Por Cristián Valdivieso /Criteria Research
El Presidente de la República está hoy como Buddy Richard: viendo cómo el cariño de la ciudadanía se le va. Y, a menos que tome el toro por las astas, no lo podrá evitar, aunque de pena se muera. Sobre todo si, como en Palacio suele ocurrir, se confunde cariño con aprobación en las encuestas.
¿Es su culpa este dolor? En cierta medida sí. Buena parte de su promesa presidencial y de la adhesión que en la ruta a La Moneda ganó, tenía que ver con la argumentación de que Chile estaba mal administrado y estancado económicamente y que, bajo su reconocido toque de Midas, la economía entraría en tierra derecha.
Así las cosas, el cariño no detendrá su fuga hasta que el reimpulso económico se sienta en los bolsillos o, al menos, en las expectativas de las personas.
La encuesta mensual de Criteria ha ido mostrando claramente esta relación entre la aprobación presidencial y las expectativas en torno a la economía. Es más: la caída en su aprobación empieza cuando se pierde el horizonte positivo sobre el futuro económico. La evaluación de otras áreas incide, pero de manera menos correlacionada.
El mensaje de la ciudadanía es, entonces, enfático y con pocos matices. “Sin una economía promisoria, ni siquiera conversemos Presidente”.
Es claro que este mensaje es ya de conocimiento en Palacio, puesto que se están haciendo esfuerzos sistemáticos por retomar la agenda económica. No en vano defenestraron a un ministro de Educación para hablar de economía en el nombramiento del sucesor, o asistimos al desfile del Presidente y sus ministros por los medios, leyendo una misma cartilla económica y que se han aferrado con dientes y muelas a la propuesta de modernización o reforma tributaria. De hecho, más allá del nombre, los cambios al sistema impositivo han sido planteados como el caballo de troya que asegurará el crecimiento. Esto lo refrendó la semana pasada el ministro Larraín con una contundente carta a un medio impreso donde, de paso, y temerariamente, puso a las encuestas de opinión como juezas de las bondades de su reforma.
Pero la encuesta Cadem le volvió a decir al ministro de Hacienda lo que no quería escuchar y que Criteria había dicho hace ya un tiempo; que su reforma ya tiene más detractores que promotores, que la gente no considera que favorezca a la clase media, sino a los más más ricos, y que los frutos del crecimiento prometido no le parecen tan cercanos al ciudadano de a pie como lo deben parecer a Larraín desde Teatinos 120.
Así las cosas y con la obsesión gubernamental por la aprobación, al Presidente, al menos por ahora, no le queda otra que hacer de Ministro de Hacienda. Después de todo, una de las debilidades del Mandatario es su resistencia a delegar tareas. Quizás en este caso tenga razón, sobre todo considerando que fue su veta de dinamizar del crecimiento y el empleo la que lo volvió a situar en el Palacio de La Moneda.
Esa es la tarea urgente. Infructuosas, o de corto alcance, serán las incursiones públicas en otros territorios no económicos donde, más que mostrarse, necesita empoderar a su equipo de ministros, que aparecen bastante eclipsados por el propio Presidente, y desinflándose en las encuestas.
Primero, ministro de Hacienda. Sí, Presidente, para eso fue elegido y la ciudadanía encuestada lo ha expresado claramente: al Presidente se lo necesita, no se lo quiere. La confianza depositada en Piñera es por sus competencias técnicas para la creación de riqueza, no son una confianza en su sinceridad personal. Es la versión maquiavélica de una ciudadanía pragmática, que por momentos sobreestima el carácter emprendedor y exitoso del mandatario y en otros lo descuera por su tendencia abusiva a usar información privilegiada en los negocios.
Con todo, no creo que resulte duro para el mandatario aceptar que nunca fue el dueño del amor de la ciudadanía. Él, más que nadie, debe saber que su relación con la ciudadanía está construida por conveniencia mutua, antes que por afecto.
Sin embargo, como buen empresario, puede elegir el vaso medio lleno. Paradójicamente, si logra dar el salto reactivando la economía y alentando el horizonte económico, habrá avanzado un paso en su camino al rosco, al premio mayor, el galardón de estadista.
Primero hacer de ministro de Hacienda, un tránsito significativo y necesario, un paso más, aunque no definitivo para el premio mayor, aquel reservado para pocos.
Pero por ahora, con las ventas del comercio a la baja, en una caída de 2% anual, las remuneraciones retrocediendo y la ciudadanía dudando de su modernización tributaria, el presidente necesita -debe- hacer una pausa en sus propias expectativas.
Si sueña con ser estadista, tendrá que hacer la pega del Ministro de Hacienda. Si no, por mucho que tardíamente reconozca su error, el cariño, mejor dicho, la aprobación, se le irá como el agua entre los dedos.
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