Por Ricardo Lagos Escobar/ Ex Presidente de Chile
En estos días se inician los alegatos en la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre la demanda de Bolivia, que busca obligar a Chile a negociar una salida soberana al mar. Chile, en virtud del tratado de paz de 1904, ha planteado ante la Corte, como previo y especial pronunciamiento respecto al fondo del problema, la incompetencia del tribunal.
Es un tema con raíces en el siglo 19 que Bolivia busca traer al siglo 21 como si aquel tratado no estuviera plenamente vigente, tras haber sido ratificado con amplio respaldo por ambos países. No es que no existan cuestiones a resolver, siempre las hay entre países vecinos. Pero el camino tomado por Bolivia no conduce al diálogo, al tratamiento moderno y realista de sus demandas por un mejor acceso al mar. Cuando ponen el tema de la soberanía por delante, y además lo llevan ante un tribunal, las posibilidades de conversaciones constructivas se congelan.
Es un tema bilateral. Sin embargo –y excúsenme los lectores por traerlo a esta columna– tiene irradiaciones hacia el resto de la región porque pone obstáculos a una integración que ya no podemos eludir ante los desafíos de un mundo global. Y no sólo eso. En la medida que Bolivia busca –es el trasfondo de su demanda– poner unilateralmente en cuestión un tratado que definió las fronteras entre ambos países, está abriendo la Caja de Pandora sobre lo que podría ocurrir si tal principio se aplicara a tantos otros tratados suscritos en el mundo hace ya largo tiempo. ¿Qué pasaría si con esa lógica se cuestionaran los tratados entre México y Estados Unidos? ¿O entre Alemania y Francia?
Bolivia se equivoca al tomar ese camino haciendo uso arbitrario de lo establecido por el derecho internacional. La verdadera tarea está en trabajar para que la asimetría evidente entre ambos países disminuya. Lo dije bajo mi gobierno y lo reitero: la asimetría es obvia si miramos los distintos niveles de desarrollo entre los dos países y, por lo tanto, me pareció entonces y ahora que Chile debe buscar modalidades para satisfacer aquellas demandas que vayan en beneficio del desarrollo de Bolivia y de su pueblo. Es la actitud que Chile, sobre todo en democracia, ha tenido para tratar esta relación.
El tratado de paz con Bolivia de 1904, estableció la cesión de los territorios que fueron bolivianos con anterioridad a la Guerra del Pacífico, a cambio de lo cual, Chile construyó a su cargo el ferrocarril de Arica-La Paz. Además, se estipuló una indemnización en oro equivalente, aproximadamente, al 25% del producto interno bruto de Chile de aquellos años, así como también el derecho a usar cualquier puerto de Chile para el comercio boliviano. Se cumplió con todo y se hizo mucho más ligado a la evolución de los tiempos: carreteras para llegar a los puertos donde Bolivia tiene sitios exclusivos, espacios aduaneros especiales, amplias facilidades al comercio boliviano con el mundo. Y algo importante de acotar: el presidente que firmó dicho tratado con Chile fue posteriormente reelecto presidente de Bolivia. No se premia con la alta magistratura del poder a quien se supone ha actuado contra los intereses de su país.
Durante mi gobierno tuvimos un diálogo con el presidente Banzer que apuntaba a buscar mecanismos para una relación más simétrica con Bolivia. Me dijo el mandatario: “¿cómo le explico a Bolivia que es un buen negocio exportar 400 millones de dólares en gas a Chile para que allí se licúe y se exporte al resto del mundo, y con ello Chile aparezca en su balanza de pago con 1.500 millones?” Le respondí de inmediato: “Muy fácil, Presidente, le ofrezco todo el territorio que usted necesite para hacer la licuefacción del gas, seguramente a orillas del mar, de una manera gratuita durante 99 años. Ella se inscribiría en el registro de propiedad en Chile a nombre de la República de Bolivia.” Me parecía que si había acuerdo en este tema, definíamos una agenda de futuro con el pueblo boliviano y con ello sería más fácil arreglar los problemas que vienen del pasado.
Había acuerdo prácticamente en todo pero, desgraciadamente, el Presidente Banzer falleció como consecuencia de una larga enfermedad. Los sucesivos presidentes no avanzaron como pudo haber sido. El 2006 concurrí a la transmisión del mando donde asumió el presidente Evo Morales y allí, en su casa, hablamos de la actitud de Chile para buscar esa y otras formas que dieran respuestas al desarrollo de Bolivia y su futuro. Incluso que ya existían empresas de ingeniería con soluciones para llevar el gas a un puerto a 40 kilómetros al sur de Iquique.
Otra vez, en una cumbre regional, propusimos eliminar todos los aranceles de lo que Bolivia quisiera exportar a Chile, sujeto a que los demás países de la región no pidieran lo mismo y nos llevaran a la OMC. Esas y otras propuestas emergieron con un espíritu nuevo de integración, porque, desde el punto de vista histórico, creo que cada presidente ha buscado los mecanismos para colaborar con el desarrollo de Bolivia. Pero si las negociaciones han existido y por diversas razones no prosperaron, es fuera de toda lógica suponer que lo llevado a la mesa de negociación ya se convirtió en derecho adquirido por la otra parte. Es lo que Bolivia ha llamado “derechos expectaticios”, término no existente en los manuales del derecho internacional.
¿Cómo reaccionará la Corte? Lo que le cabe es actuar sobre la base del derecho. Si va más allá, dirá que ahora está abierta a revisar acuerdos internacionales con otros criterios, interpretando desde un concepto de “justicia” ad hoc la realidad entre dos países. Y, por cierto, más que claridades ello puede traer confusiones. Si no se pronuncia sobre su competencia, diciendo que lo hará al final del juicio, sólo estaremos al frente de una pérdida de tiempo histórica.
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