María Fernanda Villegas A.
Se ha ido generado cada vez mayores niveles de conciencia ciudadana sobre los grados de desigualdad entre hombres y mujeres a escala planetaria. Hemos, a lo largo de la historia moderna, alcanzado conquistas inestimables y reconocido avances relevantes en participación, representación y ejercicio de derechos…. Así va la historia, aunque lento, pateando la rémora de los atavismos culturales patriarcales, pero a la suma y resta, avanzando….
Hasta que de un momento a otro en una pequeña ciudad del norte chico de Chile, un juez aplica una sentencia en un tribunal y decide volvernos la mirada a tierra, infringiendo no solo una derrota táctica a la lucha del movimiento de mujeres y de DDHH sino introduciéndonos en un túnel del tiempo. De este modo notifica a la sociedad que infidelidad conyugal o de pareja, constituye un atenuante a la hora de violentar y prácticamente asesinar a una mujer. La infidelidad, los celos constituidos en una apología de la violencia de género.
No le quita valor a lo obrado, pero con estos hechos quedan en las penumbras años de trabajo, las campañas de concientización del Sernam, las nuevas leyes relativas a violencia intrafamiliar, los modernos dispositivos y especialización de las policías, las capacitaciones al sistema judicial, entre otros.
Luego, en un par de semanas conocemos uno tras otro casos atroces de femicidios frustrados o no y/o agresiones sexuales: Nabila Rifo en Coyhaique, una joven mujer de 28 años en Rancagua, el caso de Puente Alto que fue alertado ante la policía por un niño de escasos años o la brutal muerte en Paine, por mencionar sólo los que han causado conmoción por los grados de agresividad extrema. Se vienen a golpes de twitter y declaraciones la repulsión, actos de denuncia y también la impotencia de las organizaciones expertas y de la ciudadanía con sentido común.
Esto me trae a colación episodios nefastos – que más allá de las intenciones- en la práctica han favorecido esta cultura de violencia. Como el de intervenciones dentro y fuera del hemiciclo del legislativo donde algún señor y también alguna señora elegidos por la ciudadanía, se han permitido en el marco del debate – a efectos de ponderar los resultados de una futura norma en discusión -sugerir la eventual provocación de una mujer y por ende la atenuante o justificación que conllevaría esa circunstancia, en ciertos casos de violación o frases de antología en la misma línea como aquella “hay violaciones que son violentas y violaciones no violentas”.
La provocación de las mujeres como hecho de la causa para justificar, aplacar o disminuir sanciones a acciones deleznable asociadas a la violencia de género, que no hacen otra cosa que convertirnos a punta de hechos emblemáticos nos guste o no en un país bananero, nos devuelven a la colonia, nos anclan en el pasado y en este caso, un pasado que no fue mejor.
En la India esta misma cuestión fue reflejada a fines del 2012 en un video subido a redes sociales titulado “Es culpa tuya”. La creación de un colectivo de Bombay “All India Bakchoda” realizado en código de ironía como campaña de denuncia ante una violación colectiva que terminó con la muerte de una estudiante en Nueva Delhi y donde la provocación es elemento central del guion.
Este tipo de situaciones que relativizan, argumentan sobre la provocación como detonante de la violencia recuerdan también a un líder religioso de una localidad italiana, que en senda nota pública hace poco, acusaba a las mujeres de haberse alejado de la virtud y de ser en parte culpables de la violencia machista, de habérselo buscado. Refería en su nota «Niños abandonados, casas sucias, comidas frías, compradas en tiendas de comidas rápidas, ropas mugrientas… Si una familia acaba en el desastre, esa es una forma de violencia que hay que condenar y castigar con firmeza, y muchas veces la responsabilidad es compartida». Y agregaba: «¡Cuántas veces vemos a muchachas y señoras maduras caminar por la calle con vestidos provocadores y ceñidos!, ¡cuántas traiciones se consuman en los lugares de trabajo, en los gimnasios y los cines! Podrían evitarse, ya que desatan los peores instintos y después se llega a la violencia o al abuso sexual».
Los actores públicos, las personalidades, los influyentes desde donde se encuentren, el pulpito o el aula, el hemiciclo o una corte, una entrevista o una asamblea, deben ser conscientes del poder de disponer de tribuna a efecto de mantener, justificar o alterar la cultura violenta y machista con la que convivimos.
Por lo anterior es extremadamente valorable la existencia del «Observatorio contra el acoso callejero en Chile» proyecto que nació el 2013 como iniciativa ciudadana de jóvenes profesionales. Interesante que se traduzca en promover nueva legislación, específicamente una Ley del respeto callejero (en trámite desde el 17 marzo) y que aspiren a cambios culturales, a rayar la cancha a tiempo para prevenir, para que niñas y mujeres no se sientan culpables de provocar y para que los agresores no se sientan con derechos sobre otras personas. Con su campaña «No es tu culpa: si caminas de noche por la calle, si andas sola o si usas falda corta» se busca explicitar que nada justifica al acosador, al violador o asesino, como nada justifica el haber sido objeto de un feminicidio frustrado en Ovalle, en Coyhaique, Puente Alto o Paine.
Ahora bien, junto con nueva y mejor normativa como la propuesta, la administración de justicia debe hacer lo propio.
Recordemos que la justicia tiene como figura de representación a una mujer con los ojos vendados. Ello tenía por objeto mostrar gráficamente la imparcialidad en la aplicación de justicia, la igualdad con que todos y todas podían esperar del Estado que se sancionaran hechos considerados fuera de la ley vigente y que reparara ejemplificadoramente la lesión producida a la convivencia social pactada y a los Derechos de las personas. Sin embargo, la venda, la garantía de igualdad, ha tendido en ocasiones, como las que da a lugar este artículo, a convertirse en ceguera del que no quiere ver las circunstancias que rodean un hecho.
En clases de ética me ensenaron a distinguir la conciencia invenciblemente errónea de la que no lo es. Mi profesor en la época ponía un ejemplo clarificador: Si usted conduce un vehículo, se presume que usted conoce las leyes del tránsito por tanto si cruza una luz roja y causa un accidente no podrá apelar al desconocimiento que tenía respecto de la norma. Así mismo sabemos que la ley busca dos efectos, el primero es el de establecer que es lo aceptable y lo que no como norma de convivencia en una sociedad y luego se busca en su aplicación práctica cuando se estima transgredida, aleccionar al que infringió, reparar en la medida de lo posible a la o las víctimas y desalentar ejemplificadora y preventivamente la ocurrencia de nuevos hechos similares.
La decisión de un administrador de justicia en casos como el de Ovalle no tuvo en cuenta nada de lo anterior. Ni la conciencia, ni lo avanzado en materia de derechos humanos por el país y peor aún no logra nada de lo que constituye la aspiración originaria la señora de los ojos vendados: ni sanción, ni lección, ni reparación. Acciones como esa influyen negativamente en que las mujeres no den paso a la denuncia y que opten por convivir en un infierno puertas adentro y contribuyen también a darle crédito a los que argumentan la acción de provocar como un atenuante o justificador de la acción contra las mujeres.
Hay que decirlo una vez más y con claridad porque se hace imprescindible. No hay que ser jurista, especialista en Derechos Humanos o feminista para reafirmar que la violencia contra las mujeres y el feminicidio como acto más evidente, extremo y repudiable de ella, no es justificable bajo ninguna circunstancia. Por lo mismo no se puede alegar desconocimiento, ignorancia invenciblemente errónea al momento de aplicar normas y tampoco a la hora de usar el argumento de la provocación de la mujer, en cualquier intervención que busque relativizar la violencia de género para producir una legislación o una práctica de la misma laxa e injusta.
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