entre ellos viejos zorros como Andrés Zaldívar o figuras nuevas como Fuad Chahín, han entendido que estos no son los tiempos de la “patria joven” y el camino propio. Pero otros, en especial los llamados “príncipes”, creen que es posible levantar una candidatura DC que le compita a Lagos y Guillier. Más allá de los anhelos y las ilusiones propias que todo ser humano tiene, es probable que, cual radicales, esos sectores DC simplemente busquen obtener ciertas ventajas políticas a cambio de “bajar” su candidatura.
¿Y qué pasa en la derecha? La última encuesta Cerc-Mori mostró que el ex Presidente Sebastián Piñera, hasta ahora el líder en los sondeos, podría ser derrotado por el senador Guillier. Además, Piñera está perdiendo el fuero comunicacional de facto del cual ha gozado en los medios de prensa tradicionales que, lenta y tímidamente, comienzan a cuestionar sus prácticas empresariales que, desde siempre, han navegado al filo de la ilegalidad. Piñera y la derecha no están acostumbrados a ser cuestionados, sino más bien al revés: durante dos o tres décadas fueron celebrados como campeones por lograr amasar fortunas gigantes cuyo origen, sólo ahora, está siendo cuestionado.
Así, comienzan a aparecer las primeras grietas en el muro cerrado que se había construido en torno a Piñera. En los últimos días el entorno del ex jefe de Estado comenzó a hablar del “costo familiar” que significa llevar adelante una candidatura presidencial, de las “prioridades familiares” de este político, lo que constituye una clara señal de que Piñera siente que los vientos políticos comienzan a soplar en su contra.
Y es que una ley universal no escrita de la política es que cuando un político comienza a hablar de su familia es porque se presenta a candidato o porque se baja de candidato. Por ejemplo, Piñera y Guido Girardi, el poderoso senador del PPD, anunciaron en su momento querer retirarse de la política después de vivir momentos personales traumáticos –el supuesto secuestro de un hijo y un grave accidente automovilístico, respectivamente- para después de unas semanas volver al ruedo.
El otro candidato de la derecha con ciertas posibilidades electorales es el senador Manuel José Ossandón. El popular ex alcalde de Puente Alto representa, al igual que los otros candidatos presidenciales, un Chile del pasado. Educado como técnico agrícola en el Inacap con el fin de hacerse cargo de los campos de su familia en la zona central del país, este padre ultra-católico de nueve hijos representa de alguna manera lo mejor y lo peor del antiguo Partido Conservador. Se trata, en esencia, del patrón de fundo benévolo.
¿Existen más candidatos presidenciales? Sin lugar a dudas. Marco Enríquez-Ominami, el líder del Partido Progresista, anunció que se presentará por tercera vez. MEO está acorralado por acusaciones sobre financiamiento ilegal de sus campañas presidenciales anteriores, aunque no haya hecho nada más grave (más bien, bastante menos grave) que otros políticos. Pero para muchos chilenos cae en el mismo saco que todos los demás.
Y también está el candidato del reciente Frente Amplio. ¿Quién es? Nadie lo sabe aún. ¿Quién será? Nadie lo sabe aún. Será, probablemente, una candidatura testimonial para testear las aguas.
Y así las cosas, Ricardo Lagos –con su mísero 6 a 8 por ciento de apoyo en las encuestas- está más cerca de la presidencia y de repetirse el plato que varios de sus contrincantes.
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