A la historia le suelen gustar los grandes titulares: habrá un reconocimiento a la juventud chilena que se levantó contra un sistema de enormes desigualdades. Por encima de lecturas distintas, creo que en esto coincidirán los historiadores del futuro. Ojalá coincidan también en reconocer que las penas del 18-O se compensaron con un pacto social, con una carta constitucional que acercó a todos los chilenos. Pero esto último es un futuro que aún hay que conquistarlo.
“Yo no busqué esta historia, esta historia me buscó a mí”, dice el periodista Rafael Otano, de 82 años, mientras abre una a una las ventanas de su departamento en Plaza Baquedano, el epicentro del estallido social. Desde ahí se divisa uno de los escenarios más bravos y ocultos de las manifestaciones: el cruce de las calles Ramón Corvalán con Carabineros de Chile.
Una de esas agitadas tardes de noviembre de ese año, el exeditor de la desaparecida revista Apsi salió a la calle a mirar de cerca las protestas, pero rápidamente el gas de una lacrimógena que llegó cerca suyo lo tumbó al suelo, debiendo ser socorrido por un grupo de voluntarios que lo acompañaron a su edificio. Pese a estar en un piso 11, un fin de semana un proyectil golpeó su ventana, cuenta el académico, mostrando el impacto en el doble vidrio.
-¿Cómo recuerda los enfrentamientos manifestantes-carabineros vistos desde su ventana?
-Me evocaban las luchas de españoles y mapuches: unos con armas de fuego y otros con armas arrojadizas. Vi desde mi ventana el tesón de los jóvenes lanzando tormentas de piedras contra sus adversarios. Al día siguiente, el campo de batalla estaba increíblemente repleto de piedras, que eran muy temprano recogidas por los servicios de limpieza de la municipalidad.
-¿Para usted, qué fue el estallido?
-Podemos conocer su materialidad, pero las preguntas más decisivas creo que no han tenido suficiente respuesta. Ante todo, el quién. La estrategia de la autoconvocatoria fue eficaz: nadie convoca formalmente, nadie tiene que dar cuentas a nadie, nadie representa exactamente a nadie. Si quieren saber algo de este cuento, dicen, reseteen sus neuronas, lean nuestros grafitis y redes sociales. Pero nada es tan simple. El barrio quedó roto y las pymes han sido las mayores víctimas: la peluquera, la costurera, el quiosquero, las trabajadoras del pequeño restaurante o de la lavandería…
-¿Cuáles cree que son las raíces del estallido social?
-Creo que la crisis actual deriva de la promesa incumplida de la democracia tras 1990. La dictadura y su modelo económico eran el testimonio de la injusticia y de la exclusión de la gran masa ciudadana respecto del ámbito público. Mucha gente pensaba que la democracia venía para transformar esa distorsión. Pero las cosas no ocurrieron así. Un ejemplo: al día siguiente del triunfo plebiscitario del No de 1988 fueron cerradas precisamente las casas del No. Aquellas sedes, dispersas por todo el país, donde habían participado con entusiasmo viejos y jóvenes, mujeres y hombres, pobladores, profesionales, artistas… fueron selladas por un simple acto de omisión. En esa oportunidad escribí sobre este triste momento: “Se clausuraba un espacio que, con ilusión multitudinaria y anónima, se había conquistado contra la dictadura y contra el miedo. Ahí quedó decretada una transición para la gente, pero evitando a la gente”.
-Pero vino la democracia…
-Sí, es cierto, tuvimos partidos, elecciones, leyes nacidas del Parlamento… Pero fue una democracia tutelada, con un Estado minimizado, con unas Fuerzas Armadas autonomizadas y una clase alta empresarial a quien se le permitió ser casi omnipotente. Y, sobre todo, con una Constitución hecha por el dictador a su medida. Se terminaron los días más feos del autoritarismo, pero la promesa de la democracia, tal como era esperada, no se cumplió. Recuerdo que el año 93 hice una entrevista colectiva a un grupo de mujeres pobladoras líderes de la zona sur de Santiago. Estaban enojadas. Durante el gobierno de Pinochet las circunstancias las habían hecho valiosas como luchadoras en el ámbito público, y ahora, al llegar la democracia, los políticos, sus políticos, las trataban de nuevo como a amas de casa, las devolvían a lo privado-doméstico.
-¿Cómo ve las consecuencias del 18-O?
-El estallido para cualquier chileno, de derecha, centro o izquierda, ha sido un revolcón que ha cambiado la física y química del país, pero yo soy un poco escéptico respecto de sus resultados. Por supuesto que este momento ha sido crucial. El que haya sido canalizado política e institucionalmente a través de la Convención Constitucional lo hace mucho más relevante. Pero ha habido otros hitos políticos que parecieron marcar un antes y un después en el siglo XX chileno. Fueron hitos que auguraban una y otra vez sacar al país del subdesarrollo. La patria joven de Frei Montalva, el socialismo a la chilena de Allende, la patria justa y buena de Aylwin, la palabra de mujer de Michelle Bachelet concitaron expectativas que condujeron, a la larga, hacia algún tipo de desengaño. Los constituyentes tienen que aprender de estas decepciones. Están llamados al ejercicio casi alquímico de convertir el material de los sueños en una sustancia política viable.
-¿Qué expresiones de las protestas le llamaron más la atención?
-Los grafitis y los murales urbanos. El barrio tenía cierta tradición de grafiteros, pero con el 18-O hubo una descarga de muros pintados, escritos, impresos… Como literatura no tienen quizá mucha creatividad: no son Mayo del 68. Pero documentalmente sirven como recordatorio de los desahogos y obsesiones de esos meses gravitantes. Sus contenidos no van tanto por las chispas del humor como por los eslóganes de la furia. Furia contra Piñera y, sobre todo, contra Carabineros. Respecto de los murales, resultan especialmente interesantes los expuestos en lo que se puede llamar ‘capilla sixtina’ del estallido. La informal exposición duró unos meses en el interior más externo del GAM. Ahí se pudo observar una estética del viejo catolicismo preconciliar con auréolas, corazones de fuego, coronas de espinas… Como objetos de un cierto culto aparecen Matías Catrileo, Gladys Marín, Pedro Lemebel o Mon Laferte, en una mezcla interesante entre lo sagrado y lo profano.
-¿Cómo ve la política en los años que vienen?
-Creo que lo más importante es que entran nuevos actores a la escena. Aparecen con fuerza los pueblos originarios, las mujeres, los inmigrantes, las minorías sexuales; además, los diversos colectivos de discapacitados que buscan un lugar especial en las políticas del Estado. Estas voces perdidas vuelven con muchas cosas que decir. En cuanto a los actores tradicionales, como los grandes empresarios, las iglesias, la banca…, es claro que han adoptado una actitud de repliegue, a la cual está siguiendo seguramente una reformulación hacia adentro, para concluir en un reposicionamiento en los nuevos escenarios emergentes. No sabemos cómo están funcionando sus alambiques, pero lo cierto es que sus cerebros deben estar en marcha y en algunos de ellos estarán naciendo luces e ideas a la altura de esta historia.
-¿Ve hoy una renovación de la política tras el estallido?
-La renovación de la política se da en varios tableros a la vez. Está el tablero generacional, el de la ciencia y tecnología, el de la ecología, el del urbanismo, el de la salud-educación como complejo indesmontable, el de la diversidad humana. Nada es unidimensional o monotemático. La inteligencia actual necesita la disciplina de la pluralidad. Nuestro planeta está plagado de un exceso de certezas. O somos abiertos y sabemos dialogar o la complejidad del mundo y de la sociedad nos devorará.
-¿Cómo cree que se inserta este segundo aniversario del 18-O en el actual momento político?
-En estas semanas se han desatado varios fantasmas al mismo tiempo: unas elecciones impredecibles, un interregno político que a todos nos tiene nerviosos. Para más, los Pandora Papers, la acusación constitucional, el debate del cuarto retiro. El 18-0 nos desafía, en este contexto, con la perspectiva de unos meses de funámbulos. Creo que llegaremos a la otra orilla más sanos y más salvos. Pero la tarea será difícil.
-¿Cómo piensa que recordará la historia el 18-O?
-A la historia le suelen gustar los grandes titulares: habrá un reconocimiento a la juventud chilena que se levantó contra un sistema de enormes desigualdades. Por encima de lecturas distintas, creo que en esto coincidirán los historiadores del futuro. Ojalá coincidan también en reconocer que las penas del 18-O se compensaron con un pacto social, con una carta constitucional que acercó a todos los chilenos. Pero esto último es un futuro que aún hay que conquistarlo.
Fuente: La Tercera