Por Patricio López, Director Radio U de Chile
En estas horas de alzamiento ciudadano, se han (mal) juzgado las acciones y declaraciones del Ejecutivo como testarudas, intransigentes e incluso irresponsables (especialmente aquella de “estamos en guerra” del Presidente Piñera). Pero es ilógico que el Gobierno quiera actuar contra sí mismo, por lo que se hace necesario identificar una racionalidad para esta posición determinada y unívoca de los altos funcionarios del Gobierno, quienes, desde la explosión ciudadana de la semana pasada, han persistido en “apagar el fuego con bencina”.
La frase anterior, lugar común y por lo mismo de eficiencia descriptiva, es pertinente para esta pulsión de La Moneda de doblar una y otra vez la apuesta, lo cual ha provocado que en estos días se altere la velocidad del tiempo y los acontecimientos políticos y sociales transcurran con especial rapidez.
Lo hemos dicho y cada hora aparece más claro: el miedo que hoy padece un sector de la población no es obra de la casualidad, sino de un diseño de manual que lleva a las personas a querer renunciar a sus propios derechos y garantías, a cambio de que un endurecido poder central las saque del desasosiego. Y es exactamente lo que se ha pretendido hacer en este caso. El estado de excepción, la presencia de militares en las calles, los toques de queda, las quemas de micros y del Metro, los saqueos sospechosamente sin resistencia, la declaración de guerra del Presidente y la afirmación del ministro Chadwick de que hay “un ataque directo a la cadena alimenticia”, sucesivamente, van en la línea de construir un escenario que, subjetivamente, le empieza a quitar a la gente lo más básico: tranquilidad, desplazamiento y comida.
Esta forma de manipulación y control social fue consignada en el libro “La Doctrina del Shock” (2007) de la investigadora canadiense Naomi Klein. En ese texto la autora identifica el modo en que, frente a catástrofes sociales o de la naturaleza, el Poder despliega un dispositivo para diseminar el miedo en la población y que renuncie a sus libertades. Es decir, el mismo patrón de cuyo ejemplo forma parte el párrafo anterior, o sea, la movilización chilena actual. Esta política no se efectúa en el aire, sino al servicio de políticas económicas neoliberales, como las que ahora han sido cuestionadas por la insurrección ciudadana.
En este diseño juegan un rol fundamental los grandes medios de comunicación, afines a los mismos intereses de la doctrina del Shock, cuya línea editorial pone en el centro las noticias que atemorizan a la ciudadanía. En circunstancias normales, el miedo transformado en un dispositivo político-mediático invita a encerrarse, poner candados, tener las rejas electrificadas y mejor aún un arma de fuego en el velador, porque en cualquier momento los delincuentes podrían venir por nosotros. Como ahora lo piensan los Chalecos Amarillos.
En las últimas horas el escenario ha evolucionado hacia la represión policial-militar contra personas desarmadas. No es tan, tan distinto a las protestas del pavoroso año 1983, cuando la Dictadura impuso la política de las balas al azar para demostrar que cualquiera, independientemente de lo que estuviera haciendo, podría perder la vida. Los inaceptables acontecimientos de hoy no pueden ser imputados al lumpen ni al vandalismo.
En medio de tanto asombro y de la evolución vertiginosa de los acontecimientos, no habría que caer en el error de pensar que detrás de los supuestos exabruptos no hay un diseño. Lo hay. Es el miedo.