Por Marco Moreno/ Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile
A cuarenta días de la próxima elección presidencial y parlamentaria, esta parece estar signada por el bajo interés de los ciudadanos ?por lo menos hasta ahora? en dicho proceso. Las proyecciones de los analistas y expertos coinciden en una probable baja asistencia a las urnas el domingo 19 de noviembre. Las causas son múltiples y se han escrito millones de caracteres al respecto. Que los ciudadanos están huyendo de política convencional, como son las elecciones. Que se estaría consolidando un escenario de democracia del “público” o “audiencias” que tiene un efecto sobre la fluidez del electorado, haciéndolo más voluble e impredecible.
Como resultado de lo anterior, observamos un proceso creciente de liquidificación del cuerpo electoral con un electorado menos fidelizado, volátil, veleidoso e intermitente. Agreguemos a lo anterior, la constatación del voto desideologizado y personalizado al mismo tiempo, como resultado de la despartidización de la política.
De esta forma y en un contexto de baja participación electoral, resulta clave lo que se conoce como el votante de nicho. Este dato posibilita entender el giro conservador de Piñera. El factor que ha pesado en forma gravitante en su actual estrategia de campaña es el rol que podría tener el abstencionismo en el resultado de noviembre próximo. Esta es la razón por la cual Piñera y sus asesores, han apostado por el voto duro de la derecha desde las primarias.
En esta misma lógica es posible identificar otro segmento clave en términos electorales. Se trata del apoyo a la actual Mandataria. Esta es una base de apoyo nada de despreciable en el actual contexto de baja participación electoral. Según la encuesta Adimark de agosto pasado, la gestión de la Presidenta Bachelet alcanzó un 35% de aprobación, tres puntos más de lo obtenido en julio.
Este resultado es el más alto desde febrero de 2015, cuando se desplomó abruptamente a raíz del caso Caval. El estudio muestra que la evaluación presidencial se ha mantenido en un promedio de 25 %. Falta profundizar más en la morfología de quienes apoyan el Gobierno de la Presidenta. Según la misma Adimark, entre quienes aprueban la forma en que Bachelet está conduciendo su Gobierno, un 61% se declara de izquierda, un 25% de centro, un 15% de derecha y un 32% independiente.
Consciente de lo anterior, el piñerismo parece decidido a erosionar esa base de apoyo para evitar, primero, el traspaso de todo o una parte de ese apoyo a alguna de las candidaturas de la Nueva Mayoría y, en segundo lugar, buscar convocar a los decepcionados del Gobierno. Lo que busca el piñerismo es instalar un clivaje entre partidarios del Gobierno y opositores a su gestión. Recordemos que bajo una lógica de voto voluntario ?y del actual abstencionismo? es clave buscar intensidad en la disputa, porque es eso lo que permite movilizar a quienes están próximos a un determinado candidato.Con todo, se trataría de un apoyo que se ha mantenido irrestricto a pesar de los complejos momentos que han tenido que sortear la Jefa de Estado y su administración. Será este apoyo incombustible también el que probablemente acompañará a Bachelet cuando deje La Moneda el 11 de marzo de 2018.
En este caso se busca que concurran a votar los opositores a Bachelet, pero también los defraudados con su gestión. Piñera y su entorno buscan presentar la elección del 19N como una oportunidad para que los decepcionados con la actual administración puedan cobrarle cuenta y castigar al Gobierno no votando a los continuadores de su gestión.
Con todo, lo que resulta menos comprensible es la demora de Guillier y su comando por trasformar la proximidad con la Presidenta y su administración en intensidad en términos de apoyo electoral. Aquí parece estribar el desafío para intentar ganar la batalla del 30% del apoyo duro de la Mandataria y su Gobierno, que le permitiría al senador Guillier enfrentar de forma menos estrecha un escenario de balotaje el 17 de diciembre.
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