Por Carlos Cano/Director Ejecutivo Centro de Estudios del Trabajo-CETRA
¿Qué estrategia sindical debe aplicarse en esta coyuntura 2015?
En medio de esta coyuntura marcada por una fuerte crisis de legitimidad de la “clase política” que está profundizándose como crisis de representación con el consiguiente daño del sistema democrático, la pregunta es la misma de siempre y la manera en que la responden los distintos grupos sindicales tampoco varía. Y esto es raro, porque se supone que la estrategia debe adaptarse a contextos cambiantes y por cierto entonces variaría constantemente.
Estamos observando en los últimos meses muchas huelgas legales que se prolongan en el tiempo y terminan mal. Son el producto de análisis estratégicos equivocados.
Confundir en el discurso y en la práctica lo que históricamente en el mundo popular y sindical se ha llamado “programa máximo” y “programa mínimo” es un pecado permanente de dirigencias sindicales que no actúan para cambiar la realidad sino que para gritar las consignas que creen justas, sin percibir la jaula de hierro que muchas veces representa el contexto.
Otro pecado es confundir el “programa mínimo” con la aceptación obediente de las concesiones de la autoridad o de instrucciones que provienen de cúpulas político-partidarias.
Para nosotros el “programa mínimo” es la búsqueda inmediata de incrementos en la calidad de vida de los trabajadores y sus familias, sin olvidar que las tareas que restan son muchas y que los horizontes de dignidad, emancipación y libertad humana deseables están lejanos.
Para nosotros, y queremos integrar en esta definición a centenares de dirigentas y dirigentes respecto de los cuales hemos contribuido a su formación y que asesoramos; el “programa mínimo” es el total de iniciativas que desplegamos, en las reuniones con distintos interlocutores, en la calle o en huelgas duras, en el parlamento o los medios de comunicación, para alcanzar objetivos posibles, mensurables y evaluables.
Estas últimas tres características, propias de la metodología de diseño de proyectos, nos obligan a ser eficientes y eficaces. No basta con el discurso. Es necesario alcanzar resultados. La coherencia y la credibilidad son exigencias básicas.
Dijimos que decenas de las últimas huelgas sindicales parten con debilidades de base en el diagnóstico, con apreciaciones equivocadas de sus reales opciones. Las expectativas siendo justas no corresponden a la posibilidad de concretarlas.
El primer gran problema es la equivocación de las organizaciones en los cálculos sobre la fuerza propia y la de los aliados, además de la no disposición de estos a honrar esa alianza, que termina siendo sólo discursiva. Estos eventuales “aliados” a veces son agentes políticos que en realidad persiguen agendas propias.
La segunda cuestión está constituida por las expectativas. El clima político social en que se denuncian las tremendas desigualdades presentes en el país parece un terreno propicio para intentar corregir parte de esas asimetrías en la distribución de la riqueza que se contribuye a crear. Es posible ver y escuchar a líderes sindicales señalando que la oportunidad es ahora. Las grandes movilizaciones de 2011 y años siguientes, el discurso sobre el cambio de ciclo y la “crisis del modelo neoliberal”, el nuevo gobierno y el programa que éste levantó, crearon enormes esperanzas que cada cual buscó canalizar en beneficios inmediatos.
El tercer núcleo de dificultades se sitúa en la escasa presencia de “inteligencia estratégica” en los núcleos sindicales que se lanzan a la huelga. Aportan negativamente en el mismo sentido entidades y personas que asesoran altamente ideologizadas e incompetentes para apoyar la conducción de huelgas legales, a pesar de contar con aparentes habilidades librescas para comprender la realidad. Se confunde la descripción de hechos, la denuncia de injusticias, con las capacidades para operar en el mundo concreto.
Hay un cuarto antecedente que está agudizando las confrontaciones sociales y que hace que en realidad la decisión de huelga no está correspondiendo a los sindicatos; las cúpulas empresariales resolvieron, como respuesta a las reformas, enfrentar con dureza a sus sindicatos. Tenemos certeza de que esto ocurrió en el Retail, pero la modificación de la conducta patronal en muchas empresas de otros sectores permite establecer que tal acuerdo corresponde a un ámbito de aplicación mucho mayor. Esta verdadera colusión del empresariado ha sorprendido a muchas direcciones sindicales y les ha dejado empantanados en largos conflictos sin solución. No debería resultar muy asombroso que reparticiones estatales estén operando en los mismos términos. Este maridaje entre lo público y lo privado es propio del modelo socioeconómico en desarrollo.
¿Qué hacer entonces?
La vieja pregunta de los partidarios de los cambios retorna cíclicamente. Vivimos tiempos confusos que todavía no alcanzan la naturaleza de crisis, pero que permiten observar larvadamente efectos de descomposición social. Estos tiempos son los peores. En un aparente estado de orden en que todavía “las instituciones funcionan”, la verdad es que ello es formal y los distintos actores sociales están librados a su suerte, porque el poder político y en realidad el estado pierden su carácter arbitral y definitivamente optan por el crecimiento económico y con ello por las reglas que benefician al capital.
En este cuadro los trabajadores organizados en Sindicatos, una minoría, están librados a su propia suerte y por ello resultan un contrasentido alianzas de carácter estratégico de núcleos sindicales con los partidos políticos que gobiernan. Se olvida que estas fuerzas, aun teniendo acuerdos precisos momentáneos, tienen misiones diferentes que muchas veces serán antagónicas.
Si se tiene claro está concepción de alianzas y de las distintas funciones de los actores políticos y sindicales, en el terreno más concreto, cada lucha sindical vinculada a negociaciones colectivas regladas debe establecer su propio contexto sin dejarse permear por las externalidades, esto es el debate externo aparentemente positivo.
Revisar la fuerza propia es lo sustantivo y a continuación los aliados que efectivamente se desplegarán con nosotros. Lo demás es puro discurso. En este análisis es relevante constatar las “reservas” propias, esto es la capacidad de prolongar el conflicto. Por cierto, entendemos por “reserva” al conjunto de capacidades y herramientas materiales y simbólicas que nos permiten sostener un conflicto en el tiempo. El adecuado control del tiempo y por tanto de la duración del conflicto es la clave de todo proceso de negociación. Aceptar cerrar sin entrar en conflicto es un acto de sabiduría mayor que nos evita daños colaterales. ¿Es tan difícil de comprender estas ecuaciones de análisis estratégico bastante simples?
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