Quién es quién: desgranando el choclo presidencial

A juzgar por quienes pretenden ser candidatos presidenciales en 2017, Chile seguirá siendo el mismo país ad aeternum. La diferencia de otras elecciones es que ahora existe al menos una docena de candidatos que piensa que pueden capitalizar el malestar, pese a ser casi todos ellos representantes y ganadores del ahora tan cuestionado “modelo chileno”.

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Aunque todos los ojos de los partidos políticos están puestos sobre la próxima elección municipal, lo cierto es que ello sólo se debe a que esa competencia es vista por el mundo político como el ensayo general para definir las posiciones de arranque para la carrera presidencial de 2017.

El desprestigio de los partidos, de los políticos y el desencanto ciudadano con el modelo económico y social chileno en general no afecta mucho este panorama. Después de todo, importa bastante poco si vota un 70 o un 10 por ciento de la población. Nuestra democracia no exige quórums.

A nadie le debería extrañar si la participación electoral en las municipales de este año y las presidenciales del próximo sea históricamente baja. Y ello no sólo se relaciona a los bullados escándalos de financiamiento irregular de la política que involucran a empresas como Penta, Soquimich, compañías pesqueras y casi todos los grandes conglomerados del país con un abultado número de congresistas de casi todos los colores. Tampoco a los numerosos hechos que muestran que en Chile estamos frente a una nueva “fronda aristocrática” en la que toda la elite –sea del mundo privado o estatal, sea de derecha o de la supuesta izquierda– es parte de un festín al que sólo tienen acceso ellos mismos. Basta con pensar en la nuera e hijo de Bachelet, en la pensión millonaria de la esposa de Osvaldo Andrade, o en los derechos de bienestar social del que gozan las fuerzas armadas.

Todos estos casos vinieron a demostrar algo que muchos ciudadanos intuían, pero que se vino a cristalizar con mayor nitidez recién en marzo de 2010, cuando por primera vez en más de 50 años asumió un gobierno de derecha democráticamente elegido. Más allá de ciertas tonalidades y frases para el bronce (el “sueldo reguleque”, la educación como “bien de consumo”), lo cierto es que la administración de Sebastián Piñera vino a mostrar que, en realidad, no existía una gran diferencia entre la Concertación y la derecha. Sí, ciertamente, el pasado dictatorial los dividía. Pero no el presente de los 20 años anteriores.

Muchos se dieron cuenta que el país ideado por la dictadura, sus ideólogos y tecnócratas estuvo vivo todo este tiempo y aún lo está. Somos un país en que el individualismo económico y social se ha vuelto ley, es más, está consagrado en la Constitución. En Chile cada uno se rasca con sus propias uñas. Si uno quiere una educación un poco mejor para sus hijos hay que pagar; si uno quiere una salud un poco mejor, hay que pagar; si uno quiere una pensión un poco mejor, hay que pagar. Hay que pagar para nacer bien, y también para morir y descansar en paz mejor (el mercado de la sepultura se ha convertido en una suerte de industria del retail donde uno puede hoy en día comprar su ataúd a 20 o 30 años plazo). Para viajar por las carreteras y recorrer el país, también hay que pagar, y no poco. De Algarrobo a Santiago, un trayecto de menos de 120 kilómetros, hay nada menos que tres peajes.

A juzgar por quienes pretenden ser candidatos presidenciales en 2017, este país seguirá siendo el mismo ad aeternum. La diferencia con otras elecciones es que, en apariencia, ahora existe al menos una docena de candidatos que piensa que pueden capitalizar el malestar, pese a ser casi todos ellos representantes más o menos fieles –y también ganadores– de nuestro peculiar modelo criollo.

Por el lado de la derecha están corriendo al menos cinco personajes.

El principal es el ex Presidente Piñera. A pesar de que al menos seis ex colaboradores de su gobierno están formalizados o siendo investigados por cohecho o corrupción durante su cuatrienio, Piñera hace oídos sordos. Lo mismo ocurre ahora con el caso de LAN en Argentina, donde se le acusa a la empresa chilena de sobornar a funcionarios de ese país para obtener ciertos beneficios. El hecho de que Piñera mintiera o dijera que no se acordaba de haber sostenido reuniones con altos funcionarios de Buenos Aires cuando era director y uno de los mayores accionistas de la aerolínea, poco parece importar. Piñera es como “Don Teflón”, el seudónimo que la prensa amarilla de Nueva York le dio en los años a John Gotti, el gánster a cargo de la familia mafiosa Gambino. Nunca lo pillan aunque todos saben que opera al filo de la ley. De hecho, Sebastián Piñera está en la ilustre lista de los hombres de negocios más multados por la Superintendencia de Valores y seguros desde comienzos de los años 80.

Su gran contrincante es Manuel José Ossandón Irarrázaval, el popular ex alcalde de Puente Alto y actual senador, quien hace unas semanas renunció a Renovación Nacional para tener la libertad de presentarse a la primera vuelta presidencial sin tener que pasar por una hipotética primaria en la derecha que probablemente perdería frente a Piñera. Ambicioso, ultra-católico, padre de ocho hijos y titular de un apellido salido de la más rancia oligarquía del siglo 19, Ossandón tiene a su favor dos cosas: una billetera tan abultada que le permite pedir pocos favores a los grandes empresarios y el apetito político para demoler a Piñera. Así, pretende repetir el mismo libreto que Piñera aplicó en 2005, es decir, desafiar al líder (entonces era Joaquín Lavín), para pasar a segunda vuelta y cimentar así su verdadero objetivo: ganar las presidenciales en 2021.

A estos dos pesos pesados de la derecha se le suman hombres (sí, todos hombres) que creen que puede haber llegado su momento o que, al postularse, pretenden obtener beneficios políticos a cambio de bajar sus candidaturas. Los principales son el ex alcalde de Las Condes, Francisco de la Maza, quien decidió al estilo del “dedazo mexicano” que Lavín sea su sucesor en esa comuna mientras él se lanza a la carrera mayor. Su problema, claro, es que excepto los residentes del sector oriente de Santiago y las personas muy informadas, casi nadie sabe quién es este personaje.

Una mezcla entre Ossandón y De la Maza lo constituye el diputado José Antonio Kast. Ex presidente de la UDI, Kast anunció hace unas semanas su renuncia al partido fundado por Jaime Guzmán para apostar por las presidenciales. Pero, como el alcalde de Las Condes, Kast parece no haberse dado cuenta que su antiguo partido es uno de los más golpeados por los escándalos de financiamiento irregular. De hecho, el caso Penta y de las pesqueras ha derrumbado a dos de los líderes históricos del gremialismo: Jovino Novoa y Pablo Longueira.

Así, las cosas, en la derecha cunde la sensación de que cualquier podría ser candidato, lo que hace unos días llevó a Raúl Alcaíno, ex alcalde de Santiago, ex figura televisiva y empresario de la basura (una de las industrias más corruptas del país) a dejar entrever que también él podría estar disponible para competir por La Moneda.

Y, claro, después de su lunático retorno para defender el sistema privado de pensiones, también es posible que José Piñera se presente, tal como en 1993, aunque está vez sea para aguarle la fiesta a su hermano Sebastián, con quien ha competido desde que eran niños.

El escenario presidencial en la Nueva Mayoría se parece al de la derecha, tanto en número de candidatos, como en su afán por no tocar mayormente los pilares del famoso modelo chileno.

Todo el griterío de los “guatones” de la Democracia Cristiana es una clara muestra de que ese partido sabe que no gobernará más en 30 años. En otros palabras, las hipotéticas postulaciones de Jorge Burgos o Ignacio Walker y la reciente declaración de que “sí o sí” llevarán un candidato son simplemente un típico bluff de póker: aumentar la apuesta no para triunfar, sino que para obtener concesiones políticas considerables.

Menos chillón, pero igual de poco creativo, está el Partido Socialista. Su carta es la senadora Isabel Allende, asesorada estrechamente por el lobbista Enrique Correa. Del PS no se ha escuchado nada programático de importancia en los últimos 25 años. ¿Qué opinan del sistema de pensiones y de cómo cambiarlo? ¿Cuáles son sus propuestas concretas para mejorar la salud? ¿Qué ha dicho Isabel Allende, que ya supera los 70 años, al respecto? Nada se sabe. El partido de Salvador Allende parece estar convertido hoy en una suerte de Partido Radical de los años 40 y 50, es decir, un conglomerado enfocado en capturar puestos del Estado, pero que poco o nada contribuye a crear un imaginario político.

Y hablando de los radicales, su candidato es ahora Alejandro Guiller. Aunque no es militante de ese partido, ganó el cupo senatorial de Antofagasta gracias al PR. Este ex rostro de Chilevisión y TVN, un periodista serio, ecuánime y progresista, parece carecer, sin embargo, del “hambre” por ser candidato. Podría serlo, y tal vez hasta convertirse en Presidente, pero sería por esos “accidentes de la historia”.

El caso curioso es el del PPD. El ex timonel del partido, Jaime Quintana, fue quien acuñó el término de la “retroexcavadora”, pero ahora este conglomerado -que también está salpicado por algunos escándalos- apoya decididamente al ex Presidente Ricardo Lagos, quien representa muchas cosas, pero no un nuevo amanecer al estilo de la retroexcavadora.

¿Y los comunistas? Los comunistas no tienen candidato pero, disciplinados y ordenados como son, se plegarán a lo que decida el conglomerado en el cual participarán. El hecho de que la diputada Camila Vallejo diga que no apoyará una candidatura de Lagos no significa nada. Lo mismo dijo respecto de Bachelet en 2013. Además, el PC ya apoyó una vez a Lagos: fue en la segunda vuelta de 2000 frente a Lavín.

Fuera del duopolio, hoy por hoy sólo existe un potencial candidato serio: Marco Enríquez Ominami. A diferencia de Guiller, por ejemplo, MEO tiene hambre y ambición. Está golpeado por el supuesto financiamiento de Soquimich a su campaña de 2013, pero juega a su favor que siempre expuso públicamente que buscaría estatizar el negocio del litio. Y los líos del avión son una minucia en el actual estado de las cosas.

Y en la izquierda no concertacionista también están Gabriel Boric y Giorgio Jackson, pero ambos son demasiado jóvenes como para postular a la presidencia.

Entonces, ¿qué será del 2017? Lo más probable es que se repita la historia de siempre. Como ya cantó Violeta Parra hace más de 50 años:

Miren como sonríen los presidentes cuando le hacen promesas al inocente,

miren como le ofrecen al sindicato este mundo y el otro los candidatos,

miren como redoblan los juramentos, pero después del voto, doble tormento.

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