Por Maximiliano Salinas
Ha llegado el momento de abandonar la prolongada descomposición de la vida social heredada de las heridas nunca sanadas con el golpe de Estado de 1973. Ante la consternación mundial se hizo entonces añicos la historia de la democracia de Chile, la que tuvo activistas descollantes como Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Artistas del buen decir, ellos son frutos de una tradición humanista que nos reconfortó y nos hizo amables en todo el mundo. En un lapso de un cuarto de siglo ambos encarnaron la más reconocida expresión luminosa de la poesía sobre la Tierra.
Desde 1973 se impuso un régimen burdamente colonial donde una elite privilegiada, apenas ostentosa de sus bienes materiales, manejó el país a su antojo. Un régimen colonial que despojó nuestra savia, nuestra historia y geografía. Un sistema que nos constriñó a ser extraños, serviles y desconfiados, como lo hiciera el orden despótico e inquisitorial de los siglos XVI, XVII y XVIII. El actual gobierno de Chile evoca la quintaesencia de ese espíritu colonial que retrotrae a épocas pretéritas. Los ricos, de raza blanca, imponen su poder y su parecer sobre la masa supuestamente anónima de indígenas y mestizos, sin derechos humanos. La medida gubernamental de declarar el estado de excepción, y anunciar la guerra, el 20 de octubre de este año, fue especialmente reveladora. Después de amenazar con las penas del infierno, con un paternalismo igualmente colonial, el jefe de La Moneda propuso, el 22 de octubre, pacificar por las buenas, ofreciendo unas nimias medidas que no alteran el modelo segregador impuesto desde 1973.
Por sus obras los conocerán. El actual gobierno no alcanza una definición, una cultura democrática. La inconfundible y resuelta actitud de un pueblo a favor de sus derechos humanos no se encuentra entre sus personeros oficiales. Ahora reconocemos y exigimos, como nunca, lo que significa ser demócratas. Las y los demócratas aman a su pueblo, comparten sus sueños, defienden ante todo y por siempre su dignidad excelsa. No lo convierten en una tropa de asaltantes, no lo barbarizan. Hacer de Chile un país de vándalos. Convertir de la noche a la mañana, en menos de una semana, a los chilenos, en una horda brutal. ¡Qué es eso! Se desata brusca, intempestivamente una agresividad malsana, extraña. Ocho estaciones del Metro de Santiago quemadas al mismo tiempo. ¿Qué chileno puede hacerlo? (Declaraciones de Eric Campos, presidente del sindicato del Metro de Santiago, Diario de Cooperativa, 23 de octubre de 2019).
La democracia no es únicamente un asunto político y racional. Es sobre todo una expresión cultural, que nace de la profundidad del inconsciente colectivo. Es una demostración honda y cálida de respeto hacia uno mismo y hacia los semejantes. La marcha más grande de Chile, de ayer 25 de octubre, con más de un millón de personas en la capital, y replicada en todo el país, encarna la voluntad pacífica que nace del inconsciente colectivo del pueblo de Chile. El Premio Nacional de Ciencias Humberto Maturana explica muy bien la diferencia entre la violencia de la fuerza y la aspiración democrática de nuestro tiempo: “La fuerza constitutivamente niega el dominio de las conversaciones de confianza, de respeto mutuo, de autorrespeto y de dignidad, que debemos vivir si queremos vivir en democracia. Esto no es todo, sin embargo. La democracia no es un producto de la razón humana, la democracia es una obra de arte, es un producto de nuestro emocionar, una manera de vivir de acuerdo a un deseo neomatríztico por una coexistencia dignificada en la estética del respeto mutuo.” (Humberto Maturana, Gerda Verden-Zöller, Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano. Desde el patriarcado a la democracia, Santiago, 2007, 98).
Nuestros actuales gobernantes han manipulado la democracia como un artilugio racional, desde la razón instrumental, como una operación política más dentro de su entendimiento capitalista y neoliberal de la existencia humana. Con su colosal fortuna de 2,8 billones de dólares, el actual presidente llega a La Moneda apenas con el 26,5 % del padrón electoral. Su representatividad social y política es sumamente exigua. No le nace de adentro la democracia. La inclinación natural de su espíritu de clase lo induce a controlar a la población, como lo hicieran los gobernadores coloniales, adversarios de nuestra historia democrática nacida o soñada apenas con la Independencia en el siglo XIX.
Es el tiempo de recuperar el ideal y la convivencia democrática como fue soñada y deseada desde entonces. Hoy nos corresponde conjurar la desigualdad que nos aparta y diferencia entre ricos y pobres en una suerte o mala suerte de sombrío cómputo mundial. El juez internacional que procesó a Augusto Pinochet le ha dirigido un mensaje estos días a su actual sucesor de La Moneda: “Usted debe saber que la Constitución que rige actualmente en Chile fue adoptada en plena dictadura militar, mediante la celebración de un referéndum que tuvo lugar mientras los testaferros de Pinochet torturaban, asesinaban y desaparecían a los opositores políticos. Esa Constitución experimentó varias modificaciones para hacer posible la transición y luego la entrada en democracia, y ha sido reformada después en innumerables ocasiones, pero su espíritu y su orientación sigue siendo la misma. No hay un Estado social y democrático de Derecho.” (Carta abierta del juez Baltasar Garzón a Sebastián Piñera, El Desconcierto, 24.10.2019).
El mundo entero entiende y atiende nuestra historia. Nos identifica el espíritu colectivo que expresamos en el día de ayer. Nunca la guerra, la fuerza, el abismo insondable y malsano de la desigualdad. Adiós a las armas. Sí a la democracia, a su grandeza, sin más.