Por Germán Silva Cuadra, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
Si alguien hubiera pensado, en el momento histórico que vivimos cuando, a partir del 18 de octubre, millones de personas salieron pacíficamente a exigir el termino de la Constitución de Augusto Pinochet, que terminaría como veremos hoy, cuando se inscriban las listas para buscar los 155 integrantes de la Convención Constitucional que definirá la Carta Magna que nos regirá por 50 años más, de seguro habrían levantado aún más la voz para evitar que las reglas del juego fijada por los parlamentarios fueran estas. Porque lo cierto es que la ciudadanía, las personas hastiadas de los partidos, de la política y políticos actuales, tendrán que conformarse con una especie de réplica del Congreso, pero en versión constituyente.
¿Qué pasó en poco más de dos meses para que el gran triunfo del Apruebo (78% y 79% de la Convención Constitucional) se diluyera de esta forma? Porque la demanda ciudadana –no de los partidos– por una nueva Constitución, ahora podría ser liderada por la derecha, que logró ir en una lista única, pese a que estaba mayoritariamente por el Rechazo, incluyendo la posición extrema de José Antonio Kast.
A la Convención también irán los de siempre: Harboe, Walker, Cubillos, Blumel, Monckeberg. Además, la oposición llegará dividida, por lo que sacará menos escaños. Tampoco habrá muchos independientes, porque los partidos hicieron su juego e impusieron las barreras de entrada. Así, de seguro, nada cambiará mucho. Nos habremos farreado una oportunidad única en la historia. Después, que nadie diga que “no lo vimos venir”.
Lo cierto es que hoy vence el plazo para la inscripción de candidatos a todos los procesos eleccionarios que se desarrollarán el 11 de abril, si es que la segunda ola del COVID-19 no dice lo contrario. Alcaldes, concejales, gobernadores regionales y, por supuesto, constituyentes. Dos mil setecientos sesenta y ocho cargos a los que se presentarán unas 15 mil personas. Y aunque los gobernadores tendrán relevancia política –es la primera vez que no serán designados por el Mandatario de turno–, no cabe duda que, cómo quede conformada la Convención, será el hecho político esencial de 2021.
Hasta última hora de ayer domingo, los distintos grupos intentaban lograr acuerdos y despejar los nombres de sus representantes. Los partidos partieron con un enorme hándicap a favor en esta competencia. Recién en diciembre los independientes pudieron tener claras las reglas del juego, por tanto, su capacidad de respuesta fue muy en desventaja respecto de las colectividades. Algunas listas consiguieron las firmas, no así personas muy valiosas que querían representar la voz de la gente, de la calle. En estas semanas he podido conocer la propuesta de muchos de ellos, personas sin militancia, pero con trayectoria artística, social e incluso empresarial, como el abogado Juan Eduardo Baeza, el músico Claudio Guzmán –el de la canción del No– o Juan Pablo Swett. Pero al final ha primado la lógica de la política tradicional.
En el oficialismo, hay que reconocer la capacidad para llegar a acuerdos pese a la más débil identificación con el Gobierno desde la vuelta a la democracia. Sin embargo, han demostrado también que el discurso de la “renovación”, de la “derecha social” no era más que un espejismo. ¿Cómo se entiende que los candidatos Joaquín Lavín y Mario Desbordes hayan promovido el pacto con Republicanos de José Antonio Kast, ese partido extremo, que sigue reivindicando la figura de Pinochet, que no reconoce las violaciones a los DDHH y tiene una agenda dura y ultraconservadora en aquellos temas en que la sociedad parece ir en otro sentido?
¿Solo pragmatismo político o voluntad de polarizar la Convención? Y es un hecho: con esta señal la discusión será mucho más polarizada y será imposible sortear el obstáculo del quórum de los 2/3.
La oposición, por su lado, ha demostrado que sigue estando en nocaut desde hace más de tres largos años, siendo incapaz de alcanzar mínimos acuerdos para enfrentar un proceso histórico y trascendente con unidad. De más está decir que aquí primó el cálculo pequeño y resucitaron las rencillas de baja monta. Los unos vetando a los otros. Los otros despreciando a los unos.
Con una DC y PC preocupados de no verse juntos, un PPD buscando una identidad perdida en los 90, un PR que cree que Carlos Maldonado puede ser competitivo en una primaria, un PS al que se le apareció Paula Narváez y descolocó a los 4 o 5 hombres que habían olvidado que Chile es ahora menos machista que hace 20 años. Y, claro, un PRO que tenía a ME-O de vuelta, cual hijo pródigo, pero que deberá resignarse en mirar las elecciones desde lejos por sus líos judiciales.
Y para rematar, tendremos un desfile de “figuras” de la elite de los partidos como candidatos. La “crème de la crème” de cada tienda. Los que se “aburrieron” del Parlamento, los que se dieron cuenta –a tiempo– que se les podía terminar su largo servicio público (varias décadas) porque no podían ir a la reelección, como Felipe Harboe; los que habían tenido que dejar el Gobierno para dirigir el Rechazo, como Marcela Cubillos. O, simplemente, los o las que piensan tener una experiencia muy superior al resto de los simples ciudadanos de a pie. No estarán en la Convención los que desfilaron por las calles pidiendo el fin de la desigualdad o los que perdieron la vista para el 18/0 o los dirigentes vecinales de las poblaciones marginales, ni menos la “señora Juanita”.
Por esas paradojas de la política –por suerte– tendremos a 17 representantes de los pueblos originarios y quizás sean de los pocos que cuenten con mucha mayor libertad que quienes vayan integrando las listas y cupos “generosos” que les dieron los partidos políticos chilenos.
Sin embargo, la peor de todas las contradicciones, la paradoja más difícil de todas, es que puede ocurrir que quienes fueron parte del 22% que votó por mantener todo tal cual y que incluso despreciaron la voluntad popular de modificar la Carta Fundamental a través de una Convención autónoma e independiente, pueden lograr mayoría. ¿Qué pensarán los ciudadanos? Aunque, de seguro, a la mayoría de los partidos eso los tiene sin cuidado.