Al igual como sucede en Estados Unidos, Piñera parece estar blindado y sus “fechorías” no le afectan públicamente. Podría pararse en el paseo Ahumada y gritar que se va a enriquecer aún más a costa de todos los chilenos y no perdería ningún voto. Y, así, será proclamado candidato presidencial de la derecha.
El ego de Donald Trump es tan grande, que en medio de las primarias republicanas en 2016 aseguró que se podría parar en la concurrida Quinta Avenida de Nueva York y “disparar a alguien y aun así no perdería ningún voto”. De alguna manera tuvo razón.
Lo curioso es que algo similar sucede en las presidenciales de nuestro país. Aunque no lo ha dicho de manera textual, Sebastián Piñera podría entrar a robar a su casa, buscando alguno resquicio legal para desplumarlo, y aun así muchos chilenos votarían por él, incluyendo la víctima.
Todas las semanas se revelan nuevos contubernios del aspirante derechista, pero nada aparece afectarlo en las encuestas, como si estuviera hecho de teflón. Y así, Piñera esta semana hará su esperado anuncio de que volverá a competir para ingresar por segunda vez a La Moneda en ocho años.
El hecho de que Piñera construyera su fortuna utilizando métodos al filo de la ilegalidad no es, desde nuevo, nada nuevo. El electorado era consciente de ello en los comicios de 2009 y 2010. Ya en 1985, en plena dictadura, recibió la multa más grande hasta entonces en la historia de la Superintendencia de Valores y Seguros. Las multas por operar con “información privilegiada” cuando era uno de los mayores acciones de la aerolínea LAN, una repasada en la que se enriqueció en millones de dólares pero pagó una multa en millones de peso, también eran sabidas la primera vez. Por no hablar del escándalo de corrupción que afecta a LAN en Argentina, y en el que su nombre, para variar, también aparece.
Pero en los últimos meses se ha sabido que su voraz apetito financiero nunca supo de límites. En un reportaje reciente, el medio digital Ciper reveló como el grupo Bancard, de su propiedad, solía comprar empresas quebradas para camuflar las enormes ganancias de su conglomerado empresarial. ¿El objetivo? Reducir impuestos, lo que le generaba una importante ganancia adicional. Ciertamente, se trata de una práctica común entre varios grandes empresarios, entre ellos los ex controladores de Penta que son amigos personales de Piñera.
La voracidad de Piñera ni siquiera se frenó cuando a inicios de la década ocupó la presidencia del país. En medio del litigio marítimo entre Chile y Perú en el Tribunal de La Haya, Bancard adquirió una participación accionaria importante en la pesquera peruana Exalmar. Como reza una máxima en el mundo de los negocios: todo es oportunidad.
Piñera y su entorno salieron a reclamar airadamente que se trataba de una campaña de desprestigio en su contra, ya que siendo mandatario habría separado celosamente la relación con su propia empresa. Esto pese a unos correos electrónicos, en los que fue copiado, en los que su hijo hablaba de este negocio.
Pero esta separación fue, siendo generosos, bastante porosa. Hace poco días se supo que el gerente general de Bancard, Nicolás Noguera, visitó personalmente La Moneda en al menos seis ocasiones durante la presidencia de Piñera. Al conocerse esta información, el máximo ejecutivo de las empresas de Piñera emitió un comunicado en el que seriamente sostuvo lo siguiente: “La separación que el presidente Piñera realizó entre sus negocios y la actividad política no significó para él separar una amistad forjada a través de muchos años”. O sea, el país tendrá que confiar en que la amistad entre un subordinado y su jefe efectivamente es garantía de legalidad. Como la que hubo durante muchos años entre el gerente Hugo Bravo y los dueños de Grupo Penta Carlos Alberto Délano y Carlos Lavín.
Tal vez quien mejor ha resumido en los últimos días esta relación entre dinero y poder que el ex Presidente mantuvo durante su presidencia sea el diputado DC Fuad Chahin. “Esto da cuenta que Sebastián Piñera no sólo podía conocer de sus negocios, sino que también los dirigía personalmente desde La Moneda, que parecía que era la oficina de holding Bancard”.
Obviamente Piñera y sus perros guardianes, a la cabeza de ellos Andrés Chadwick, han optado por seguir la exitosa estrategia de Trump. No sólo salen a desmentir las informaciones, sino que acusan a los acusadores. El término de moda para ello se llama hoy “posverdad”, es decir, mentir descaradamente y amplificar las mentiras a través de las incontrolables redes sociales (plataformas favoritas de Trump y de Piñera). Para aquellos con más memoria se trata de lo que antes se llamaba “propaganda”, cuyo inventor moderno fue Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de la Alemania nazi.
Pero nada parece adherirse a “Don Teflón”. Las encuestas lo siguen mostrando sólidamente en el primer lugar, incluso aumentando la distancia con el senador independiente de la Nueva Mayoría Alejandro Guillier. Aunque en un país en donde todos se coluden, valdría la pena preguntarse si las empresas de opinión pública, en especial Cadem que dicta la pauta todas las semanas, no estarán coludidas también. Sobre todo tomando en cuenta que esta última está encabezada por cientistas políticos de derecha.
Para facilitarle aun más el retorno a Piñera, la Nueva Mayoría está sumergida en un ritual caníbal donde todos disparan ahora en contra de Guillier, pero sin tener un candidato competitivo para hacerle frente a la derecha. Y en esa misma lógica, el Frente Amplio parece más interesado en hundir al oficialismo que atacar a la derecha.
Y, además, la prensa tradicional apenas cuestiona las prácticas pasadas y actuales del ex mandatario y candidato. La única sugerencia que le hacen es que, esta vez, su fideicomiso ciego sea menos tuerto que la vez anterior.
Así que nada de las fechorías de Piñera parecen importar mucho, menos aún en un país donde la participación electoral está en caída libre. Tampoco parece ser importante el hecho de que el “gobierno de excelencia” de Piñera haya sido la administración con más ministros y funcionarios formalizados por la justicia. Basta con recordar los nombres de Laurence Golborne, Pablo Longueira, Pablo Wagner, entre muchos otros, para constatar que, probablemente, su gobierno fue uno de los más corruptos en la historia reciente de Chile.
Al igual que Trump, Piñera parece estar blindado. “Tatán” podría pararse en el paseo Ahumada y gritar que esta vez se va a enriquecer aún más a costa de todos los chilenos y no perdería ningún voto.
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