Por Patricia Pulitzer/ Periodista
Hace 14 meses, cuando Rodrigo Peñailillo se convirtió en ministro del Interior, muchos arriscaron la nariz y algunos advirtieron que no era el hombre para el cargo.
La política es veleidosa. Si bien hoy resulta evidente que los críticos tuvieron razón, a fines de enero se le aplaudía con entusiasmo tras un año intenso que terminó con una sustanciosa cosecha legislativa: reforma tributaria, fin al binominal después de 25 años, acuerdo de vida en pareja y siete leyes en Educación, incluyendo el fin al lucro, al copago y a la discriminación. Se había convertido en el hombre fuerte del gabinete sin lugar a dudas. Incluso se le consideró como carta presidencial.
Más allá de los éxitos propiamente gubernamentales, Peñailillo se deleitaba con el caso Penta, viendo cómo se desplomaba la UDI en medio del escándalo provocado por el amasijo de fraude al fisco, boletas insostenibles, financiamiento ilegal de las campañas electorales, que dejaron en evidencia la relación promiscua entre dinero y política.
En ese contexto, para Bachelet y la Nueva Mayoría, las vacaciones 2015 se veían como el merecido descanso del guerrero… Hasta que estalló el caso Caval y todo se vino abajo.
Fue en ese momento cuando a Rodrigo Peñailillo le faltó malicia, experiencia política y capacidad de proyección. Afortunadamente –piensan muchos–, porque un peso pesado de la vieja guardia habría negociado antes que la sangre llegara al río. Antes que siguieran destapándose prácticas impropias en todo el espectro político, antes de saberse que no sólo Penta financiaba ilegalmente a los políticos sino también el yerno de Pinochet a través de SQM, Aguas Andinas, Alsacia, Ripley y no sabemos aún cuántas más.
Se equivocan los que piensan que el cambio de gabinete puede cerrar este capítulo. Los fiscales saben que no pueden detener sus investigaciones, también lo sabe el Servicio de Impuestos Internos (con o sin Michel Jorratt). La Presidenta Bachelet ya anunció que su legado incluirá las propuestas del Consejo Anticorrupción. Los parlamentarios –con o sin boletas mentirosas– están empezando a entender que se vienen cambios drásticos en la forma de hacer política y en la relación con el dinero.
Joven y candoroso, el ex ministro no calculó que sus cuatro boletas por cuatro millones de pesos cada una a la empresa de Giorgio Martelli, y las demás que emitió por cifras similares o menores, durante los años 2012 y 2013, podían terminar siendo equivalentes a los miles de millones de pesos del caso Penta y otros.
Peñailillo no supo mentir. Cada vez que intentó explicar que se merecía esos pagos por trabajos efectivamente realizados (y no como remuneración a su labor política), su rostro lo delataba. No supo manejarse en el pantano de la trampa, y terminó hundiéndose en medio de una crisis que él ayudó a profundizar.
Gracias, ministro Peñailillo, es muy probable que un político experimentado, con asesores más sagaces, con más lectura de Maquiavelo y más conocimiento histórico, hubiera podido llegar a acuerdos para que el lodo no salpicara demasiado, unir a los numerosos acusados de malas prácticas para realizar un mea culpacolectivo que permitiera cerrar las investigaciones, entregar un mensaje tranquilizador a la ciudadanía, convenciendo al país de que lo relevante es mirar hacia el futuro.
Gracias, Peñailillo, su escasa experiencia en el manejo de crisis –cuando es tan profunda hay que manejarse de inmediato con la verdad– permitió que las prácticas corruptas de nuestros políticos y empresarios (se necesitan ambos para la corrupción) quedaran tan al descubierto, que no hubo posibilidad de disimulo.
Se equivocan los que piensan que el cambio de gabinete puede cerrar este capítulo. Los fiscales saben que no pueden detener sus investigaciones, también lo sabe el Servicio de Impuestos Internos (con o sin Michel Jorratt). La Presidenta Bachelet ya anunció que su legado incluirá las propuestas del Consejo Anticorrupción. Los parlamentarios –con o sin boletas mentirosas– están empezando a entender que se vienen cambios drásticos en la forma de hacer política y en la relación con el dinero. ¡Hasta los empresarios hablan cada vez más de ética!
Se equivocan también los que piensan que el cambio de gabinete significa un frenazo a las reformas estructurales planteadas en el programa de Gobierno. Lo saben bien los nuevos ministros, Bachelet quiere terminar su segundo período y pasar a la historia con un país más honesto pero, sobre todo, más igualitario. Ese fue el mensaje que Rodrigo Peñailillo transmitió hasta el cansancio, y que ya quedó grabado. Esa es la misión, aunque sea otro el director de orquesta y se converse más cuidadosamente con cada uno de los músicos.
Gracias, Peñailillo. La política seguirá dando vueltas y, probablemente, le ofrecerá otras oportunidades cuando sea más grande, tenga más práctica y, ojalá, siga siendo transparente. Siempre podrá decir que puso fin al binominal, el retorcido sistema electoral de Pinochet.
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