Las últimas intervenciones públicas de Fernando Atria explicitando su disponibilidad para competir en una precandidatura presidencial, si es que se estima que esta opción permite promover un debate que incorpore una opción programática de izquierda al interior de una coalición política caracterizada por el predominio de fuerzas restauradoras, agrega un ingrediente inédito al “baile” de precandidaturas presidenciales anunciadas en la Nueva Mayoría.
Evidentemente, la importancia de esta noticia no pasa por las eventuales virtudes y/o inconsistencias del abogado constitucionalista en tanto carta presidencial “competitiva” en términos de intencionalidad de voto y/o popularidad, sino que, muy por el contrario, la relevancia contenida en la “jugada de Atria” estriba en la posibilidad de dinamizar las tensiones históricas de un pacto político hegemonizado por sectores políticos que no están dispuestos a modificar las vigas estructurales del modelo neoliberal; propósito, por lo demás, profundamente arraigado en la actual dirección del Partido Socialista, producto de la conversión histórica de los socialistas chilenos ejecutada en las últimas décadas, tal como lo demuestra el estudio de Esteban Valenzuela publicado en 2014.
Con todo, los anuncios de Fernando Atria se insertan en un marco estratégico más profundo y de más larga data. Ya en su libro Neoliberalismo con rostro humano(2013), una de las preguntas centrales que guiaba su análisis era la siguiente: “¿Es el Partido Socialista un partido de izquierda o tienen razón los que dicen que hoy no es sino un partido neoliberal? Aquí la pregunta entonces debe ser si el Partido Socialista tiene sentido como proyecto político, lo que a su vez es preguntar sobre si él puede ser entendido como el agente de un proyecto político de izquierda” (p. 12).
He aquí el elemento de fondo que vuelve interesante la figura de Atria como precandidato presidencial. Su apuesta parte preguntándose por las condiciones de posibilidad de un agente sociopolítico capaz de viabilizar y ejecutar un programa de transformaciones estructurales. Ya en este punto se puede encontrar una diferencia sustancial respecto a la táctica adoptada por el ingenuo progresismo bacheletista, el cual llegó a pensar que se podían llevar a cabo transformaciones estructurales prescindiendo de la activación y promoción de sectores cada vez más mayoritarios de la población; cuestión imprescindible en un contexto marcado por la desconfianza ciudadana frente a la descomposición mostrada por los partidos y coaliciones políticas tradicionales.
Pues bien, ¿qué ruta estratégica ha de tomar el agente capacitado para viabilizar un proyecto político de izquierda? Fernando Atria ha simplificado esta pregunta considerando algunas estrategias adoptadas por la izquierda a nivel internacional: ¿adoptamos la vía “inglesa”, representada por las corrientes progresistas que han conquistado la conducción del Partido Laborista por medio del liderazgo de Jeremy Corbyn o nos inclinamos por la fórmula “española”, representada por la emergencia de Podemos y su irrupción en el tablero político? ¿Recuperar un partido histórico o conformar una fuerza política alternativa independiente del duopolio?
Evidentemente, cada una de estas apuestas tiene sus virtudes. Por un lado, Corbyn ha ratificado que un cambio en la conducción del Partido Laborista es posible tras la reciente victoria obtenida por su candidatura en las últimas elecciones internas del partido. Por el otro, Podemos ha ganado una posición política que ha provocado literalmente la ruptura del bipartidismo español, hoy por hoy, evidenciada en la severa crisis que corroe al PSOE (por cierto, no es casual que el autor intelectual de la rebelión restauradora que exigió con éxito la cabeza de Pedro Sánchez, el ex mandatario Felipe González, se haya reunido en Chile a mediados de la semana pasada en una actividad pública con Sebastián Piñera, en un seminario denominado –vaya coincidencia– “Liderazgo en tiempos de crisis”).
Más allá de estas circunstancias, es evidente que la problematización de Atria no tiene por objeto copiar alguno de estos modelos europeos a fin de reproducirlos al pie de la letra en el actual contexto nacional. Por el contrario, el problema explicitado por Atria pareciera ser más bien un llamado a tomar posición por una de las dos estrategias dentro del actual ciclo eleccionario; escenario en donde ambas apuestas –la “inglesa” y la “española”– resultan incompatibles.
Las últimas declaraciones realizadas por Gabriel Boric tras los anuncios de Atria son clarificadoras al respecto. Para el diputado independiente, “construir un nuevo proyecto de sociedad para las grandes mayorías, solo será posible si se constituye un actor fuera del duopolio. Por lo tanto, no apoyaremos a ningún candidato de la Nueva Mayoría”.
De este modo, y casi por default, la irrupción de Atria como “figura presidenciable” también dinamiza el debate en torno a los marcos estratégicos que enfrenta el espectro de organizaciones y movimientos que en la actualidad orbitan la plataforma del “frente amplio”. Todas ellas, inmediatamente después de sus respectivas evaluaciones respecto al desempeño electoral que obtendrán en las municipales, deberán decidir si es que emprenden el desafío de embarcarse unificadamente en las disputas electorales del año 2017.
Con ello, el reordenamiento del tablero sociopolítico nacional comienza a asumir las tendencias políticas que se proyectarán durante la próxima década.
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