Hace 20 años, se tomó una importante decisión en materia educacional: implementar la Jornada Escolar Completa (JEC), eliminando así las 2 jornadas (mañana y tarde) que hasta ese momento existían en el sistema educacional chileno.
La JEC fue implementada por los gobiernos de la Concertación, específicamente por Eduardo Frei Ruiz-Tagle, como parte de las medidas que se tomaron para profundizar la educación de mercado impuesta por Pinochet días antes de dejar el poder.
Originalmente, la JEC fue promocionada como una mejora que extendía el horario escolar realizando las mismas actividades correspondientes a la antigua jornada de la mañana y realizando talleres de libre elección durante la tarde en miras de asegurar un desarrollo integral, además de asegurar que las tareas escolares se realizaran en el establecimiento y no en la casa.
Sin embargo, su impacto, luego de 20 años, es por lo menos cuestionable. La cantidad de horas de permanencia en el sistema escolar aumentó, llegando a una cifra de 1.140 horas al año para los profesores y estudiantes, un 35% más que el resto de los países de la OCDE, sino que a pesar de los avances en infraestructura, los avances académicos fueron tremendamente pobres.
Su implementación no significó un aumento sustantivo de los puntajes SIMCE, de la misma manera que en la práctica la mayoría de los talleres electivos no se realizaron y se terminaron sustituyendo con mas horas de clases. La JEC giró en torno a los resultados del SIMCE, por lo que las horas extendidas fueron orientadas a Lenguaje y Matemática en detrimento de los demás ramos y demás experiencias educativas, sobrecargando de esa manera la jornada escolar.
Junto con ello, la extensión horaria que significó la JEC para el docente no vino de la mano con un aumento de sus horas no lectivas, lo que sumado a la tiranía del SIMCE, encadenó la labor pedagógica a estos resultados dejando un estrecho margen para el docente sin posibilidad de innovar y probar alternativas.
Es así que la JEC, en un contexto de mercado y competencia, no dio los resultados esperados por un efecto de sobrecarga de los contenidos generando una situación de agobio y cansancio sobre profesores y estudiantes, además de terminar por fomentar una concepción de la escuela como una especie de guardería para los niños mientras los padres trabajan, distanciando al apoderado del mundo escolar y de su propósito formativo.
A 20 años de su implementación, la JEC deja saldos negativos, sin embargo el peso de ello es esencialmente el contexto mercantil en el cual se desarrolló que terminó transformando un proyecto que potencialmente podría desarrollar integralmente a los escolares en una máquina competitiva de sobre exigencia de contenidos dónde cobra relevancia el resultado, en base a contenidos impuestos desde las cúpulas de «expertos» sin ninguna relación con el mundo escolar, dejando fuera a profesores y estudiantes y extendiendo la brecha entre lo que se exige y lo que realmente se enseña en la escuela.
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