Por Constanza Michelson/ Psicoanalista y escritora
Pero como las lecturas no son lineales, sino que lo social se puede leer de manera semiótica, lo interesante es comprender lo que acá genera desprecio, independiente de que uno apoye o no la forma en que este se desarrolle. Y es que lo que representa el propietario – ahora sabemos que no lo era de dicha franja – es un lugar social, el del capitalismo financiero devorador, que se apropia de todo sin que la ley local tenga muchas veces el poder de frenarlo.
Lo que hace en su columna “Guatón facho”, acerca del caso del empresario en el Lago Ranco, el columnista Cristián Valenzuela, es usar un recurso con el que las ultra derechas del mundo han sacado cuentas alegres: culpar a la moral de las elites progresistas de casi todo, incluso de la crisis de las democracias liberales.
Es cierto, hay un pacto que se rompió. Hace un buen rato son los propios intelectuales de izquierda los que hacen la autocrítica respecto de la desconfianza de la ciudanía con la política. Ya no se puede seguir alegando que el Brexit, Trump o Bolsonaro son el efecto de ßun engaño, de esos inventos semánticos llamados posverdad, fake news (¿existió alguna vez la verdad verdadera en política?). Hay un síntoma social que escuchar, que no se resuelve con apelar a la indignación, la corrección política, ni con denigrar de falsa consciencia en el insulto “fachos pobres”. Eso ya lo sabemos. Pero seguir culpándose, como dice Mark Fischer, finalmente sólo lleva a la paralización, a que todo quede igual. Ahora se trata de ir a las causas y no aceptar las que propone un peligroso discurso, con algo más, que tufillo a fascismo.
Para entender quiénes son esta famosa elite progresista tan criticada hoy, Alessandro Baricco la resume bien: “Observados de cerca, resultan ser, en su mayor parte, humanos que estudian mucho, socialmente comprometidos, educados, limpios, razonables, cultos. El dinero que gastan lo han heredado en parte, pero en parte se lo ganan todos los días, sacándose la mugre. Aman a su país, creen en la meritocracia, en la cultura y en un cierto respeto por las reglas. Pueden ser de izquierda o derecha”. Agregaría que tienen buenas intenciones, aspiran a tener un mundo mejor, son moralmente abiertos, liberales sexualmente, básicamente todos quienes se beneficiaron del ordenamiento mundial de las últimas décadas, pero que en esa bonanza olvidaron un detalle, la economía. El mundo se volvió más democrático en torno a varios asuntos, pero el dinero no se distribuyó de la misma manera.
De eso se trata todo: de la distribución económica.
La trump/a del discurso de la avanzada de la derecha -en nuestro país de un neopinochetismo que hoy perdió todo pudor – es que detectó un malestar, pero le está dando una respuesta que oculta la causa. Su respuesta radica en culpar a una moral, según ellos la que sólo tiene buenas intenciones, pero no se hace cargo de poner los muros necesarios. Desviando de la forma más cínica y peligrosa la discusión de la causa del desastre: la ley salvaje del capitalismo global financiero.
La operación de la columna de Valenzuela es la misma. Frente a la reacción de rechazo masivo que provocó la conducta de Pérez Cruz, el columnista acusa la contradicción de la moral del progresismo, si hubiera sido un homosexual habría sido distinto, alega. Seguramente habría sido distinto, pero no porque no provocara rechazo una conducta así, sino que la discusión tomaría otro matiz, quizás distinto al de la masa corporal del empresario.
Pero como las lecturas no son lineales, sino que lo social se puede leer de manera semiótica, lo interesante es comprender lo que acá genera desprecio, independiente de que uno apoye o no la forma en que este se desarrolle. Y es que lo que representa el propietario – ahora sabemos que no lo era de dicha franja – es un lugar social, el del capitalismo financiero devorador, que se apropia de todo sin que la ley local tenga muchas veces el poder de frenarlo. Por sobre la ley. Annie Le Brunn piensa que los modales que debieron civilizarse en la posguerra, dejaron un resto de barbarie precisamente en la lógica del capitalismo financiero. Hablan en la lengua política de la conquista y la barbarie.
Y los kilos del empresario, antes que haber provocado una gordofobia –ya que seguramente varios con sobrepeso han sido parte del escarnio público – podrían representar el ethos de la moral del niño que quiere la pelota para él, aunque se quede sin jugar el partido. ¿No eso lo que vemos en los barrios nuevos de los ricos?: casas gigantes, la fantasía de los cinco mil metros, que destruyen los barrios y balnearios, fragmentado los espacios, lo compartido.
No seamos hipócritas. Lo de Pérez Cruz no es contra su carne, ¡es sobre la economía!
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