Cuando ganó Piñera 2, todo fue impecable y macizo; todo fue sueños; todo fue contundente; se revirtió no solo la abstención electoral sino también su tendencia histórica; las palabras del peor candidato (más que Frei) que ha visto la centroizquierda en décadas, llegaron a la “altura republicana”; se “salvó Chile” y Piñera 2 se comprometió con la familia, con la vida, con la solidaridad y se autodefinió como el “Presidente de la unidad”. Pura hegemonía del discurso. Lo cierto es que Piñera 2, peligrosamente, está instalando su futuro Gobierno entre el discurso clásico, normal y hegemónico de la derecha y la insuflada posverdad que los medios de comunicación le están jugando a su favor para adularlo, obviamente, pero también para instalar desde ya la idea de “continuidad”, de “proyección”, de “llegamos para quedarnos”, de “mínimo ocho años”.
Por Jaime Retamal/ Facultad de Humanidades de la Usach
El discurso exitista instalado en la opinión pública debido al triunfo de Sebastián Piñera ha sido abrumador. Este exceso no solo se explica por la natural alegría que se siente al ganar una competición. En política la ingenuidad es un defecto. Más bien, como se trata de un discurso (y no solo la manifestación de una emoción) debiésemos comprenderlo por sus intereses ideológicos hegemónicos.
La opinión pública en Chile, todos los sabemos, está prácticamente capturada por un discurso hegemónico que producen y reproducen medios de comunicación cuyos propietarios tienen una línea política clara sobre la economía, la cultura, la religión, los recursos naturales, el mercado, la escuela, la universidad, la salud, lo público y el Estado. Es una línea que se trenza con el neoliberalismo y el conservadurismo y que a veces aspira a liberal.
Hagamos un ejercicio simple. Comparemos el triunfo de Bachelet 2 con el triunfo de Piñera 2.
Cuando ganó Bachelet 2, el discurso de estos medios de comunicación fue más o menos así: se trató de “una jornada con alta abstención”; se ganó legítimamente, pero fue “la elección presidencial con menor participación ciudadana” desde el retorno a la democracia; un millón de ciudadanos menos que en primera vuelta; “más de la mitad de los electores no llegó hasta las urnas”.
Para Carlos Peña fue “un triunfo con bostezos”, pues los que no fueron a votar –según él– son los millones de ciudadanos que están “satisfechos con el consumo”, son los “esforzados”, los que lidian tan solo “con su vida personal”, lejos de anhelos colectivos, es decir, la abstención sería el buen signo de la modernización capitalista que no compartió las utopías comunitarias de Bachelet 2… ¡uf! ¿Tampoco las utopías de la derecha antimodernización capitalista? A Peña solo le interesaba jugar su joker de la modernización y “pegarle” a Bachelet 2, era claro, mal que mal era/es rector de una universidad privada símbolo de la modernización neoliberal de Pinochet.
En fin… al mismo tiempo, con el triunfo de Bachelet 2 el miedo a “la calle” se instalaba como un futuro del que había que cuidarse. El editorial, como nunca extenso, de El Mercurio, titulado “Reelección de Bachelet y futuro gobierno”, daba paso inmediato a otro tema del día, con el titular “Sigue el chavismo”… el azar, el puro azar. De ahí al contemporáneo “Chilezuela” es una graciosa coincidencia, ¿no?
Ahora recién, cuando ganó Piñera 2, el tema era que había ganado en todas las regiones a excepción de Aysén y Magallanes. Bueno, Bachelet 2 sí que ganó en todas las regiones y perdió solo en 2 de los 60 distritos en disputa, el 21 (Ñuñoa y Providencia) y el 23 (Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura).
Cuando ganó Piñera 2 todo fue impecable y macizo; todo fue sueños; todo fue contundente; se revirtió no solo la abstención electoral sino también su tendencia histórica (¡fenómeno!); las palabras del peor candidato (más que Frei) que ha visto la centroizquierda en décadas, llegaron a la “altura republicana”; se “salvó Chile” y Piñera 2 se comprometió con la familia, con la vida, con la solidaridad y se autodefinió como el “Presidente de la unidad”.Ahora recién, cuando ganó Piñera 2, el tema no era la abstención sino que el balotaje había convocado a tantas personas más que la primera vuelta. Sin embargo, si hacemos el mismo ejercicio de nuevo, las cosas toman otra perspectiva. Hagámoslo, pero que lo diga Claudio Fuentes: “Los cerca de 3,8 millones de votos de Sebastián Piñera efectivamente representan el 54,6% de quienes asistieron a votar, pero representan tan solo el 26% del total de la ciudadanía habilitada para votar. El 45% de Guillier, en tanto, representa el 22% de aquella ciudadanía. La situación no es muy distinta a lo que sucedió en 2013, cuando pese a obtener un 62% de las preferencias electorales, Bachelet representaba un 25,6% del total habilitado para votar”. Piñera 2 = 26%. Bachelet 2 = 25,6%. Empate técnico.
Pura hegemonía del discurso. Lo cierto es que Piñera 2, peligrosamente, está instalando su futuro Gobierno entre el discurso clásico, normal y hegemónico de la derecha y la insuflada posverdad que los medios de comunicación le están jugando a su favor para adularlo, obviamente, pero también para instalar desde ya la idea de “continuidad”, de “proyección”, de “llegamos para quedarnos”, de “mínimo ocho años”.
Cuidado que Piñera y la derecha se riñen con los datos en general y, muy especialmente, con los microdatos. Cuidado que Piñera es muy dado a develar y hacer caer todo este castillo de naipes con solo hablar o hacer gestos tontos: del “hemos hecho en 20 días lo que no se hizo en 20 años”, al “pendrive” de la excelencia.
La centroizquierda en Chile, por este discurso y esta posverdad que nace del triunfo de Piñera 2, está sufriendo una capotera de aquellas.
Como viven de los medios, como se mueren por una portada en La Segunda, como tienen sueños despiertos con largas entrevistas en Reportajes de El Mercurio, como les llenan el ego los “buenos” comentarios de los periodistas de Radio Zero, T13 o Radio Duna, como se desviven por una buena columna o un buen comentario de Héctor Soto o Ascanio Cavallo… como viven y han vivido, al fin, durante décadas –dichosos– en la parafernalia de los medios de propaganda de la derecha, en su posverdad, les duele todavía más esta capotera, les hace sentir lo peor y buscan, a través de ellos, en el matutino, la radio o el canal de televisión… buscan, digo, su redención, su caudillo.
¿Y qué encuentran? Al autoproclamado millonario Eugenio Tironi, a la solemnidad republicana de Ricardo Lagos, a la seriedad identitaria de Mariana Aylwin, al macho sincero Osvaldo Andrade, al reflexivo Camilo Escalona… a todos ellos o a la farándula, la chaya, el simulacro que perfectamente se puede resumir con la expresión “Harold’s & Johns Business & Law”. Encuentran “la filosofía social” de Carlos Peña.
Lo que sigue en Chile será interesante. Porque por debajo de esta chimuchina está el nuevo ciclo político, social y cultural que sigue avanzando sin sosiego. La instalación del nuevo Gobierno de Sebastián Piñera corre el serio peligro de no advertirlo y plantarse de lleno en una posverdad tan lábil como falsa.
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