Ciudad de putas, perros y polvo

Por Eduardo Ramírez/ Estudiante Ingeniería Comercial

Chile está sentado en una riqueza enorme, sus ciudadanos desconocen que son los dueños de tanto cobre -que -a los costos y precios actuales- alcanzaría para pagar casi 240 años de educación gratuita, o bien para entregar un sueldo ético a 1 millón de trabajadores durante 184 años. Con semejante bendición a cuestas, sería inmoral e inaudito que existiera solo una persona pobre en el país que sufra por salud, hambre o frío. Pero lo cierto es que en Chile son casi 2 millones.

¿Cómo se logra sostener así el curso de las cosas? ¿Cómo se logra que los chilenos seamos dueños sólo del 28% de nuestro cobre y que no haya un verdadero caos social? Los caminos a la privatización de nuestros recursos naturales han sido muchos, la funesta muerte del trabajador contratista Nelson Quichillao no ha sido más -ni menos- que la continuación de una lucha interminable de los mineros por devolvernos un poco de dignidad; la masacre en la escuela de Santa María de Iquique en 1907; o la masacre en el auditorio del salvador en 1966, son testigos de una historia llena de sangre, sudor y lágrimas para forjar nuestros derechos laborales.

Pero hay otras vías que no son tan evidentes. La represión y la sangre no son las únicas formas para arrebatar los recursos de nuestra patria -probablemente, sea un medio, incluso ineficiente, para lograr su cometido-. Es así, entonces, que los actuales dueños del cobre tienen “académicos que piensan” y “medios que comparten” sofisticadas teorías para decirnos que lo mejor es que el cobre se lo lleven otros.

Gramci decía que para construir verdaderas mayorías de cambio se necesita construir una amplia mayoría cultural. No se puede recuperar el cobre, si no somos plenamente conscientes de la naturaleza de lo que está en juego. Los poderosos, entonces, aquellos que nos dictan ideas sobre qué leer, qué vestir, o qué escuchar, se han preocupado por remar en la dirección que les conviene, y en el imaginario colectivo instalan ideas como: la “ineficiencia” de CODELCO, que los mineros son sólo grandes camionetas y televisores, que Calama es una ciudad de mierda, o que los sustitutos están a la vuelta de la esquina.

Y es que, quienes ejercen el poder en Chile saben que los grandes cambios se hacen necesariamente con un amplio sentido de pertenencia a nuestra clase y a nuestra tierra. Por eso, “nos enseñan” que a esa clase se la desprecia -o se le asesina-, y que esa tierra no es más que putas, perros y polvo.

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