Por Richard Sandoval, Director Noesnalaferia
Está claro que a nadie le gustaría que lo increparan en un cementerio, un supuesto espacio pacífico y de recogimiento, ese mismo espacio que cada once de septiembre es testigo de cómo los palos y las bombas del gobierno atacan a manifestantes por entre tumbas, cruces y nichos del General. Es más, a nadie le gustaría que lo increparan públicamente, en ningún espacio, por nada. Es incómodo, lógicamente: no se ha dado permiso a una interlocución a quien ni siquiera se conoce. Pero en el concierto de voces democráticas hablando de modales y correctos diálogos ciudadanos, se peca de una ingenuidad terrible, se adolece de un hipócrita buenismo que se tapa los ojos ante la realidad viva del contexto presente: se olvida quién es hoy Marcela Cubillos -con quien hoy se solidariza por el bochornoso incidente en un día libre de trabajo-, el rol que ocupa Marcela Cubillos en medio de un conflicto muy grande, un paro que mantiene a más de medio millón de niños sin clases y a decenas de miles de docentes exigiendo mejoras en sus trabajos para no ser uno más de los catorce mil profesores que han muerto esperando un ajuste de cuentas respecto a la deuda histórica.
Para no ser uno más de los profesores que renuncian a educar para partir al inicio de un emprendimiento que dé una mayor proyección de calidad de vida. Se olvida el país espantado ante la funa de la profesora que Marcela Cubillos no es una doña “nadie”, y se olvida el país que lo que le dice una profesora en el viralizado video no es un antojo vacío de contenido, una irrespetuosa ruptura de la proxémica, un abuso de poder como el del Estado en las marchas por la educación: es un asunto político, es una manifestación política expuesta con argumentos que, en este caso, obvia el espacio de recogimiento que debería ser un cementerio ante la necesidad de una urgencia; la urgencia de iniciar la cuarta semana de un paro gremial con una ministra que se niega a conversar, una ministra que anuncia que no hay más espacio para llegar a un acuerdo luego del rechazo a su propuesta.
Una cuarta semana de paro que se inicia con una ministra que acusa que la culpa de la continuidad del paro la tienen los profesores -esos que rechazaron su propuesta en un 91%- y no la tozudez de su agenda que ha privilegiado proyectos de coerción como el Aula Segura en lugar del mejoramiento de la educación pública. Una ministra que, como acusan los profesores, no ha estado en ningún momento en la mesa de negociación, la que siempre ha estado representada por su subsecretario.
Una ministra que a los profes los dejó plantados en la reunión que tendrían en la comisión de educación de la Cámara de Diputados en plena movilización, una ministra que prefiere recorrer el país para sacar adelante sus ideas, pero que no es capaz de hablar de tú a tú con profesores que hasta han marchado por una autopista para hacerse notar, profesoras, mujeres mayores, que han sido intoxicadas con gas lacrimógeno en Valparaíso, profesores que han quedado ensangrentados tras recibir la violencia de carabineros en las calles que escuchan sus demandas. Por eso la profesora del video se acerca a la ministra. No porque sea maleducada, como indican las redes sociales que se coordinan en la defensa del gobierno, no por loca, no por “rota”; sino porque en su reclamo, en su exclamar “aquí está la vergonzosa Cubillos, la que le quedó grande el poncho, la incompetente, la que no sabe responder a los docentes, renuncia Cubillos” está desahogándose la rabia que provoca el menosprecio que ha sufrido todo el gremio que se siente abandonado, no escuchado, burlado, reprimido.
Hay hastío acumulado, y ante la renuencia a conversar, ante el rechazo a la democracia con que actúa la ministra -actitud que a muchos lleva a recordar los tiempos en los que hacía campaña en televisión para elegir a Pinochet-, el milagro de verla caminar en el cementerio general aparece para una profesora movilizada ni siquiera como una posibilidad de reclamo, sino como el único momento que tiene, y que quizás tendrán quienes son representados por su reclamo, de manifestar la cruda realidad: el abandono de los profesores, un abandono y una criminalización que es parte ya una estrategia de gobierno, una estrategia que en la voz de Cecilia Pérez apunta que “el paro no tiene ninguna justificación”.
¿No pensarán las correctas conciencias de gobierno, protectoras de los modales ciudadanos y el buen diálogo democrático, que no va a provocar salidas de protocolo una afirmación que trata de inoficiosos paros de tres semanas que impactan la vida de cualquier trabajador, que desgastan, que consumen energías, familias, que han dejado heridos y cuerpos perjudicados, que han detenido procesos de enseñanzas para los que los docentes han estudiado muchos años de su vida? Respecto a la polémica funa en el Cementerio General hay que decir que, en definitiva, no estamos frente a un tema moral, de modales, de ubicaciones, de protocolos: el del video es un momento estrictamente político, y la manifestación de la profesora es, en el fondo, el ejercicio de un derecho profundamente ciudadano, el de la libertad de expresión política. ¿O no puede un ciudadano sencillo, un patipelado del democrático paraíso chileno exclamar frente a una autoridad de Estado que es necesaria su renuncia? Estamos en un escenario de fuerte conflicto social, aunque se invisibilice, aunque se oculte, aunque se criminalice a los profesores: estamos en una crisis del sistema de la educación pública chilena, un sistema que si no trata bien a sus agobiados y mal pagados profesores mejor que ni piense en mejorar los índices de aprendizaje de los alumnos.
Castigar con vehemencia la interpelación ciudadana de una profesora a una ministra que no se involucra en la solución de un tema que afecta la vida de cientos de miles de chilenos es pensar que las conductas culturales en la vida -el donde sí y dónde no se puede exigir una renuncia, pedir explicaciones- funcionan con fórmulas establecidas y que los códigos del comportamiento no se interrumpen cuando necesidades humanas activan el rompimiento de lo correcto. Para la ministra, la interpelación “daña nuestra educación pública y no puede tener cabida en la formación de nuestros hijos”. Pero nada dice del daño que provoca a nuestra educación pública, a nuestros hijos, a nuestros profesores -seres humanos vivos, de carne y hueso-, no responder a la exigencia de soluciones concretas para la reparación por la deuda histórica, no responder a la exigencia del retiro del cambio curricular que afectará irremediablemente la impartición de las asignaturas de Historia, Artes y Educación Física; no responder a la exigencia del pago de bonificación por especialización de los educadores diferenciales.
No, el problema no es la interpelación de una simple profesora a una poderosa ministra de Estado en el Cementerio, un espacio de paz que tiene un patio donde se tiraban los cuerpos masacrados por el régimen que la propia Cubillos defendió en una franja televisiva. No perdamos de vista lo importante, más allá del espectáculo de la politiquería de las sensaciones en redes sociales: el problema es el abandono de los profesores en paro. Porque precisamente el encuentro, el intercambio de opiniones, la posibilidad del decir que niega la ministra, es lo que refuerza la paz y la democracia y evita la violencia, esa que ha atacado a tantos profesores movilizados, esa que se eleva en el rechazo, en la invisibilización, en la criminalización como estrategia. El escenario, el cementerio en este caso, es meramente coyuntural.
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