Habla el juez que cambió de sexo a una niña trans: “Me tocó el alma”

08.06.2017 Entrevista a Luis Fernandez juez suplente del septimo juzgado Civil, imagenes realizadas en su casa ubicada en la comuna de Rengo. Foto Juan Farias

De la generación que en 1968 pasó por la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile hay varias figuras públicas: la ex ministra de Justicia Soledad Alvear, el ex diputado Gutenberg Martínez y el ministro de la Corte Suprema Jorge Dahm, entre otros. En ese listado también está Luis Fernández Espinosa.

A diferencia de sus compañeros de facultad, este abogado tuvo un pasar silencioso durante sus estudios y también en sus 42 años de carrera en el Poder Judicial, institución que pretende dejar en los próximos días, cuando concrete sus trámites de jubilación.

Esa forma de vida alejado de toda controversia terminó hace unas semanas, cuando una ONG se querelló en su contra por el delito de prevaricación. Basados en una sentencia que Fernández dictó el 22 de agosto del año pasado, un grupo denominado “Comunidad y Justicia” decidió acudir a tribunales para que el juez sea condenado por haber acogido la petición de los padres de una niña transgénero de cinco años que les permitió cambiar su nombre y sexo ante el Registro Civil.

“Soy juez, confío en la justicia y tengo fe de que se va a desechar la querella, porque actué conforme a la ley y los tratados vigentes firmados por Chile. No pude haber hecho nada distinto, pero no han sido días fáciles, sobre todo por la familia de uno, que no son abogados y se asustan con estas cosas”, dice Fernández a Reportajes.

Refugiado en su casa de Rengo junto a su esposa y compañera por más de 36 años, “la Coca”, pasan estos días que confiesan han sido ajetreados. El viernes 16 se acaban sus vacaciones y espera que antes de eso se haya sellado su salida del Poder Judicial. Su segundo hijo, egresado de Medicina, le pidió que no trabaje más, que deje los sacrificados horarios de un secretario y juez suplente en un tribunal civil porque -le dice- ya es hora de que disfrute su vida. “Pienso seguir ejerciendo, tomar algunas causas, para no aburrirme en la casa, retomar mis antiguos hobbies, como la lectura y, por qué no, las artes marciales”, dice Fernández, quien se adelanta a bromear con su parecido al “señor Miyagi”, de la película Karate Kid.

Tiene 71 años. Viste un chaleco que le tejió su esposa, jeans y habla entusiasmado de Rengo, la localidad que eligieron para vivir el resto de sus vidas. “Este pueblo es tranquilo, hay gente buena, no es como la capital”, comenta, y recuerda la primera vez que estuvo ahí. Hace 20 años, oriundo de Vallenar, fue destinado por el Poder Judicial a Rengo, donde llegó como juez de letras de la ciudad. “Conocí a todo el pueblo, desde el alcalde hasta el último vecino. Ser juez en esos años te daba estatus, pero a mí eso poco me importa…, la verdad es que ni la fama ni la plata es lo mío, a mí me gusta tener amigos, eso es oro”, dice Fernández.

Con la llegada de la Reforma Procesal Penal se crearon más juzgados y la figura del juez del pueblo mutó a varios magistrados de garantía y orales. Ya no era necesario que Fernández levantara los cuerpos en la escena del crimen, pues la irrupción de la figura del fiscal del Ministerio Público dividió los roles y ya nada fue lo mismo. Entonces lo trasladaron al Juzgado de Peñaflor y luego fue a parar a los tribunales civiles de Santiago, donde trabajaba de 8,00 a 22 horas. “En los juzgados civiles todo el trámite es en papel. Hay dos jueces, uno que es el titular, que se dedica a los casos complejos, y hace dos años juramos los secretarios como suplentes para resolver materias como arriendos, cobros y bueno… fue ahí cuando llegó a mis manos esta demanda en que los padres de esta niña pedían rectificar el nombre y el sexo de su hija”, recuerda.

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Fernández se autodenomina “cristiano, no católico”. Su casa está llena de figuras religiosas, pero aclara que “no me considero conservador, yo soy un juez que se adapta a los nuevos tiempos, la sociedad cambia y todos debemos avanzar”. Está a favor de despenalizar el aborto -salvo en la causal de violación-, pues dice: “Uno como juez sabe lo traumático que es un ultraje para una mujer, imagínese, además, después un aborto, pero no sé…, hay que esperar la ley”. Su defensa ante la querella por prevaricación la tomó el abogado Jaime Silva, del Movimiento de Liberación Homosexual (Movilh). “Como familia estamos muy agradecidos por este apoyo, la verdad es que nunca lo esperé, pero mi abogado ha sido un gran soporte y es un especialista en temas penales, y mi derecho a defensa ante esta injusta imputación está garantizado”, dice el magistrado mientras acomoda sus lentes ópticos y revisa recortes de prensa y columnas de opinión de académicos que ha motivado su caso.

Sobre la sentencia que cambió la vida de K.A.F. y le permitió a sus padre registrarla en el Registro Civil con sexo femenino y con su nuevo nombre, Fernández recuerda: “Empecé a leer los antecedentes presentados por los padres, ella es sicóloga, él, ingeniero, y la verdad es que los peritajes eran tan contundentes, era una niña en un cuerpo de un niño… Nunca antes había visto un caso así, el caso de esta niña me tocó el alma, no podía permitir que viviera en un cuerpo equivocado ante la sociedad”.

Como no había jurisprudencia al respecto comenzó a estudiar. “Acá las personas no entienden, uno es juez y uno decide con un único límite: la ley”, dice Fernández, y explica que “si, por ejemplo, estos mismos padres no hubieran presentado la cantidad y calidad de medios probatorios que presentaron, yo habría rechazado esta petición y habría sido quizás la corte la que lo podría haber resuelto”.

Fernández insiste en que su decisión se basó en argumentos jurídicos. “Existen tratados firmados por Chile, como la Convención de los Derechos del Niño, y si bien en nuestra legislación no se establece de forma expresa la posibilidad de solicitar el cambio de sexo registral, resultaba irrisorio seguir llamándola por su nombre de niño cuando su identidad y expresión son de género femenino, como concluyeron todos los profesionales que hicieron pericias”, explica. Junto a esto asegura que haber rechazado la petición de sus padres “habría atentado contra su derecho a la identidad consagrado en el convenio”.

Al momento de dictar sentencia, ¿pensó en este revuelo mediático?

Jamás. Imagínese que tenemos tanto trabajo, ni lo pensé, dicté una sentencia de cuatro fojas, extensa para una tramitación civil, había que fundarla bien, pero después de eso seguí con mi trabajo… Pasaron seis meses más o menos y un día llego al tribunal y me notifican de la querella y después sale en la prensa.

¿Lo sorprendió?

Uno nunca se termina de sorprender en cosas del derecho. Leí por ahí que mi sentencia ordenaba una operación quirúrgica para un niño de cinco años. La gente no tiene culpa de no saber de estas cosas, pero hay mucha desinformación y mala intención. Imagínese que leí que esta ONG que se querella contra mí no busca impugnar el fallo, sino sólo que se me castigue. Entonces, cada vez que a alguien no le gusta lo que resuelve un tribunal se criminalice al juez. Bueno, espero esto no prospere, es mala señal.

¿Conoció a K. o a sus padres?

En persona no. A través de la historia de sus peritajes podría decir que la conozco. Supe por funcionarios del tribunal que me anduvieron buscando, pero como estoy de vacaciones…

¿Le gustaría conocer a la niña y a la familia que le cambió la vida?

Quizás cuando ya no esté en el Poder Judicial, más adelante… La verdad, no sé, quiero que se entienda que los jueces hacemos nuestra labor apegados a ley y más aún en el caso de las tramitaciones en materia civil, donde uno no ve a las personas, sólo papeles. Ahora, si se da la instancia, por supuesto.

Dejando de lado ya la sentencia, ¿qué opina de los niños transgénero?

En mi opinión, ya no es la jurídica, los menores transgénero se encuentran en una situación perversa, ellos llevan una vida llena de conflictos emocionales y desde muy pequeños se enfrentan primero con su propia familia, que a menudo no los comprende, luego entran al colegio, donde deben dar explicación de su persona por ser diferentes y así durante toda su vida escolar, donde son discriminados y sufren el bullying de sus compañeros.

¿Eso lo estudió?

Desde luego, cuando uno no es experto debe leer, debe estudiar. Los especialistas dicen que a los dos años y medio el niño o niña empieza ya a manifestar su género y a los cinco años ya son capaces de hablarlo y expresarlo. Si esa conducta se mantiene constante por más de seis meses, es que ese menor es transgénero. Encuentro un menoscabo el que deban esperar cumplir los 18 años de edad para acceder al cambio de nombre y de sexo registral. Con todo esto muchas veces se ven obligados a abandonar el colegio y, por desgracia, intentan suicidarse más de una vez.

Más allá de la querella, ¿cuál ha sido la recepción de sus colegas, de su entorno?
Contrario a lo que pensé en un principio, he recibido muchos llamados de apoyo de colegas y abogados. Y, sabe, me he metido a estas redes sociales y quiero agradecer a todas las personas que se han tomado la molestia de analizar y opinar en los medios de comunicación sobre esta absurda querella. Quizás el debate que se ha generado es lo positivo que tiene la sentencia de este juez suplente. Los jueces no hacemos las leyes, las hacemos cumplir, y con todo esto me he sentido muy apoyado y optimista de los resultados.

Fernández pudo haber jubilado a los 65 años, pero decidió seguir trabajando en tribunales. Su último domicilio en Santiago está al frente del edificio de los Juzgados Civiles, en Huérfanos con Amunátegui. Ya en la recta final, asegura que va a echar de menos esos días entre demandas, juicios ejecutivos y demases.

El objetivo inmediato del magistrado es que su hijo le enseñe inglés. “No podemos dejar de aprender nunca, a mis 71 años siempre busqué ser un funcionario judicial que fuera con el ritmo de los tiempos, pero cuesta…, imagina que ahora todo es digital, los papeles están en una pantalla, echo de menos mis textos”, dice.

En la sentencia sobre el caso de K.A.F. Fernández expone un argumento que seguramente será usado por otros padres que busquen en tribunales civiles el refugio para poder cambiar el sexo a un niño transgénero: “Resulta evidente que la persona que presenta esta situación sufre a través de su vida, tanto íntima como social, un sinnúmero de conflictos y discriminaciones que le impiden desarrollarse y llevar una vida normal, siendo vulnerados sus derechos a educación, al trabajo, a la salud y a la participación en la vida ciudadana, siendo por ello absolutamente necesario abordarlo y generar las condiciones para salvaguardar la integridad física, emocional y social de quienes viven esta situación”.

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Fernández se apronta a vivir lo que espera sean los mejores años de su vida. En Rengo están sus amistades y en Vallenar, sus raíces. Todos los domingos los hermanos del magistrado se reúnen para almorzar. Su trabajo en Santiago le impedía disfrutar esa tradición, pero con su esposa aprovechan la tecnología y se contactan vía Skype para brindar con la familia. Tras la salida del Poder Judicial -espera Fernández- se vienen largas temporadas en Vallenar, con sus familiares, los mismos que observan con atención la querella contra el abogado y juez de la familia. “Yo les digo, soy juez, tienen que confiar en la justicia, hay que ser valientes”, dice Fernández.

¿Se siente valiente?

Eso me dicen, pero sabe…, una vez leí que en los años 30 un juez por primera vez anuló un matrimonio, cuando eso era imposible. Quizás esta sentencia será recordada así, la primera vez que en Chile un juez le dio la posibilidad a una niña trans de crecer feliz. Ojalá sea así.

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