Con La Moneda 2018 en la mira, los candidatos del duopolio Ricardo Lagos y Sebastián Piñera recurren a lemas e ideas clichés como “si yo puedo contribuir, no me restaré”. Más allá de frases de buena crianza –“la ciudadanía hoy está empoderada”, reconociendo, de paso, que antes estaba sometida- poco les importa lo que ha pasado y cambiado en los últimos años. Apuestan a que vivimos en un país provinciano que se contenta con ver El Padrino I una y otra vez. Así no es de extrañar que las salas de cine estén cada vez más vacías.
Desde que los estudiantes comenzaron a marchar en 2011 bajo las banderas de “No más lucro”, el lema retumbó mucho más allá del mercado educacional e hizo que millones de chilenos visualizaran en esa frase los abusos a los que eran sometidos como consumidores y como empleados. Una suerte de verbo convertido en carne.
El enorme endeudamiento de los universitarios y sus familias para obtener una educación superior de dudosa calidad y de precarias perspectivas laborales, chocaba con el jugoso negocio que significaba el pago de sus aranceles para los dueños de esas universidades y para los tenedores de sus deudas: los bancos.
La seguidilla de escándalos de colusión empresarial que, una y otra vez han salido a la luz en los últimos años, vino a reafirmar que con el fin de ganar y acumular más dinero, los grandes empresarios de este país no dudarían ni un segundo en estafar a sus clientes.
Y a partir de fines de 2014, la revelación del financiamiento ilegal de la política desplegó frente a nuestros ojos la mecánica de la estabilidad política y económica del Chile de los últimos 25 años: transversalmente, casi todos los partidos políticos de los dos grandes conglomerados que han gobernado el país desde 1990, han recibido aportes de los grandes grupos empresariales para financiar sus campañas y, claro está, para devolver los favores concedidos.
¿Y cómo ha reaccionado la elite transversal ante este escenario? Haciendo oídos sordos. Ciertamente, desde hace algunos años sus grandes representantes emiten de vez en cuando frases de buena crianza como ésta, la más clásica de todas: “Chile ha cambiado y la ciudadanía hoy está empoderada” (reconociendo explícitamente que en los 25 años anteriores la elite gobernó con una ciudadanía sometida).
Un claro ejemplo de que esta elite transversal simplemente mira en menos a las masas, tal como lo hacía la plutocracia chilena del siglo 19, es su actitud frente al masivo movimiento “No + AFP”, que en los últimos ha sacado a ciento de miles de personas a marchar por las ciudades de todo el país. Simplemente no es posible volver a un sistema de reparto, dijo la propia Presidenta Bachelet, repitiendo como loro las verdades reveladas a ese conjunto de economistas locales que parece tener entre manos un Santo Grial previsional que ninguno de sus colegas en el resto del mundo tiene (nuestros economistas son tan sofisticados que hemos obtenido exactamente cero Premios Nobel en este ámbito). Apuntan sus dedos a Europa como un ejemplo de los muchos problemas que tiene el sistema solidario de pensiones. Ciertamente, los tiene. Pero el provincianismo intelectual al que nuestra elite nos quiere someter resulta, a veces, francamente insultante. La crisis de pensiones de Europa equivale –haciendo una analogía- a decir que el Bayern Munich está en crisis porque no ganó la Champions League. En cambio, miren lo bien que está Deportes Iquique que está liderando el torneo local (dicho sea de paso, el jefe de seguridad de ese club y ex miembro de la CNI fue procesado hace poco por el magistrado Mario Carroza por su responsabilidad en el asesinato de dos jóvenes miristas a fines de los años 80).
Apostando a la ignorancia, indiferencia o hastío de muchos chilenos, la autocrítica de la elite transversal -que incluye a amplios sectores de la Nueva Mayoría y a todo Chile Vamos, a la clase empresarial, la Iglesia Católica, los grandes medios de comunicación y las Fuerzas Armadas- es casi inexistente. De hecho, sus grandes intelectuales, como el columnista y rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, sostienen seriamente que esta crisis de confianza es producto del éxito del modelo capitalista chileno y que lo único que hace falta es cambiar algunos tornillos menores. Lo mismo pensaban los intelectuales de Luis XVI en la Francia de 1789, los demócratas de la República de Weimar en 1933 o Arturo Alessandri y su delfín Gustavo Ross Santa María en el Chile de 1938.
Acaso la muestra más clara de cuánto poder tiene el “peso de la noche” neo-portaliana de Chile en pleno siglo 21 es que los dos grandes precandidatos presidenciales para los comicios de 2017 son ambos representantes plenos de esta elite transversal, de esta nueva “fronda aristocrática”: los ex Presidentes Ricardo Lagos y Sebastián Piñera.
En otras palabras, la respuesta del sistema político que ha regido Chile desde 1990 frente a la crisis actual es ofrecer más de lo mismo. Es como vivir encerrado ad eternum en el reality televisivo ¿Volverías con tu ex?, pero sin la posibilidad de responder No.
Ni siquiera vale mucho la pena revisar en detalle la auto-proclamación de Lagos el viernes pasado, o la entrevista-respuesta de Piñera al día siguiente. Ambos abundan en frases clichés como que “si yo puedo contribuir, no me restaré”.
Los cinéfilos sostienen que “las segundas partes nunca son buenas”. El segundo gobierno de Bachelet parece darles la razón. El sistema parlamentario europeo, en cambio, previene esas sagas malas. Hoy a nadie en Inglaterra se le ocurriría pedir de vuelta a Tony Blair, o en España a José María Aznar o Felipe González. Aunque, seguramente, todos ellos podrían aportar con sus experiencias e ideas.
Pero, claro, hay segundas partes en el cine que fueron muy buenas, como El Padrino II. Claro que en esa cinta el viejo caudillo había muerto y había asumido una generación nueva de mafiosos. En Chile, parece, estamos empeñados desde 1999 en repetir El Padrino I una y otra vez. Así no es de extrañar que las salas de cine estén cada vez más vacías.
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