Más de la mitad de las mujeres de entre 25 y 60 años que se encuentran en condiciones de pobreza extrema y pobreza son inactivas en términos laborales, hecho que se replica en aquellas en situación de vulnerabilidad. Esa es una de las conclusiones de un estudio de Libertad y Desarrollo (LyD), basado en los resultados de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (Casen) 2015 y que consigna que en materia de trabajo el “desafío sigue siendo promover el empleo de la mujer”.
Al desagregar, del total de mujeres en pobreza extrema (150.514), el 57% está en inactividad; es decir, que no tiene empleo y que declara no estar buscándolo. Las ocupadas representan el 30% y las desocupadas, el 13%. A modo de comparación, los hombres en pobreza extrema que están inactivos, sobre un universo de 93.191, corresponden al 21%; los ocupados, al 60%, y los desocupados, al 19%.
De todas las mujeres en circunstancias de pobreza (490.174), también el 57% se encuentra inactiva. El 33% está ocupada y el 10% desocupada. En los varones, de un total de 321.188, el 17% está inactivo; el 70% se encuentra ocupado, y el 12%, desocupado.
Si se considera la situación de vulnerabilidad, en tanto, el 52% del universo de mujeres (1.268.293) está inactiva. Las ocupadas y desocupadas son 41% y 7%, en cada caso. Las proporciones, respectivamente, son de 14%, 77% y 9% sobre el total de hombres (896.345) vulnerables.
“Se observa que las mujeres siguen presentando una baja tasa de ocupación y que la mitad de ellas entre 25 y 60 años en pobreza se encuentra inactiva. Por ello, no sólo se debe trabajar en los incentivos para que éstas se inserten, sino también en disminuir las barreras que estarían presentando para emplearse”, dice el estudio en sus conclusiones.
Paulina Henoch, investigadora del Programa Social de LyD, agrega en esa línea que políticas recientes, como el bono a la mujer trabajadora, se han enfocado en generar mayores incentivos. Pero la preocupación también debe estar en indagar respecto de cuáles son las barreras que inhiben la participación laboral de estos grupos femeninos.
“Enfocarnos no sólo en mejorar los incentivos a través del bono, que se ha demostrado que ha tendido a elevar la tasa de participación, sino también ver si el sistema está hecho para que ellas puedan trabajar; por ejemplo, si tienen con quién dejar a los niños”, explica. Y añade, en cuanto al impacto familiar y social que hay tras los números consignados, que implican “menores ingresos que hacen más difícil que las familias logren superar la condición de pobreza”.
Ahora bien, el estudio considera la situación de vulnerabilidad social, apuntando a identificar a la población que, sin ser pobre, tiene mayor probabilidad de caer en la pobreza, por su cercanía a ella. Así, el documento arroja que si bien entre 2006 y 2015 hay un descenso en pobreza extrema, pobreza y vulnerabilidad, no obstante, indica que “a pesar de la disminución en todos estos grupos, se observa que casi una de cada tres personas sería vulnerable el 2015 (30,4%)”.
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