La Reforma Laboral y la desigualdad en Chile

Por Rafael Urriola, director Programa de Protección e Inclusión Social y Jaime Ensignia, director Programa de Relaciones laborales, Fundación Chile 21.

No cabe duda que la mal llamada Reforma Laboral –porque es apenas una modernización de las relaciones laborales– es la que más ha molestado al gran empresariado del país. En realidad, las contrarreformas de la dictadura más significativas fueron, de una parte, apropiarse de las empresas públicas a valores irrisorios y, de otra, arrinconar las reivindicaciones de los trabajadores de tal modo que sus demandas sistemáticamente fuesen “legalmente” desdeñadas. Que la huelga no tuviese impacto porque la empresa puede contratar otras personas; o que se defina a las empresas como de seguridad pública para que los trabajadores no puedan paralizarse y, especialmente, por la imposibilidad de ejercer la negociación colectiva ramal, fueron obviamente, las medidas que muestran la asimetría que la dictadura impuso a partir del Plan Laboral de José Piñera en 1979.

La Reforma Laboral, hoy en debate parlamentario, es solo un mero “aplanamiento de la cancha” que destruyó la dictadura y que existió en nuestra república durante al menos 80 años. Puesto que nos encanta compararnos, esta modernización de las relaciones laborales en Chile trata, simplemente, de intentar situarse al mismo nivel que la mayor parte de los países desarrollados de la OCDE.

¿Puede defenderse que en una negociación los trabajadores incluso pueden perder reivindicaciones ganadas en años anteriores? Esto solo cabe en la lógica del castigo represor (típico de regímenes dictatoriales). ¿Acaso alguna vez los trabajadores han planteado reivindicaciones que signifiquen la quiebra de la empresa? En Francia, por ejemplo, los sindicatos tienen acceso a las contabilidades de la empresa para hacer más clara la propuesta de reajustes y negociaciones salariales. En el mismo sentido, en 1991 la empresa Volkswagen con un sindicato muy fuerte, solidario y con delegados sindicales en el Comité de Empresa, aceptó un ajuste a la baja de los ingresos de los trabajadores con el objetivo de mantener sus empleos. Eso sí, el sindicato de esta empresa alemana tuvo acceso a las cifras reales de la compañía y, además, estuvieron asesorados por empresas respetables de contabilidad.

Chile no puede continuar con las relaciones laborales actuales porque esta es la causa fundamental de las inequidades que observamos en nuestra sociedad. Estudios de la Universidad de Chile han concluido que el 1% del sector de más altos ingresos se apropia del 30% de los ingresos nacionales. La mayor parte del incremento de las desigualdades no se produce, solamente, en el ámbito de las remuneraciones del trabajo, sino por la apropiación de ganancias de las empresas que no son distribuidas y que, en el marco de la legislación actual, no pagan impuestos porque eso es un crédito que se anota en el FUT. Esta riqueza la aportan los trabajadores, pero la legislación impide establecer una distribución equitativa entre sus aportes y las ganancias totales de la empresa.

La mejor manera de reducir las desigualdades no es ni siquiera el incremento de las tasas de impuestos, ya que buena parte de los impuestos se puede traspasar a costos en la medida que las economías latinoamericanas –en una proporción significativa– no están sometidas a parámetros de competencia. Los únicos, o más claros, impuestos que pueden ser relevantes en una perspectiva distributiva son aquellos que gravan al 1% de los más ricos y que se transforman en transferencias a las sectores de menores ingresos.

Pese a todo, lo más importante es que los trabajadores sean capaces de aumentar los salarios mínimos. La Fundación Sol señala que, cuando los países desarrollados tenían el mismo PIB que Chile, el salario mínimo era dos veces superior que el actual en nuestro país. Asimismo, el afamado economista francés Thomas Piketty destaca que “la desigualdad se reduce entre 1968 y 1983 en Francia porque el salario mínimo sube más que los salarios medios”. Esto también ha pasado en Chile y otros países de América Latina en diversos momentos y, justamente, puede ser una buena propuesta para reducir las desigualdades en el Chile del siglo XXI.

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