Amarillos y Demócratas –ese original nombre que replica en Chile a Demócratas & Republicanos– son no solo un invento de la elite, sino que corresponden también a una estrategia muy bien diseñada e implementada por un sector acostumbrado a posicionar una agenda conservadora que termina por convertirse en una realidad, gracias a cierta prensa. La pregunta es si, en esta bipolaridad tan extraña que ha vivido el país en la última década –donde la ciudadanía parece pensar y hacer todo lo contrario a hace solo unos años–, los chilenos y chilenas nuevamente confían en los partidos, en la clase política y la elite. Yo podría apostar que no, aunque la elite, los “sabios de la tribu”, se hayan autoconvencido de lo contrario.
No cabe duda de que el triunfo del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre sigue generando una sensación de euforia y borrachera en la derecha, similar a la que criticaron de sus contrincantes, en el plebiscito de entrada, la posterior elección de la fallida Convención y, por supuesto, de los convencionales. Y aunque durante la campaña aseguraban que el Rechazo era una oportunidad de construir una mejor propuesta constitucional y apelaban a los ciudadanos –de hecho, la derecha “escondió” a todos sus políticos en esa etapa–, desde el 5 de septiembre en adelante, construyeron una muy truculenta interpretación de lo que había ocurrido: los partidos y movimientos de derecha eran los dueños del 62%.
Y de ahí en más –avalados por un confundido y abatido oficialismo–, los partidos de la derecha han controlado gran parte de la agenda. Aunque esto sería entendible en el caso de Chile Vamos, la coalición más grande de la oposición, los que se jugaron por rechazar cualquier texto que saliera de la Convención –recordemos que Schalper llamó en enero, antes de que se conociera siquiera el borrador, a “quitarle fuerza moral” al órgano–, sin embargo, llama la atención que dos pequeños grupos hayan adquirido un rol tan protagónico en la segunda parte del proceso.
Tanto Amarillos como Demócratas se convirtieron en la cara pública del Rechazo en los medios, redes sociales y cuanto evento hubo, mientras los dirigentes de RN, UDI y Evópoli se “fondeaban”. Y, claro, no solo fueron luego premiados por el rol cumplido, sino que, además, se les entregó un protagonismo que no corresponde a la realidad y mapa político del país. Veamos.
Están participando de una discusión entre partidos con representación parlamentaria, pese a tener apenas un par de congresistas, aunque ninguno de ellos fue electo por esas colectividades. Son dos partidos “en formación”, por tanto, por ahora apenas unos simples movimientos. Y están negociando la segunda parte del proceso, pese a que en la Convención no eligieron ningún representante.
¿Y por qué entonces esta desproporción? La respuesta es simple: son un invento de la elite criolla, especialmente en el caso de Amarillos, que es liderado por uno de sus favoritos, el intelectual Cristián Warnken. De lo contrario, no se podría entender que dos minúsculos grupos tuvieran la cobertura inflada que se constata en los medios más tradicionales del país, especialmente en el diario El Mercurio, en que el creador de Amarillos es uno de sus principales rostros (curioso, por decir lo menos, que el tabloide mantenga de columnista al presidente de un partido). Y, por supuesto, casi a diario, los Warnken, Walker y Rincón son entrevistados a página completa.
Amarillos y Demócratas no superan la centena de integrantes cada uno. Entre sus filas están todos los «ex» que uno pueda imaginar –exministros, exdiputados, exsenadores–, los que hoy toman un segundo vuelo, pese a venir de capa caída hace décadas, como los Maldonado, Alvear y Gutenberg. Son gente que estaba acostumbrada a las entrevistas, los cargos y el poder, pero que ya no ocupan posiciones de relevancia, pese a que cada cierto rato lograban pequeñas notas cuando armaban un nuevo y pequeño movimiento, siempre de muy corta duración. Pero además de la elite de siempre, en Amarillos y Demócratas no existen dirigentes poblacionales, de pueblos originarios, de organizaciones sociales y, menos, gente menor de 50 años. Como diría Warnken, ellos son los “sabios de la tribu… gente preparada”. Los otros, son gente inculta, sin formación académica, por tanto, no tienen capacidad de redactar una Constitución, aunque fueran electos en las urnas.
Pero, pese a todo lo anterior, han tenido un rol excesivamente protagónico –casi de veto– en este proceso, no obstante lo pequeños que son (si hasta el Partido Republicano, que tiene 16 diputados, tendría más méritos para estar en esa negociación) y representar a muy pocos(as). Impusieron la extraña idea de que un organismo 100% electo es fatal para la democracia y que el Congreso goza del prestigio –a pesar de ser la institución que tiene la peor reputación en el país, junto a los partidos políticos– y validación como para volver a la época de los “designados”, como cuando en Chile teníamos senadores y alcaldes designados. Es decir, lograron convencer a los otros de que la voluntad del 80% en sentido contrario, en 2020, fue un espejismo.
Amarillos y Demócratas –ese original nombre que replica en Chile a Demócratas & Republicanos– son no solo un invento de la elite, sino que corresponden también a una estrategia muy bien diseñada e implementada por un sector acostumbrado a posicionar una agenda conservadora que termina por convertirse en una realidad, gracias a cierta prensa. La pregunta es si, en esta bipolaridad tan extraña que ha vivido el país en la última década –donde la ciudadanía parece pensar y hacer todo lo contrario a hace solo unos años–, los chilenos y chilenas nuevamente confían en los partidos, en la clase política y la elite. Yo podría apostar que no, aunque la elite, los “sabios de la tribu”, se hayan autoconvencido de lo contrario.
Y, por supuesto, otra semana en que nos anuncian que habrá “humo blanco” y se logrará un acuerdo –“hoy tendremos sesión hasta total despacho”– en materia constituyente… y otra semana más en que no pasa nada. A la chilena.
Fuente: El Mostrador