Lagos y Piñera, el sin rumbo de los expresidentes

Mientras Piñera trata de convencer sobre su inocencia en el caso Exalmar, Lagos modifica estrategias para subir en las encuestas. A meses de la elección, los dos expresidentes podrían ver sucumbir sus aspiraciones presidenciales, sin embargo, pelearán voto a voto el apoyo del empresariado, único sector del país que los puede devolver a la casa de gobierno.

Nada parece salvarlos. Los expresidentes andan a los tumbos, y no por la edad o la carga política que han debido soportar: mientras Ricardo Lagos se pelea con las encuestas, Sebastián Piñera acusa a sus oponentes de levantar una campaña en su contra, arremetida judicial que llega al alma del empresario y lo enfrenta cara a cara con sus dos rostros.

Un Piñera debe morir”, ¿cuál?, es la pregunta que sucede a la columna de opinión en la que se plantea la dualidad del más seguro candidato de Chile Vamos. Y mientras su esposa, Cecila Morel, trabaja en el lanzamiento de la campaña presidencial agendada para la semana del veinte de marzo, el ex presidente se encierra en su círculo de colaboradores para definir cómo matar al empresario, al menos simbólicamente, para que la ciudadanía le dé el voto de confianza que le permita asirse nuevamente de la banda presidencial.

Nada de esto estaba en sus planes. Eso es seguro. Dotado de una confianza sin límites y un envanecimiento capaz de mover montañas, Piñera preparaba marzo como quien prepara un matrimonio. Ningún detalle se podía escapar al momento en que le dijera al país que él estaba disponible para salvarnos.

Las dos almas de Sebastián

Desde el día que abandonó el palacio de gobierno, trabajó para ser el próximo presidente. No descansó ni un minuto: creó una fundación, trabajó con ex ministros, se alejó de los partidos al ver cuán mal evaluados estaban, y –en la emergencia- constituyó un gobierno paralelo para hacerle frente a Michelle Bachelet y ahondar en las críticas ciudadanas contra su mandato.

Sebastián Piñera gozaba de buena salud: los escándalos políticos le pasaban por el lado, las pataletas de Manuel José Ossandón tampoco le hacían daño, y la falta de relato político de su sector parecía no afectarle. Todo estaba bajo control. Para mejor, los números hacían presagiar que sin problema se convertiría nuevamente en el presidente.

Pero Perú inquietó las aguas. Y contrario a lo que pasó durante su mandato, cuando el juicio en La Haya fortaleció su postura política, los negocios le jugaron una mala pasada. Investigado por la compra de acciones en la pesquera peruana Exalmar, y ahora por su participación en el diseño del cuestionado proyecto minero Dominga, Piñera se convirtió en su propio enemigo. A meses de la elección, el empresario le propinó una estocada al político, golpe cuyas consecuencias aún no se pueden evaluar.

Su hijo, Sebastián Piñera Morel, aparece en el centro de las operaciones de los negocios de su padre. La estrategia del “nada sabía” ya le costó el gobierno a Michelle Bachelet cuando se declaró sorprendida por los negocios de  Sebastián Dávalos y Caval, ¿qué apostará la carta de Chile Vamos para no sucumbir antes de ser electo?, eso está por verse.

Lagos contra Lagos

Con un partido político al borde de la extinción, Ricardo Lagos está tan enfermo como el PPD. El expresidente no logra convencer en las encuestas, la gente no lo quiere, y la figura de Alejandro Guillier aterra a su círculo cercano.

Su carrera política no levanta. El pasado le juega en contra: Transantiago, rebaja en las sanciones a la corrupción, maquillaje a la Constitución de Pinochet, concesiones viales e inicio de la millonaria deuda en salud, son parte de las políticas que impulsó durante su gobierno y que hoy lo tienen al borde del fin de su carrera pública.

A sus 79 años, el abogado sabe que ésta es su última oportunidad, por ello no escatima en estrategias para ganar adeptos, más cuando sabe que de no alcanzar con la meta impuesta por el Servel, su partido podría estar condenado a la desaparición y, con eso, su aventura presidencial amarrada únicamente a la voluntad de un socialismo que coquetea sin vergüenza con la historia concertacionista que él representa, y con la renovada imagen sin partido que quiere mostrar Alejandro Guillier.

Su proyecto incluye cambio de maquillaje. Lagos olvidó el tono arrogante con el que desafió a todo quien se interpusiera en sus objetivos, hoy parece más encantado con la idea de encarnar a un viejito bonachón, un abuelito que con promesas de “más democracia”, quiere volver a atrapar el electorado que perdió.

Pese al complejo escenario político que enfrenta, el candidato intenta convertirse en el nombre de la Nueva Mayoría, tal vez porque sabe que los empresarios están con él, apoyo suficiente en un país gobernado por las clases económicas.

Así, en el sin rumbo de la aventura presidencial, los expresidentes pelearán palmo a palmo quién se quedará con los votos del empresariado, único camino que los puede salvar de la debacle, o al menos, el sector del país que los puede volver a sentar en La Moneda, a costa de una ciudadanía que si no se compromete verá como nuevamente unos pocos eligen el gobierno de todos los chilenos.

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