Por Héctor Soto/ Abogado y periodista
Pareciera que cuando el gobierno no encuentra entre sus adversarios una oposición lo bastante dura, su primera reacción es generársela internamente. Después del lamentable episodio del viaje de los hijos del Presidente a China, que mantuvo copada la agenda por casi un mes, el sábado pasado el Mandatario se apuntó dos nuevos autogoles con una hermética referencia a la administración del 4% adicional que La Moneda había negociado con la DC y con la iniciativa de reducir a 120 los escaños de la Cámara de Diputados y a 40 los del Senado. El primero generó un berrinche tan desproporcionado como ridículo en la contraparte, que obligó a varios ministros, y al propio Presidente, a salir de inmediato a dar explicaciones para decir, con una cantinflada tras otra, que lo que se había dicho no era lo que se había querido decir. El segundo tema, que en principio es serio y atendible y estaba durmiendo en el programa de gobierno, introdujo una fisura en el oficialismo -como se hizo ver en la revuelta de RN- precisamente en el momento en que más unido necesitan estar Chile Vamos y el oficialismo. Si todo gobierno tiene la responsabilidad de cuidar a su coalición, este imperativo es incluso mayor cuando los niveles de la aprobación presidencial están en entredicho.
Obviamente, esta no es una manera muy inteligente de gobernar. Así no. Si los temas no se conversan ni siquiera con la almohada, tampoco con los equipos políticos, con los aliados e incluso -como debería ser, de manera acotada, claro- con los dirigentes opositores que le están dando una mano al gobierno en temas específicos, el déficit político que ha caracterizado a este gobierno va a continuar agudizándose, a pesar de los arduos esfuerzos realizados por algunos ministros para cubrir ese vacío. El observador se pregunta qué fue lo que el gobierno ganó con estos arrebatos y a la única conclusión a la que es capaz de llegar es que el efecto fue crispar la discusión todavía más de lo que antes estaba. Nada importante se ganó. Incluso, los que celebran que el Presidente haya tomado la bandera de achicar el Parlamento, que es una causa que tiene gran rating en las encuestas por muchas razones, conceden que la iniciativa tiene poco destino y que no hará otra cosa que deteriorar la ya tensa relación de La Moneda con el Poder Legislativo. Si esa era la idea, cosa que parece absurda cuando hay tres reformas importantes en trámite y cuando el ministro del Interior está tratando de acordar otras, ahora de carácter institucional, perfecto, nada que lamentar. Pero si no lo era, que alguien entonces saque la cara por estos despropósitos.
¿Será tan difícil gobernar desde la prudencia, desde la contención, desde la sobriedad, desde el trabajo en equipo, que casi siempre, por mil razones, por anchas o por mangas, termina ganando la ocurrencia de último minuto, la especulación supuestamente astuta, la palabra disonante y la actuación de quien prefiere salirse del libreto e “ir por la libre”? ¿No será posible tratar de juntar un poco más “la inventiva”, por darles un nombre a esas compulsiones, con la responsabilidad republicana?
El gobierno, hasta ahora, más que una oposición articulada al frente, capaz de jugársela por un proyecto convincente de país, solo ha enfrentado una mayoría taimada y obtusa que no ha podido capitalizar políticamente sus vetos. La Moneda sabe perfectamente que remover ese cuadro está siendo cada vez más difícil y, por lo mismo, los espacios tanto de acuerdo como de negociación se han reducido.
Así las cosas, al Ejecutivo no le quedan muchas más opciones que desparlamentarizar su agenda y cumplir sus compromisos hasta donde pueda, puesto que al imposible nadie está obligado. Eso significa varias cosas: cumplir desde ya el acuerdo con la DC; cumplir con Chile Vamos y, no en último término, cumplirle al país las promesas de la reciente cuenta pública. Ojalá con menos triunfalismo y con más testimonio y actitud.
No es que a partir de ahí la ciudadanía vaya a correr mañana en masa a proclamar al candidato que más se identifique con el actual gobierno. La cosa no es tan simple. Tampoco la gente se dará por satisfecha en las que fueron sus expectativas al elegir a Piñera. Pero se dará cuenta de hechos no menores. De que hubo un gobierno que quiso hacerlo bien y algo o más de algo movió las agujas del crecimiento y la seguridad. Y que fue un Presidente que desde la sobriedad y la buena fe puso todo lo suyo para lograrlo. ¿A qué otra cosa puede aspirar un mandatario?
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