Por Elson Borquez/ Pdte Democracia Regional
No cabe duda que la crisis de credibilidad y confianza que mantiene divorciada a la ciudadanía de sus autoridades y gobernantes, es una de las más severas que se haya apreciado en nuestra historia republicana. Primero por la transversalidad de las acciones y los actores involucrados, lo que denota un acomodo, aceptación y costumbre donde con tal de mantener al país en orden “institucional” crecimiento y acceso a bienes materiales; son válidas todas las prácticas que soterradamente permitieron mantener privilegios e hipocresías porque, con ello, se estaría realizando un “servicio y/o gesto al país” a través de la política y, segundo que; ayudado por la arquitectura institucional, los partidos políticos pasaron de ser los genuinos motores de ideas y debate de bases, a la agencia de empleos y “llevadores” de maletín del timonel de turno.
El Gobierno pronto ingresa en su segunda mitad y cada día su impronta y sello reformista tenderá a cerrar lo construido más que a seguir abriendo flancos, comienzan los procesos electorales que nos tendrán por los próximos dos años inmersos en la lógica electoral, primero municipal y luego parlamentaria y presidencial, con el ingrediente de la abstención, nuevo sistema electoral y topes de financiamiento. Bajo este escenario ¿Qué podemos esperar de nuestros partidos, movimientos e instituciones políticas del país?
Lo primero que se espera es que las reglas y nuevas reglas se cumplan, requisito fundamental para cimentar una recuperación de confianzas y enlace ciudadano. Segundo; aprender a retirarse dignamente en tiempo y forma, aún cuando la legislación no te obligue. Nuestras autoridades deben ser capaces de leer el momento político que atravesamos y contribuir con su cuota de “dolor” verdadero a la recuperación de la conexión ciudadana. Mucho han aportado y serán parte de una buena historia el día de mañana, y tal como la vida llega a su fin, la contribución al servicio público también tiene uno, el cambio epocal y de lógicas de trabajo dan cuenta de que la renovación generacional también debe llegar a la administración política.
Para ello es necesario que los partidos hagan su tarea, que las identidades, principios y sustentos filosóficos se exhiban en nuevas apuestas y liderazgos generacionales, que los viejos tercios colaboren pero no monopolicen. Que tal como en 1989 aflore el derrotero y no la conveniencia del acomodo laboral o el “CVA”, que la sana competencia en una primaria o porque no en una gran primera vuelta presidencial, no sea impedimento para la formación de coaliciones de mayorías que conformen Gobierno de acuerdo a una columna vertebral compartida en sus identidades. Nadie tiene porqué renunciar de antemano a mostrar a Chile quiénes son y qué piensan, no hacerlo sería un acto poco decoroso para el tiempo que estamos viviendo.
Nuestro sistema político está diseñado para competir abiertamente bajo vinculaciones e ideas comunes que compartirán el ganador y los derrotados en un gobierno de mayoría sin mayores tribulaciones institucionales. Las primarias abiertas o la primera vuelta presidencial son mecanismos que entregan la opción de salir de la zona de confort totalmente agotada y permiten la conexión, debate y participación ciudadana que hoy está perdida.
Ello solo requiere voluntad de estar dispuesto a salir del escritorio burocrático para defender las ideas que se supone se profesan.
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