El Movimiento Sindical en el primer año del gobierno de Piñera

Nos gusta hablar de «movimiento sindical», con singular y mayúsculas, cuando nos referimos a los sindicatos en general o cuando se agrupan en la central sindical mayoritaria (la CUT). Queremos que sea uno (y unitario), además de fuerte. Tal vez de tanto insistir se podría transformar en realidad. Pero no. No existe, en este tiempo, algo que pueda ser llamado Movimiento Sindical y en la mayoría de las oportunidades los sindicatos no están a la altura de sus tareas. Al menos de las que declaran cada una de las organizaciones sindicales realmente existentes.

 

En nuestro país han existido movimientos sindicales (y/o sociales en su sentido más amplio), como sujetos protagónicos de su tiempo histórico. Es decir, han reunido las tres condiciones inseparables de las que hablan quienes usan el análisis histórico para comprender la realidad social.

La primera condición supone la conciencia o identidad como clase o grupo social. No basta el rechazo colectivo frente a la injusticia o a las políticas pro-capital del estado. Se requiere un nivel mayor de formación político-social. Se necesita avanzar más allá de la reivindicación inmediata para constituirse en movimiento. Cuando hay conciencia social las plataformas que se levantan y tienen poder convocante son superiores en su elaboración y politización a las que efectivamente buscan conquistar los sindicatos en su acción real y no en los discursos o llamados que a veces imprimen o proclaman.

La segunda condición implica la existencia de planes firmemente compartidos en el mediano plazo. Un estado de movilización permanente en pos de objetivos claramente identificables por los propios protagonistas. Deben ser objetivos importantes que producen alteración de determinados estadios de injusticia. Los objetivos perseguidos tienen que anunciar y provocar cambios. Estos objetivos se plasman en lo cotidiano. Son parte de la «normalidad» del devenir sindical. No hay disociación ni bipolaridad entre práctica y discurso.

Lo tercero, como condición, hace obligante la existencia de organización. Una organización que conduce «el movimiento» (o varias organizaciones que establecen una alianza estratégica). Que le imprimen a la movilización y a la(s) organización(es) una ética social, disciplina y planificación operativa. Esto es, que logra(n) actuar en la realidad social con eficiencia y eficacia. Que altera(n) las coyunturas y pone(n) en peligro los datos estructurales. Anuncia(n) transformaciones sustanciales del paisaje social y en ocasiones lo(s) logra(n) ( o al menos parece(n) lograrlos, como los pingüinos» en 2006).

¿Tenemos esto en el Chile del 2011? ¿Hay algo que parezca contener las tres condiciones descritas; conciencia de clase, movilización permanente y organización, para que, considerando el sentido mas exacto del término «movimiento», constatemos su existencia real?

Me temo que no.

Volvamos a nuestra pregunta

Si bien este verano no ha representado un avance significativo para el gobierno, esto no ha sido mérito de las oposiciones o de los sindicatos. Los últimos meses predominaron los autogoles de esta derecha que no puede con un rasgo de carácter genético, practica el canibalismo (cuando hay condiciones para «hacer política» y no está en peligro el control de los sectores dominantes). Ello se une a la presencia excesiva de la figura presidencial y a la ausencia de una estructura de decisión política institucionalizada.

En este contexto, que ha otorgado valiosas semanas para recomponerse luego de un año difícil, nuestros sindicatos y sus organizaciones de mayor grado no parecen haber usado bien el tiempo y no están acertando con la identificación y luego la solución de los nudos críticos que se requieren para su recomposición simbólica y material. Nos referimos en particular a la CUT y a las grandes organizaciones del sector público

El drama no es menor. No hay que enfrentar sólo el cambio de signo político de quienes hoy gobiernan, respecto de lo cual podría decirse que se cuenta con más de doce meses de entrenamiento y adaptación. No. Hay sencillamente una parálisis mayor. Una destructuración del discurso y de la práctica que se prolonga por veinte años. Y parece ser que hay que llevar esta crisis hasta el final.

Ahora hay que aprovechar este estado de destructuración para acentuarlo, ahora voluntariamente. Tocar fondo para luego construir movimiento, en el sentido esbozado, apelando a la historia más antigua de los sindicatos y al aprendizaje de los movimientos reales que fueron capaces de articularse en tiempos de gloria pasados. La otra vertiente irreemplazable de respuestas que contribuyen a configurar esta nueva construcción es la articulación precisa, para este periodo histórico, de los modos y los medios que se despliegan cuando se tienen focalizados la visión, la misión y los objetivos estratégicos del quehacer sindical. Nada menos.

Volvamos.

¿Qué es destructuración y porque habría que proseguir este proceso, ahora voluntariamente, al interior de este movimiento que podrían constituir los sindicatos de la segunda década del siglo XXI, redefiniendo para este fin el concepto de movimiento como una suerte de corriente cultural de adhesión laxa pero que conserva lazos de pertenencia que en momentos se activan y simulan un conjunto actuando como verdadero movimiento?

Esta palabra, útil para nuestros efectos. Proviene de la palabra francesa «destructurer» y fue empleada por Nathan Wachtel, historiador y antropólogo, para describir lo que ocurrió con los Incas cuando llegaron los conquistadores españoles. ¿Qué explica que un imperio bien constituido, con un poderoso ejército que dominó a todos los pueblos vecinos, fuera vencido por unos pocos centenares de extranjeros? La explicación no se encuentra en los caballos o en las armas de fuego, ambos elementos desconocidos para ese pueblo originario pero insuficientes para justificar la derrota. Wachtel dice que el Imperio Inca se destructuró. Es decir, se desmoronó. Perdió toda capacidad de autodefensa porque su visión de mundo se hizo trizas. Los ejes cosmogónicos que le sostenían se resquebrajaron por completo y perdió todo sostén interno (¿Qué se puede hacer sin la ayuda de los dioses?). Las razones de esta catástrofe fueron las profecías que hablaban de la llegada de grandes «barbudos»(los jinetes españoles), desde el océano, marcando el fin del Imperio. Como se ve, luchar contra los designios celestiales al menos inmoviliza. ¿Qué ha pasado con las organizaciones sindicales del sector público luego de la ola de despidos, los descuentos y las escasas posibilidades de negociar con la autoridad?.

La CUT y sus pilares principales, los grandes sindicatos del sector público viven entonces un estado de destructuración. En lenguaje de un cuentista chileno, están inanes. Sin conducta estratégica. Ha llegado a su término una etapa que llamaremos «Sindicalismo Para Estatal». Hay un amplio grupo de analistas que hablan de «sindicalismo de estado» para referirse al sindicalismo uruguayo, brasilero y argentino(principalmente). También se agrega el calificativo de «burocracias sindicales» para indicar los núcleos más estables de dirigencias sindicales que se autoeligen de manera permanente. En casos más extremos (ciertas corrientes peronistas), los cargos se heredan a «delfines» señalados por los grandes jefes. Los poderes que acumulan estas burocracias sindicales son de distintas naturaleza pero tienen como rasgo distintivo un estrecho vínculo con el poder político. Se produce un maridaje entre las cúpulas de los grupos en el poder político del estado y las organizaciones sindicales. El fenómeno argentino es ampliamente conocido, Moyano, su más importante líder sindical está siendo investigado por cuentas secretas en Suiza, También por el sabotaje al Diario El Clarín. Todo ello mientras busca instalar como candidato a Vicepresidente, junto a Cristina de Kirchner, a uno de sus asesores. En Brasil, el presidente de la Central pro PT abandonó su cargo para irse al gobierno como Ministro del Trabajo. Los uruguayos sufren las consecuencias de su adhesión al gobierno, obligándose a mantener bajo control sus demandas.

¿Es legítimo hablar en Chile de lo mismo? No. Por eso no hablamos de Sindicalismo de Estado, pero con ausencia absoluta de creatividad, denominamos «Sindicalismo Para Estatal «al que se desarrolla en Chile, durante los gobiernos de la Concertación.

Todo partió con la llamada «responsabilidad democrática». Esa fue la exigencia que hizo la nomenclatura de la Concertación a los líderes sindicales. Debían controlarse las peticiones para evitar un retroceso en la conquista de la democracia. Pinochet estaba presente y podría conducir una involución del proceso democrático. Este planteamiento contribuyó también a desarmar las organizaciones, de todos los frentes sociales, que habían luchado contra la dictadura. Esta verdadera cesión de su representación que hizo el movimiento popular, se vivió primero como cesión a los partidos políticos de la concertación y luego (de facto) a los grupos que controlaban esos partidos. Este acto expropiatorio de la representación directa, que portaban las organizaciones populares, se extendió a toda la sociedad civil e incluyó por supuesto al mundo sindical.

¿Que pasó después?

La historia es conocida a medias. En cambio, los frutos de ese estado de cosas, construido a lo largo de dos décadas, están a la vista.

Empecemos por el final. La CUT es hoy controlada por un duopolio que no obedece exactamente a partidos políticos (o al menos a las estructuras formales de dirección de los mismos). Estas verdaderas máquinas burocráticas controlan la Central y buscan y alcanzan influencias en las grandes organizaciones, principalmente del sector público. Con estas viven relaciones cíclicas de distancia y acercamiento. Lo concreto es que se requirieron mutuamente para asegurar el modelo sindical implementado en las dos décadas concertacionistas. Este se basó en una construcción cupular en que la central tuvo el control, otorgado por el gobierno, de las negociaciones del sector público (lo que parece continuar en el presente). Esta renuncia a la «autonomía relativa» fue un pacto implícito que está llegando a su término, salvo que las mismas razones que le dieron origen lo prolonguen ahora como expresión de la ausencia de respuesta estratégica y de la incapacidad de dotarse , los sindicatos públicos, de una organización común para manejar sus propios asuntos. Cada gremio nacional del sector público se sintió en libertad de reclamar contra la CUT, pero nunca definieron y ejecutaron una salida alternativa. A esas organizaciones les fue siempre cómodo «protegerse» bajo el alero de la CUT, acusarla de las deficiencias negociacionales y así librar bien paradas de esos procesos. Esa ficción, ese juego doble se está acabando. Las organizaciones del sector público están quedando desnudas, libradas a sus propias fuerzas, descubriendo que la CUT en realidad no significa protección alguna sino que cumple un papel de mediación política con las autoridades. Cuando esto se pone en peligro o pierde sus carácter protector deja de justificarse. La CUT también deberá terminar por aceptar que ya no puede, fácilmente, canjear «paz social» con el gobierno, a cambio de influencia, porque no dispone de amenazas reales considerando que fue «pesada» en el último año en su potencial de movilización del sector público. Esto sin que sea directamente responsable ya que sólo actuaba como broker (intermediario) Todo lo demás es griterío, mientras no se demuestre lo contrario. Lo mismo está ocurriendo con la ANEF en relación a las organizaciones sectoriales (caso del descuento en Impuestos Internos), y en las demás áreas (salud, municipales y otras), afectadas en su cohesión interna.

Describamos más precisamente lo que hemos llamado con tanta soltura de cuerpo «Sindicalismo Para estatal» a propósito de nuestro sector público, el más genuino representante de esta forma de hacer sindicalismo a la sombra del estado.

La piedra angular es el estrecho vínculo con la política (y los políticos). Hubo en estos años una situación de clientelismo, de dependencia clara, aunque a ratos encubierta por discursos incendiarios e incluso movilizaciones. Esto era evidente en los límites de lo que se pedía (y aceptaba como término de los conflictos), y en el rubor emocionado del dirigente que era saludado por algún ministro. Más aún, la importancia de un dirigente sindical tenía que ver con sus interlocutores. La culminación de este lazo fue la construcción del discurso sobre sindicalismo socio-político que permitió justificar las pre-candidaturas a diputados de varios dirigentes sindicales de rango nacional. Pero este acuerdo no fue una alianza de la CUT con un partido o grupo de partidos, sino que un simple chipe libre para que cada cual buscara un arreglo con su propia organización política o se arrimara al tercer candidato presidencial. El resultado fue lastimoso. Algunos no alcanzaron a ser candidatos y quienes pasaron ese colador fueron derrotados. El pueblo trabajador no distinguió a sus líderes con el voto, en términos suficientes para elegirlos sus representantes.

El siguiente rasgo sustantivo del modelo tiene que ver con los medios y los modos de hacer política sindical. En lenguaje más antiguo (diría un «renovado»), se practicó preferentemente una «política de mesas y no de masas». Esta denuncia, efectuada en las celebraciones de los Primeros de Mayo, por pequeñas organizaciones, fue absolutamente real en la mayor parte de las ocasiones. Las movilizaciones, expresadas como paros y marchas, no tenían consecuencias importantes para ninguna de las partes, sea el gobierno o los trabajadores. Quienes se movilizaron no constituyeron nunca asambleas deliberativas sobre el destino de sus acciones y sólo acataban los precarios acuerdos de los pequeños núcleos de incumbentes. Usamos esta palabra como sinónimo de beneficiarios, es decir aquellos grupos que ganaban directamente (para sí o para sus cercanos), en el contacto con el poder político. No pretendemos agredir gratuitamente a quienes por años han considerado que han luchado realmente con todos los medios a su alcance. Sin embargo, invitamos a revisar con serenidad los resultados de esas luchas y sus naturalezas contrarias o favorables a los planes de las autoridades. Salvo escasas excepciones, los acuerdos se enmarcaron en las políticas que la autoridad consideró pertinentes. Recuérdese el tema de la Carrera Funcionaria v/s el Nuevo Trato impuesto. Los dirigentes del aparato central del estado estuvieron largos meses en «comisiones de trabajo» y se movilizaron tardíamente, mientras las demás organizaciones de la Salud, Municipales y otros consideraron que no era su tema hasta que no pudieron reaccionar y comprobaron que la legislación les era plenamente aplicable. Hay ejemplos de luchas que se efectuaron fuera de estos carriles. Uno de los más ilustrativos fue la huelga de los Profesores que se prolongó más de un mes a fines del 2009 hasta culminar en una fuerte derrota. Allí, fuera de sus desaciertos y virtudes, no hubo «complicidad» con la autoridad, dato presente en la mayoría de las demás movilizaciones del sector público.

El siguiente elemento que permite describir este modelo sindical es el discurso. La bipolaridad del discurso. El exceso verbal como herramienta de concurso ante las bases. Se prometen éxitos sin inmutarse. Existe una distancia enorme entre lo que se dice y escribe en las plataformas reivindicativas y lo que finalmente resulta. Lo mismo ocurre con las amenazas que pueden ir desde un «estado de movilización ascendente» a un «paro nacional».Mas de alguien dirá que han habido muchos paros nacionales en el sector público. No obstante tenemos la obligación de relativizar esta afirmación cuando los servicios «parados» siguen funcionando o cuando estos paros están en verdad controlados en su ejecución y consecuencias (comparemos las movilizaciones durante los gobiernos de la Presidenta Bachelet y el actual). La exageración mayor se produce cuando es la CUT la que convoca a un paro nacional a todos sus afiliados, públicos y privados («avanzar, avanzar hacia el paro nacional»).

La grandielocuencia discursiva es ciertamente mayor en el sector público, probablemente porque hay menos consecuencias para los dirigentes y sus reelecciones. Las máquinas electorales que controlan, unidas por supuesto a liderazgos que poseen los jefes de equipos, hacen posible que no asuman deberes formativos con sus Asambleas y dejen fluir los deseos y aspiraciones que luego se expresaran en las resoluciones y plataformas. En el sector privado esta incontinencia verbal está más restringida a las Federaciones y Confederaciones. En los Sindicatos de base, que negocian con sus Empresas, los errores de los dirigentes y la falta de resultados se pagan. Tienen costos en la continuidad de los mandatos. Esto explica que en los sindicatos base exista mucha mayor rotación de dirigentes que en las Federaciones y Confederaciones o los llamados «sindicatos nacionales» (que tienden por la ausencia de control directo de sus a permanecer largo tiempo en los cargos). Por cierto, esa rotación es mucho más que en el sector público, sin importar el nivel de la estructura sindical).

Este fenómeno de esquizofrenia entre el discurso y la práctica tiene su origen en los populismos corporativos pero también en la débil formación ideológica de los dirigentes y, lo que a veces es peor, en una formación ideológica que se eleva a la categoría de fé religiosa. Se pretende adecuar la realidad a los pensamientos propios que se suponen ley sagrada y se busca obligar a los otros a profesarla. Nunca como antes se requirió de Liderazgos Situacionales. Es decir de dirigentes que se adaptan a los cambios veloces de este tiempo sin renunciar a sus principios. Dirigentes que comprenden sus entornos y los límites de sus propias organizaciones, para luego levantar sus plataformas y planificar sus acciones.

Nos hemos referido al sindicalismo del sector público que a nuestro juicio porta en lo general, con desigualdades y también excepciones, las características de este Sindicalismo Para Estatal. Pero, ¿que pasa en el Sector Privado?

Digamos al partir que el sólo hecho de que hable de «Sector Público» y «Sector Privado» es casi obsceno. La proporción en la Fuerza de Trabajo es de 1 a 9, aún si consideramos a las Fuerzas Armadas como integrantes del área pública. Los números de sindicalización hacen evidentes la subrepresentación de la mayor parte del mundo laboral (el privado), entre las sumas totales de trabajadores sindicalizados y de los que participan en la CUT. Por alguna extraña razón no son conocidos en términos exactos los trabajadores privados representados en la CUT. En la ENCLA 2008, se indica que un 33,5% de los sindicatos están afiliados a alguna central (CUT 85%, CAT 8,9% y UNT 5,9%). Estas cifras han variado levemente. Otros números dicen que sólo negocia colectivamente el 10% de los trabajadores privados y que de estos el 55% pertenece a sindicatos de Grandes Empresas. En la CUT se reconocerían entre 450 y 700 mil asociados, de los cuales efectivamente son públicos más de la mitad o un «tercio grande» según el número que elijamos o los que se presenten con cuotas al día en sus Congresos.

En los hechos, para participar en el IX Congreso de la CUT (Abril de 2011) calificaron representantes de 350 mil trabajadores, pero sólo hay registro que en las votaciones lo hicieron poco más de 220 mil socios, a través de sus delegados elegidos también indirectamente.

Antecedentes empíricos indican que hay paños productivos completos con muy escasa participación en la CUT y que grupos disidentes se han autonomizados y controlan directamente su propio actuar, aunque algunas de sus organizaciones integrantes participen en la CUT, a su propio titulo (CGT, CGT Mosicam, CNT (ex Confesima), Constramet,etc) Esta autonomía que se expresa en grandes confederación ocurre mucho más entre Federaciones y Sindicatos.

El peso actual de la central en las negociaciones colectivas es escaso. A veces se habla de la existencia de «asesores de la CUT» con resultados inciertos como los conflictos recientes de Farmacias Ahumada, PISA y antes Aguas Claras, Pre-Unic, Lider Gran Avenida y Líder Los Dominicos, entre otros. Se sabe que fue finiquitado el 70% de los trabajadores de Farmacias Ahumada y de al menos el 40% de PISA, para mencionar los últimos casos. Quienes conocen el mapa interno de la CUT saben que no hay respaldo consensual de la organización a las negociaciones colectivas y que la estructura oficial, el área de Conflictos no cuenta con respaldo colectivo, sino que este respaldo obedece a dirigentes precisos que estén apoyando conflictos determinados. Sólo en situaciones específicas, cuando existe un gran impacto público por ejemplo, se produce una acción más colectiva. La verdad es que la ley circunscribe las negociaciones colectivas (el momento más importante en la vida de los sindicatos), al interior de las empresas, limitando fuertemente el actuar de la central, confederaciones y aún las federaciones (que a veces se organizan más racionalmente al interior de los holdings). De esta manera, la verdadera influencia la tienen aquellas organizaciones que poseen la capacidad de ejercer poder real. Esto es que acopian los medios y tienen la voluntad de emplearlos con «libertad de acción», concepto de la teoría estratégica que implica ausencia de controles externos y por tanto de autonomía que en su peso relativo depende de la acumulación de poder propio o delegado de la estructuras de alianzas de la cual se forme parte

En la experiencia cotidiana se puede constatar que hay un número importante de sindicatos que no perciben la utilidad de la central. Pareciera que esto se vincula en forma inversa a la necesidad de la política (y los políticos), como herramientas directas. Más aún, varias leyes de los últimos años fueron evaluadas negativamente en sus efectos; Semana Corrida, Ingreso Mínimo Legal al Sueldo Base (ambas usadas como escusa para bajar remuneraciones como en el retail), otras han servido para precarizar los empleos estables de la Televisión (Ley del Arte y el Espectáculo). Está extendida la visión de que ojala no se hagan leyes sin consultar a sus eventuales beneficiarios y que si la CUT actúa en los espacios legislativos lo haga con opinión técnica fundada. Otro ejemplo de estos desaciertos se encuentra en un proyecto que propone cerrar los Malls todos los domingos y festivos, dejando fuera del beneficio al comercio mediano y pequeño y otros grupos de trabajadores del sector Servicios.

¿Quiénes participan entonces en la CUT, del llamado sector privado?

Muchos votantes. Es decir sindicatos interempresas, de trabajadores por cuenta propia, delegados de las provinciales de la CUT. Estos grupos son parte de un entramado de lealtades clientelistas. Obviamente junto a ellos hay sindicatos de la economía real. Pero lo números son precarios en la suma final. Quienes logran finalmente pagar sus cuotas (que ahora están menos subsidiadas por los gobiernos que durante la Concertación), no representan plenamente sus sectores económicos y cuentan con competencias sindicales dentro o fuera de la central e, incluso al interior de sus propias unidades económicas de origen..

El sindicalismo del sector privado es mucho menos sindicalismo para estatal, pero tiene otras debilidades tanto o más importantes. Está la escasa representación, núcleos dirigenciales sin formación a nivel de base (fácilmente cooptables para políticas inmediatistas o derechamente pro-empresas). Se agrega a ello la atomización. Este mundo de sindicatos de base no se representa bien en varias de las confederaciones nacionales dirigidas por lideres que han permanecido largos años en sus cargos, muchas veces sin tener responsabilidades en la base. También ocurre lo mismo en relación a la CUT.

¿Cómo se llegó a este estado de cosas en las organizaciones sindicales del sector público y del sector privado, y en la propia CUT?

Hemos dicho que durante más de veinte años se constituyó una forma particular de hacer política sindical. La hemos denominado sindicalismo para estatal, sindicalismo construido a la sombra del estado. Esto afectó de manera principal a los gremios públicos pero los sindicatos privados fueron tributarios de lo mismo, al acompañarles en la Central Unitaria de Trabajadores.

Al desarrollarse «a la sombra del estado» se crearon dependencias de distinta naturaleza, incluyendo subordinación económica, de platas directas y de proyectos que dependieron de la buena voluntad de personeros de gobierno y de acuerdos políticos.

Se creó una burocracia sindical que administró el vínculo con la política. Eso se acabó en Marzo de 2010. Lo que se presenció durante este primer año del gobierno son los titubeos de la readaptación. Un día son sonrisas con las nuevas autoridades (incluyendo fotos), al otro día hay denuncias de incumplimientos de los compromisos contraídos y quejas por las agresiones. Nos olvidamos de la existencia de la disputa de clases, todavía presente nos guste o no,

Hemos dicho que la destructuracion del mundo sindical, descrita en lo principal, debe profundizarse como una acción voluntaria. Hay que desarmar lo esencial de lo existente para luego reconstruirse. No basta con un remozamiento (con un reload como dicen en la Concertación de manera tan fina). No es suficiente una cierta autocrítica que se plantea corregir aspectos parciales del quehacer sindicales o introducir reformas particulares en una secuencia temporal indefinida (Reforma estatutaria para otorgar derecho a Voto Universal en algunos años más, sin decir cuando). Se necesita afectar prácticamente todos los elementos constitutivos del mundo de los sindicatos (públicos y privados), para que se produzca el rearme ideológico y su redespliegue estratégico y operacional.

Se requiere actuar sobre el discurso, los modos y medios de movilización, además de las nuevas formas de organización. Esto supone medidas inmediatas que deben partir de la Central y una Planificación Estratégica global que elija áreas como proyectos pilotos,de modo que se utilicen como efecto demostración. No basta con democratizar profundamente los estatutos y la vida interna de la central y otras estructuras sindicales. Hay que renovar los cuadros dirigentes sin tirar por la borda la experiencia acumulada pero dando paso efectivo a las nuevas generaciones y a las mujeres de este tiempo, que tanto bien han hecho cuando asumen responsabilidades en sus sindicatos, sin subordinarse a los estilos masculinos antiguos de conducción.

Por supuesto que se requieren cambios legales como la sindicalización automática, el término de los multiruts, el fortalecimiento de los mecanismos y del universo de beneficiarios de la negociación colectiva, la existencia de instancias que apoyen el desarrollo de los sindicatos y la formación de los nuevos núcleos dirigenciales y otras más, pero mientras esto no ocurra debemos preguntarnos que debe hacerse desde el interior de las propias estructuras sindicales.

Los sindicatos actúan en un medio jurídico, socio económico y cultural adverso. Qué duda cabe! Sin embargo, ¿Se esperará que quienes ejercen la dominación vengan en socorro de estas organizaciones populares?

Al terminar este texto volvamos a la política. Tenemos el firme convencimiento de que en los fenómenos descritos cabe una gravedad responsabilidad a los partidos políticos y sus cúpulas dirigentes, en particular a los llamados «partidos populares». Han permitido que importantes núcleos de militantes contribuyan decisivamente al actuar estado de cosas. Han sido responsables por acción y omisión.

Por Carlos Cano B.
Director Ejecutivo
Centro de Estudios del Trabajo (CETRA)

Santiago, Mayo de 2011.

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