Una de las características del proceso político chileno es que se legisla pensando en el problema particular y se olvida el bien general. Así sucedió con la reducción del mandato presidencial, el financiamiento electoral, el voto voluntario, o las primarias. Nos concentramos tanto en los detalles del árbol que está frente a nosotros, que no podemos observar el bosque en su conjunto.
La semana pasada, dos propuestas saltaron a la palestra para resolver los problemas de representación en Chile por la vía de reformar el sistema electoral binominal. Quienes propician estas reformas reconocen que el actual esquema de democracia representativa enfrenta problemas, por lo que es necesario estimular la competencia y permitir mayores niveles de representación. Sin duda se trata de objetivos muy loables. Pero cuando observamos al sistema en su conjunto, los efectos podrían ser totalmente contraproducentes. Una reforma al binominal mal pensada podría tener consecuencias contrarias al efecto que se busca. Consideremos tres de ellos:
Primero, la propuesta de RN-oposición intenta mejorar la proporcionalidad del sistema a partir de incrementar el número de electos por distrito y la cantidad total de congresistas (150 diputados y 48 senadores). Se busca reducir las barreras de acceso a la representación de modo que un mayor número de intereses y fuerzas políticas queden representadas en el Congreso. Ello implicará que un mayor número de partidos se hagan presentes en el Congreso.
Pero como tenemos un sistema presidencial sin reelección consecutiva, se podría anticipar un escenario de presidentes que enfrenten un Congreso más fragmentado. Entonces, el costo de formar coaliciones estables para un presidente se incrementaría. El Ejecutivo deberá negociar con pequeñas fuerzas para pasar sus proyectos. El efecto esperado es que mayores niveles de representatividad dificultan construir coaliciones de gobierno estables en el tiempo.
La solución a este problema (presidencialismo exacerbado con sistema multipartidista) pasa por establecer un régimen político mixto (semi-presidencial, por ejemplo), que incentive el establecimiento de coaliciones estables bajo el liderazgo de un primer ministro.
Segundo. Tanto la propuesta del gobierno como de RN-oposición incentivan una mayor proporcionalidad en la Cámara baja, pero dejan prácticamente intacto el sistema de representación en el Senado. El binominal seguiría operando para la cámara alta. ¿Cuál será el efecto? Como todas las leyes deben pasar por ambas cámaras para su aprobación, se reforzaría la idea del Senado como un actor de veto, esto es que impide reformas. Pero además, por el Senado pasan muchos nombramientos, por lo que mantendríamos un esquema binominalizado en el sistema político, incluso más allá del propio Congreso Nacional.
La consecuencia esperada sería un conflicto de poderes más recurrente entre diputados y senadores. Si el Presidente obtiene una mayoría amplia en la Cámara de Diputados pero no lo hace en el Senado, el choque de poderes sería inevitable. Los senadores ganarían poder, pero se tensionaría el sistema político. La solución es aplicar una misma norma para la Cámara y el Senado de modo de no producir este diferencial de poder.
Tercero. Ambas propuestas, la del gobierno y de RN-Oposición sugieren un redistritaje, esto es, tener un número menor de distritos pero territorialmente más extensos. Incluso la propuesta del gobierno extiende esta idea para algunas circunscripciones del Senado. Desde el punto de vista de una candidatura individual la situación cambiarían. Por ejemplo, hoy tiene que hacer campaña en Providencia-Ñuñoa para obtener uno de los dos cupos disponibles en la Cámara. Bajo el nuevo esquema tendría que competir por uno de los 8 cupos pero en Providencia, Ñuñoa, Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea, La Reina y Peñalolén.
El impacto de esta situación para una candidatura individual es que enfrentará una campaña más costosa pues el territorio es significativamente más amplio. Y como tenemos un sistema de financiamiento de campañas que se sustenta en más de un 70 % en los aportes privados, la desigualdad de competencia será mayor. Sin abordar el tema del financiamiento, nuestro Congreso Nacional se parecerá mucho más al Club de la Unión (hombres, acaudalados, de origen castellano-vasco, y de colegios particulares), que lo que es hoy nuestra sociedad.
Conclusión. Una reforma de lo particular que no atienda a las distintas piezas que componen el sistema político puede erosionar aún más el sistema de representación. He sugerido tres ejemplos de las consecuencias que podría provocar: mayores dificultades para construir coaliciones estables, mayores choques de poder, y mayor elitización de la política al aumentar el gasto de campañas.
La solución no pasa por el inmovilismo. Lo que se requiere es pensar la reforma como un conjunto de transformaciones que sistémicamente afectan nuestro régimen político. Se requiere un acuerdo político mucho más sustantivo y amplio que atienda las diferentes dimensiones de la representación (gobernabilidad, dinero, choque de poderes). Esta es la tragedia de la reforma en curso: se observa el problema de un árbol que se llama “binominal”, sin querer reconocer que el problema está en el bosque que se llama “Constitución”.
Fuente: www.elmostrador.cl
- Claudio Fuentes S.
- Director del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales, ICSO Universidad Diego Portales.
- http://www.icso.cl
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