El peligroso René

Bajo la lógica clasista de la izquierda cuica y no tan cuica, si antes eras un cantante kitsch autogestionado, con cierto parecido a un clon entre Elvis y Camilo Sesto, ni se te ocurra pensar en ser alcalde. Es de mal gusto. No importa si años después estudiaste en horario vespertino, te titulaste de constructor civil y arquitecto, fundaste una empresa y lo que aprendiste lo usaste para salir adelante regularizando construcciones.

Para aspirar a ser un representante del pueblo legitimado por la élite igualitaria de izquierda, eso no es lo importante, sino que debes tener la verborrea y la estética necesaria.

Ideal es que provengas de alguna universidad bien “rankeada” y no una de medio pelo, ojalá que además tengas nexos con la alta burocracia política y partidaria, es decir, que no seas un aparecido o que, al menos, vengas de algún colegio privado de gente “consciente” bien relacionada.

Por último, ojalá hayas vociferado y hecho las gárgaras de rigor contra el sistema, contra los ricos, en alguna marcha como dirigente estudiantil. Ni se te ocurra provenir de un Instituto Profesional o haber fundado una pyme. Eso te hace un vil capitalista, un simple cantante albañil, y te aleja de la pureza de los verdaderos luchadores sociales, los que de verdad están firmes junto al pueblo.

Solo si cumples aquello, entonces, ya no serás considerado un esperpento del día electoral por ciertos panelistas, sino que estos harán llamados casi imperativos para que se baile en tu nombre. Entonces no dirán ‘ánimo’ como un pésame irónico, sino que llamarán al jolgorio como un deber.

El elitismo y clasismo de la izquierda chilena, paradójicamente, aflora de manera brutal cuando alguna persona de las que ellos consideran dentro del estereotipo de pueblo o simple ciudadano, desafía sus prejuicios, se rebela a sus cánones o disputa sus redes de poder, por ejemplo, postulando a un cargo de representación de manera independiente.

Ahí, surgen los apelativos: desclasado, facho pobre, títeres, etc. Porque finalmente, para las élites clasistas de izquierda, el pueblo o el ciudadano común y corriente es bueno y consciente siempre y cuando se limite exclusivamente a apoyar a sus miembros dirigentes y sus causas.

De lo contrario, son unos alienados, burdos títeres de intereses ajenos a los verdaderos intereses del pueblo. Es decir, el ciudadano común es bueno mientras no desafíe la supuesta estatura moral que las élites de izquierda se adjudican a sí mismas y mediante la cual asumen que ellas son las únicas que representan y pueden representar mejor los intereses del pueblo. La democracia, entonces, debe estar reservada a sus círculos de hierro y los ciudadanos comunes y corrientes solo deben limitarse a votarlos, a mirarlos desde lejos.

Por eso, para las élites de izquierda solo algunos merecen sus alardeos por haber derrotar al duopolio. Pero para eso debes tener una foto con un Boric o un Jackson. Si, en cambio, sin avisarle a nadie, derrotaste al postulante de la Nueva Mayoría y a una ex ministra de Piñera en Conchalí, sin más  recursos que los tuyos, no es tan valioso. Ahí no hay acto heroico sino anécdota freak.

Ahí, las élites de izquierda no aplauden tu independencia, no ven compromiso sino ambición o una excentricidad. Eso no les gusta. Claro, porque en el fondo desconfían del ciudadano común y corriente, porque no son GCU como ellos, con consciencia, refinados, cultos. Porque no tienen apellido Sharp ni Fernández o Chadwick, sino que quizás son un simple De la Vega de Conchalí, que antes soñaba con ser cantante.

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