Las lecciones inesperadas de Chiloé

Apelar a la austeridad fiscal ante esta tragedia es un chiste de mal gusto. Sobre todo cuando el país conoce detalles de cómo el Ejército malgastó millones de dólares del erario público en fiestas y enriquecimiento ilícito. Lo que diferencia al movimiento social de Chiloé no es la movilización en sí misma, sino que el contexto histórico en el que se manifiesta.

La tragedia que afecta a Chiloé ilustra de manera nítida la forma en que el poder político de nuestro país reacciona ante las demandas sociales de los ciudadanos de a pie. Es un esquema que se ha repetido una y otra vez, tanto en Aysén, en la Araucanía, en Freirina como en las movilizaciones estudiantiles.

El libreto es el siguiente:

Primero, el malestar social es ignorado de manera sistemática por los gobernantes, los medios de comunicación tradicionales y los grandes empresarios.

Segundo, ante la falta de respuestas y al ser invisibilizados por la prensa, ese malestar se transforma en rabia y estalla en violencia social. Es en esos momentos donde esos tres poderes comienzan a prestar atención.

Tercero, indignados ante el desorden público, el gobierno envía las fuerzas especiales de Carabineros para reprimir las protestas.

Cuarto, después de un tira y afloja se llega a una suerte de acuerdo que depende, en parte importante, de la posición que hayan asumido la prensa tradicional y los empresarios. Por ejemplo, en el caso de Aysén en 2011 los medios de comunicación vieron con cierta simpatía el movimiento social y los empresarios no se involucraron mayormente ya que no tenían ni tienen grandes intereses en esa región. El caso de la Araucanía, por otra parte, es justo lo contrario. La prensa tradicional ha criminalizado a los mapuche movilizados, las fuerzas especiales de Carabineros ya son una fuerza de ocupación permanente en algunos territorios y dos grandes grupos económicos –los Angelini y los Matte– tienen invertidos decenas de millones de dólares en la región a través de sus empresas forestales.

Quinto, todo vuelve a la normalidad hasta que estalle el próximo conflicto social en Chile.

Y así se han desarrollado, con altos y bajos, casi todos los conflictos sociales. No sólo en el cuarto de siglo de post-dictadura, sino que a lo largo de toda nuestra historia. Claro que antes enviaban al Ejército o a Carabineros con permiso para disparar y matar a los que reclamaban por sus derechos. Basta con recordar la matanza de Santa María de Iquique en 1907, la rebelión campesina de Ranquil a comienzos de los años 30 o la masacre de Puerto Montt en 1969, por nombrar algunos hechos.

Sin embargo, hay algo que hace que esta protesta en Chiloé pueda ser distinta. Ciertamente, ya se cumplieron los tres primeros actos del libreto. Ahora estamos presenciando el cuarto, que es negociar la ayuda económica que pueda dejar tranquilos a los pescadores chilotes. El ministro del Interior ya mostró algunas de sus cartas. “No somos un gobierno de billetera fácil y no lo vamos a ser”, afirmó Jorge Burgos. ¿Por qué no? “Porque sería irresponsable”, aseguró el ministro.

Apelar a la austeridad fiscal ante una tragedia económica, social y medioambiental es un chiste de mal gusto. Sobre todo en momentos en que el país está conociendo detalles de cómo el Ejército de este país ha malgastado millones de dólares del erario público en fiestas, casinos y enriquecimiento ilícito. Como afirma el periodista Mauricio Weibel en su recién estrenado libro “Traición a la Patria”, con la plata que los militares han gastado desde 2000 en la compra de armas se podrían haber financiado 30 hospitales, 100 liceos de excelencia, 300 farmacias populares, 35.000 viviendas sociales y decenas de embalses hídricos. Todo eso junto. Y todo ello sucedió sin que el Congreso, la Contraloría General de la República, La Moneda ni nadie se preocupara en lo más mínimo por esa juerga de gastos inútiles para un país que pretende ser desarrollado.

Lo que diferencia al movimiento social de Chiloé no es la movilización en sí misma, sino que en el contexto histórico en el que se manifiesta. A diferencia de Aysén o Freirina, por ejemplo, ahora sabemos con certeza cómo muchas grandes empresas han estafado a millones de chilenos a través de colusiones; cómo muchos políticos han sido financiados por grandes intereses corporativos, otorgando los favores concedidos legislando a favor de los intereses de sus financistas; cómo los poderosos eluden y evaden impuestos mientras que la gran mayoría está sometida al IVA, que sigue siendo la principal fuente de ingresos del fisco; en fin, cómo una tibia reforma laboral es diluida aún más por el Tribunal Constitucional, postergando una vez más los derechos laborales de los chilenos.

Es por ello que los hechos de Chiloé han contado con la simpatía espontánea de mucha gente de todo Chile que está ya cansada de tantos abusos y tantos reveses. Después de todo, ha pasado ya una década desde que el movimiento estudiantil irrumpiera con fuerza en la sociedad (la llamada “revolución de los Pingüinos en 2006), pero 10 años después es bastante poco lo que se ha avanzado. Así, muchos cifran sus esperanzas de progreso o acaso de venganza social en los pescadores chilotes. Y ello es especialmente cierto entre la “intelligensia” santiaguina.

Sin embargo, hay que poner paños fríos a estas esperanzas. El caso de la Araucanía es un recordatorio de lo poderoso que es alma conservador y reaccionario chileno. Pero, además, más allá de su folclor, Chiloé es una región poco probable para iniciar un cambio estructural.

Para comenzar, durante el período de la independencia la isla fue el último reducto de los realistas, y se mantuvo fiel a la corona española a punta de batallas y guerras. Recién en 1826, mediante una suerte de tregua militar, el archipiélago se integró a la nueva República.

Y en las últimas dos décadas, fueron muy pocas las voces chilotas que se opusieron a la avalancha industrial de las salmoneras. Más bien al revés. Muchos habitantes de la isla le dieron la bienvenida a esa industria porque les proporcionaba puestos de trabajo. Poco importaba que esos trabajos se remuneraban con sueldos miserables y que esa actividad pesquera trajera consigo un desastre ambiental que minaba su propio futuro.

Es de esperar que esta vez los chilotes –que celebraron la instalación de un inmenso mall en Castro– se mantengan firmes y no sólo busquen unas cuantas chauchas pasajeras más para apaciguar sus ánimos.

Tal vez sería bueno recordar una canción que Violeta Parra le dedicó a los habitantes de la isla después de vivir ahí tres meses durante el verano de 1959. En “Según el favor del viento”, cantaba:

No es vida la del chilote,

no tiene letra ni pleito.

tamango llevan sus pies,

milcao y ají su cuerpo;

pellín para calentarse

del frío de los gobiernos

(…)

Despierte el hombre, despierte,

despierte por un momento.

Despierte toda la patria

antes que se abran los cielos

y venga el trueno furioso

con el clarín de San Pedro

…llorando estoy…

y barra los ministerios

…me voy, me voy…

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