CUT: apaguemos la luz y cerremos por fuera

Por Daniel Jimenez/Sociólogo e Investigador Centro de Estudios para la Igualdad y la Democracia CEID


A principios de mayo de 2010, un par de días después que
Carolina Tohá fuera bañada a escupitajos en la marcha del 1 de mayo, publiqué un pequeño análisis de lo que ese evento perfilaba: el agotamiento final del ciclo de desarrollo sindical que se había iniciado en el año 1988, cuando se crea la CUT 2.0, tras el acuerdo de los partidos políticos por el “No” con el entonces “Comando Nacional de Trabajadores” y otras agrupaciones sindicales menores. Dicho ciclo de desarrollo sindical (probablemente pactado en el acuerdo) destacó por cuatro elementos:

1. La subordinación de la CUT a los partidos de la Concertación ampliada (incluido el PC), quienes, desde entonces, definieron la agenda, los ritmos, los recursos de presión a los que podía echar mano y, lo más importante, las directivas de la multisindical.

2. El uso de la CUT como el brazo de los gobiernos concertacionistas en el movimiento sindical para desmovilizarlo, desarticularlo y debilitarlo con el propósito de que no entorpeciera el proceso de la así llamada “transición”, primero, y del “crecimiento con equidad” (¿?), después.

3. Como parte de la desmovilización, el abandono de la política sindical volcada al protagonismo social y político que había predominado hasta septiembre de 1973. En su reemplazo, los sindicatos de todo nivel y tamaño empezaron a convertirse en organizaciones volcadas a la gestión. Y, en no pocos casos, volcadas también a la representación de los intereses de los(as) empleadores(as) ante los(as) trabajadores(as) en lugar de hacer lo inverso.

4. Una política de retribución a quienes, dirigiendo la CUT, cumplieran con la misión de debilitar e inocular al movimiento sindical. La retribución consistía en cupos parlamentarios: quien obedientemente lograra que los trabajadores y trabajadoras de Chile no mosquearan a los gobiernos concertacionistas, tendrían, como terrón de azúcar a modo de premio, la posibilidad de postular a la Cámara o acceder a curules sin siquiera competir por ellos. Rodolfo Seguel, Manuel Bustos y María Rozas aprovecharon el premio, pero Arturo Martínez… Y bue… Arturito Martínez se postuló dos veces con el resultado que todos y todas conocemos. No es necesario explicar más. El punto es que uno de los elementos fundamentales del ciclo iniciado en 1988 fue el diseño de una carrera de dirigencia sindical que tenía como meta el Parlamento, gracias a los cupos cedidos a modo de recompensa por los partidos de la Concertación.

Este arreglín, este peculiar diseño estratégico del rol que iba a cumplir el movimiento sindical en el Chile neoliberal de la postransición (ninguno) fue fundamental para la así llamada “paz social” que se consideraba necesaria para atraer el capital transnacional al país. Para esta lectura, un movimiento sindical fuerte y movilizado espanta a las “inversiones”. Y un neoliberalismo radical y fundamentalista como el chileno, que es factible solo si existe una inyección constante de capital privado, es incompatible con un movimiento sindical operativo, autónomo, apto, no inepto; en suma, con un movimiento sindical fuerte y organizado. Para la Concertación, por lo tanto, profundizar el neoliberalismo de la dictadura, prioridad fundamental de sus primeros cuatro gobiernos, demandaba una CUT más parecida a un perrito faldero que a la organización propia de un movimiento de trabajadores y trabajadoras.

La brutal eficacia de la Concertación ampliada (PC incluido) en alcanzar ambos objetivos –profundizar el neoliberalismo de la dictadura y crear una CUT-tipo-perrito-faldero– tiene un resultado hoy muy palpable: la alta concentración económica y de ingresos que ha convertido a Chile en una de las sociedades más desiguales del mundo. Con un movimiento sindical fuerte no habría sido posible que el producto creciera a un ritmo mucho mayor que el crecimiento de las remuneraciones mínimas y medias, pues, como hasta la OCDE lo ha reconocido, organizaciones sindicales débiles, como las creadas en Chile como resultado de una CUT al servicio de gobiernos neoliberales, son uno de los más jugosos caldos de cultivo para la desigualdad en los ingresos (al respecto, cf. OECD, “Inequality in labour income –What are its drivers and how can it be reduced?”, OECD Economics Department Policy Notes, No. 8. January 2012).

Cualquiera sea el caso, en 2010 mi conclusión fue que la épica recepción a escupitajos dada a Carolina Tohá marcaba el fin de la subordinación de la CUT a los intereses concertacionistas. Se abrían las puertas, por lo tanto, a que el movimiento sindical iniciase un proceso de redefinición de proyecto y de reorientación de su política para que su principal organización dejara de ser el instrumento de desmovilización en que la habían convertido los gobiernos neoliberales de la Concertación. En ningún caso, sin embargo, dicho proceso de reorientación –en mi conclusión de entonces– suponía terminar o abandonar la CUT. Los trabajadores y trabajadoras debían recuperarla para convertirla en una herramienta de acción autónoma del movimiento sindical.

Y “acción autónoma” supone también disputar espacios de poder político desde la propia plataforma que da la organización sindical, para lo cual, por cierto, era y sigue siendo fundamental derogar el tercer inciso del artículo 19 y el numeral 7 del artículo 57 de la Constitución. La posibilidad de politización de cualquier sujeto o actor es requisito indispensable para su autonomía.

Desde entonces hasta ahora, sin embargo, mucha agua ha corrido bajo el puente. En abril de 2011 la CUT celebró su noveno encuentro nacional que contó con la presencia y, probablemente, con el auspicio de los presidentes de los partidos de la Concertación ampliada: Carolina Tohá (que iba con paraguas, por si acaso) por el PPD, Osvaldo Andrade por el partido de los lobbistas de la banca internacional (PS), José Antonio Gómez por el PRSD, Guillermo Teillier por el neoliberal PC, Alejandro Navarro por el MAS y Claudio Orrego como vicepresidente de la DC.

El acuerdo final del encuentro fue que la CUT se iba a unir (¿alguna vez estuvo separada?) a los partidos de la Concertación para crear un “frente amplio de oposición” (sic) al Gobierno de Sebastián Piñera. Agrupadas en el “Partido de Trabajadores Revolucionarios” (sic) y la “Agrupación de Mujeres Trabajadoras, Pobres y Estudiantes Pan y Rosas”, las voces disidentes a continuar con una CUT subordinada y a las órdenes de la Concertación, política, por cierto, no debatida ni decidida en las organizaciones sindicales de base, esas voces, decía, fueron expulsadas a golpes de la asamblea por militantes del PS y el PC cuando manifestaban su desacuerdo.

Un año después, Arturo Martínez, el mejor amigo de las marisqueras de langosta de todo Chile, terminó cediendo a la PC Bárbara Figueroa la presidencia, tras uno de los oscuros procesos electorales que se celebran cada cuatro años en la multisindical.

La conducción de Figueroa ha destacado por dos cosas.

Primero, por hacer una parodia de oposición a las políticas y reformas laborales del actual Gobierno ante los medios, pero sin coordinar ni convocar a ninguna medida de presión por parte de los(as) trabajadores(as) para oponerse. Durante el presente año, el Ejecutivo promulgó una “reforma laboral” (¿?) que ha sido considerada regresiva para los derechos laborales por las voces más reconocidas del mundo de estudiosos(as) del ámbito del trabajo, desde la Fundación Sol hasta María Ester Feres. Pero Figueroa, más allá de gritar un par de consignas en el Senado y convocar a un paro nacional en defensa del proyecto del Gobierno contra el fallo del Tribunal Constitucional, no ha hecho ni siquiera el ademán de intentar movilizar a los trabajadores(as) del país para incidir en una reforma que mejore y fortalezca efectivamente los derechos laborales. Su pirotecnia mediática y nula presión contra el proyecto del Gobierno ratifica que su gestión ha continuado y hasta profundizado la política de crear una CUT-tipo-perrito-faldero.

En segundo lugar, Figueroa ha brillado por usar la vitrina que le da la presidencia de la CUT para tratar de instalarse en la agenda. Pero lo ha hecho de una forma muy peculiar. No se sabe si con intención o por ignorancia, ha usado la principal pantalla a la que ha tenido acceso, el soporífero programa dominical ‘Estado Nacional’, paradefender principios fundamentales del neoliberalismo, como la focalización de los recursos públicos destinados a gasto social.

En suma, Bárbara Figuera no solo ha continuado e intensificado la vergonzosa subordinación de la principal organización sindical del país a los intereses concertacionistas y contra los intereses de los(as) trabajadores(as). Por si fuera poco, además ha presentado públicamente la voz de esos(as) mismos(as) trabajadores(as) que representa como si fuera abiertamente partidaria de políticas neoliberales.

Pues bien, es en el marco de esta CUT inocua e irrelevante, por haber sido completamente subordinada e instrumentalizada durante 28 años por la Concertación, que tiene lugar el vergonzoso fraude que hemos conocido en el transcurso de la última semana. Y por todo lo que se sabe de la multisindical, el fraude, con un sistema electoral que no solo lo tolera sino que lo incentiva, es casi un detalle.

De hecho, es vox populi en el mundo sindical que, en todas y cada una de las elecciones, la directiva incumbente manipula el padrón, crea sindicatos fantasmas e inhabilita a otros con conocido voto no oficialista. ¿O alguien cree que Arturo Martínez logró secuestrar la presidencia de la CUT durante 12 años gracias a su descollante carisma?

Ninguno de los comentados fraudes ocurridos hasta ahora, sin embargo, había traspasado los límites de lo burdo, como sí lo hizo esta última justa electoral. Que se entregue el padrón a listas disidentes el mismo día de la elección o que el padre de Bárbara Figueroa aparezca como dirigente de una confederación que en el padrón aparece con 15 mil afiliados(as) más que los registrados(as) en la Dirección del Trabajo ya ni siquiera califica como fraude. Es directa y abiertamente un caradurismo sin nombre.

Lo tragicómico es que, a pesar de eso, Bárbara Figueroa ha tenido el tupé de impugnar la elección y demandar que se repita. Y esto definitivamente ya raya en lo psicodélico: como su chanchullo no alcanzó para superar al chanchullo de la lista que ganó –la del mismísimo amigo íntimo de las grandes mariscadoras de langostas, Arturo Martínez–, está pidiendo otra oportunidad; en una de esas en la réplica es más pilla que su contraparte y logra meter un cuchufletazo mayor…

Triste, ¿cierto?

Las elecciones en la CUT no son disputas agonales entre distintos proyectos o liderazgos sindicales. Son competencias entre chanchullos para determinar cuál ha sido pensado y ejecutado con mayor pillería. Estas son las consecuencias de un modelo de sindicalismo que premia a sus máximas autoridades con cupos parlamentarios si cumplen con su función de desmovilizar a los(as) trabajadores(as).

La conclusión, sobre la base de todos estos antecedentes, es unívoca e incontrovertible: la actual CUT, desde su fundación un engranaje fundamental de la reproducción y conservación del Chile neoliberal, no es el espacio para la construcción de movimiento sindical.

A las federaciones y sindicatos que agrupen a trabajadores(as) alineados con la transformación y superación de este Chile, no les queda más alternativa que dejar que Arturo Martínez, Bárbara Figueroa y sus secuaces terminen de pelearse la carroña e irse a hacer movimiento sindical a donde se pueda. Ya es hora para la CUT de apagar la luz y cerrar por fuera.

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