Por Mercedes Ducci/ Presidenta Comunidad Mujer
Que las mujeres jefas de hogar se hayan duplicado ¿es una buena o mala noticia? ¿Es ser jefa de hogar un avance para las mujeres? Lo que revela la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (Elpi) es que si en 2010 las mujeres jefas de hogar eran el 24,2%, en 2017 pasaron a ser el 47,7%. Pero sobre las consecuencias que este aumento tiene, caben las interpretaciones. Y habría que partir por indagar cuándo se considera jefa de hogar a una mujer.
Desde luego, la palabra “jefe”, aplicado a la familia, que no es una estructura jerárquica, cubre una gama amplia de situaciones. Cuando al inicio de encuestas como el censo se nos pregunta “¿Quién es el jefe de hogar?”, la persona que responde está definiendo el criterio, porque no hay uno solo.
¿Es el que gana más? Lo común es asumir que el jefe de hogar se define por el mayor aporte económico, y eso no siempre es así: hoy, en cuatro de cada 10 hogares la principal proveedora es una mujer, pero solo en dos tercios de los casos es reconocida como jefa. En los hogares biparentales, las jefas no llegan a dos de cada 10 hogares. O sea, la regla prevalente parece ser que cuando están los dos, en la enorme mayoría de los casos se entiende como jefe al hombre: 95% de los hogares en que ellos son jefes son biparentales. Por lo tanto, que las mujeres ganen más no las hace necesariamente “jefas”.
En cambio, un 24% de las jefas de hogar menores de 60 años no tiene un trabajo remunerado y, por ello, muchas transitan a autoemplearse. No por el romanticismo de emprender, sino por la necesidad de seguir cuidando a los niños mientras trabajan: son las mujeres “pulpo”, metáfora que explica la necesidad de ser madres, trabajadoras, esposas, parejas, cuidadoras, dirigentas. Todo al mismo tiempo.
¿Es el que se hace cargo? Esa parece una situación más común: cinco de cada 10 hogares encabezados por mujeres son monoparentales. Se trata de una jefatura con altos costos para ellas y sus hijos, y no es una consecuencia necesaria de la consolidación de la autonomía. El empoderamiento de las mujeres tiende a que el poder se pueda compartir y que sume valor al grupo. No es un poder de suma cero que, si alguien lo tiene, se lo quita al otro y, de hecho, muchas veces cede la titularidad. Pero en los hogares monoparentales están obligadas a hacerse cargo.
El 95,8 % de las consultadas dijo ser la principal cuidadora de los hijos. Más que una extensión de su empoderamiento económico, en al menos la mitad de los casos, encabezar su familia es una extensión de su rol tradicional de cuidado. Criar sola, para una mujer que debe conciliar las tensiones laborales y familiares sin mayor respaldo, es muy duro. Cuando había, como hasta hace algunos años, una familia extendida que apoyaba, se encontraban espacios para el descanso. Pero hoy ya no se puede esperar que sean otras mujeres -las abuelas, las tías, las vecinas- las que ayuden y resuelvan el dilema del cuidado. Material y emocionalmente, la carga es abrumadora y puede precarizar la situación de la familia.
En resumen, la inserción laboral de las mujeres tiene beneficios a nivel de ingresos, de generación de redes y de creación de capital humano. Permite a la sociedad beneficiarse de sus talentos y es una forma de ayudar a superar la pobreza. Pero la condición para que haya equilibrio es la corresponsabilidad sobre los hijos y el hogar, y que los niños puedan tener una infancia protegida.
Bienvenida la autonomía e independencia de las mujeres. Pero para que efectivamente lo sea es necesario que avancemos en políticas públicas que faciliten la vida de las trabajadoras, que permitan conciliar mejor la vida familiar y laboral e integren a los padres en las tareas de cuidado. Un paso importante será la reforma a la Ley de Sala Cuna, proyecto que afortunadamente avanzó esta semana en la comisión del Senado. Ellas son jefas de hogar, porque se han hecho cargo de sacar adelante a sus hijos. En el proceso se han empoderado y también se han sacrificado. Ahora necesitan que estén las condiciones para trabajar con tranquilidad.
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