Por Germán Silva Cuadra, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
“… No hagan el ridículo, como si hubieran sido violados bajo el efecto de narcóticos… si es tan terrible que esté yo, mejor que se concentren en ganarme, en lugar de mostrar fragilidad o indignación moral”. La ácida y provocadora frase, dirigida a sus socios de lista, corresponde a la extravagante, polémica, deslenguada y extrema Teresa Marinovic, quien se ha convertido en el rostro de la derecha dura y que ahora se incorporó al bloque oficialista. La decisión dejó en evidencia que el sector que votó por el Rechazo a cualquier cambio a la Constitución –versus el 80% del país– echó por la borda el relato más moderado de Evópoli y una parte de RN. JAK impuso sus términos, se burló de sus socios e instaló una duda grande: ¿cuál será la verdadera derecha que enfrentará la Convención?
mo, en un cupo de RN. Llantos y lamentos, expresiones de molestia, pero nada más que eso. ¿Se puede ir de socio con alguien que piensa tan distinto? ¿Se puede pactar, por pragmatismo, con los que niegan las violaciones a los DD.HH. en dictadura, o que siguen venerando la Constitución de Pinochet? No, salvo que algo de eso les haga sentido.
Lo cierto es que lo que hizo José Antonio Kast no fue más que una hábil maniobra de un zorro político. El movió las piezas en el tablero a su antojo y descolocó a sus socios. De seguro, una acción que contó con la complicidad de sus excamaradas de la UDI, muchos de los cuales tienen un pensamiento más cercano a JAK que a Desbordes o Blumel. Me resisto a pensar que los presidentes de los partidos de Chile Vamos son personas ingenuas o cándidas, cuando sabían muy bien a quién tenían al frente. ¿Fue solo una maniobra comunicacional, un show de Francisco Undurraga y otros cuando salieron a criticar el golpe de JAK, o de verdad aquí lo que viene es el quiebre, esta vez más claro, entre sectores de la derecha que tienen poco o nada en común?
acuerdo con este giro a la derecha de la derecha. Si esto es cierto, sería una apuesta tan arriesgada, como torpe. Y aunque la derecha tiene la mejor opción para recibir la posta de manos de Piñera –pese a la extrema debilidad de este Gobierno–, la única alternativa para que eso ocurra es que sea capaz de abrirse más al centro y no al revés. Es cierto, Kast captura un voto duro de derecha que debe andar por el orden del 5%, pero la pérdida para Chile Vamos sería cuantiosa por el otro costado.
Pero todo hace pensar que este acto fallido de Chile Vamos es algo más profundo y no compensará el costo que pueden tener, con el pragmático objetivo original de conquistar 5 o 6 escaños más en la Convención. Da la impresión de que el affaire con JAK es el comienzo de una ruptura formal de una coalición que se ha sostenido, desde el 18/0 en adelante, con un pegamento de mala calidad. Evópoli viene hace rato marcando sus diferencias profundas con la UDI, en el gremialismo no le perdonan a Desbordes el rol que cumplió en el estallido social y el haber promocionado el Apruebo y, por supuesto, la pelea entre Sichel y Matthei es más que un arranque de la alcaldesa. En definitiva, el pacto con Republicanos es el reflejo de una crisis que se estaba escondiendo debajo de la alfombra.
Si hay dos personajes que pueden salir muy dañados de este episodio son Mario Desbordes y Joaquín Lavín. Ambos precandidatos fueron firmes impulsores de incorporar a José Antonio Kast al pacto de Chile Vamos. Curiosamente, tanto el exministro como el alcalde son los únicos representantes de la derecha que pueden crecer hacia el centro, por tanto, esta jugada estará presente a la hora de los debates, alianzas y, por supuesto, segunda vuelta en diciembre de este año. ¿Cómo podría explicar Lavín que fue partidario de incluir a quien no solo se burló antes de su apoyo al Apruebo, al proyecto del 10% e incluso lo acusó de tránsfuga, cuando deba a salir a buscar los votos? Aunque, claro, también esto puede ser parte de la reconversión del Lavín “socialdemócrata” al Lavín ultraconservador que vetaría una ley de aborto como la argentina y la eutanasia.
Pero más allá de esta discusión en la derecha, aún falta el hecho político más importante: cuando la ciudadanía, que exigió el cambio de la Constitución en las calles –no los partidos– desde el 18/0 en adelante, se dé cuenta que hasta ahora no ha sido invitada a una fiesta en que ya se repartieron los cupos entre los mismos de siempre, esos a los que la gente les dijo que no los quería de protagonistas, como los Cubillos, Harboe, y otros. Pero el problema principal –que luego la elite dirá que no lo vio venir– será cuando la ciudadanía tome conciencia respecto a que esos que, juntándose en una lista esperan sacar un 33% para aspirar a controlar el 40% de los escaños, eran los que estuvieron en el 22% que no quería cambiar ni una coma de la Constitución de Pinochet y, menos, una Convención elegida íntegramente.
A lo mejor, en ese momento, Gonzalo Blumel se da cuenta que “tragar sapos” es muy poco saludable.