Por Germán Silva Cuadra, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
Hace rato que Rodrigo Valdés parece haber asumido el liderazgo del gabinete. Fuera de todo cálculo, se convirtió en una especie de Premier en las sombras. Poco queda del académico de bajo perfil, sin gran experiencia política y algo tímido, que entró a reemplazar al socialista Alberto Arenas. Es cierto que los ministros de Hacienda siempre son importantes en un Gobierno, pero suelen estar supeditados a la figura del ministro de Interior, quien –hasta ahora– actuaba como un conductor político, marcando el rumbo. Simbólicamente, esta posición proyectaba la jefatura del gabinete.
De seguro, la falta de liderazgo evidente de Mario Fernández y la casi desaparición pública de Nicolás Eyzaguirre –que coincide con el anunció que hizo de su “retiro” de la política una vez que finalice esta administración– han contribuido a que Valdés asuma una suerte de vocería político-económica del Gobierno. Mal que mal, del otrora equipo político solo es posible evaluar positivamente a Paula Narváez, quien se nota haciendo un esfuerzo enorme por levantar la imagen del Ejecutivo, pero se le ve muy solitaria en ese desafío.
El episodio que vivió Valdés con Alejandra Krauss fue una acción políticamente incorrecta, de mal gusto y bastante prepotente. Y, claro, es el mejor retrato del estilo y peso que ha tomado el economista. De manera muy poco usual, un ministro califica de “imprudente” a un par, de paso, generando un nuevo conflicto para el Gobierno y, lo que es peor, poniendo en alerta a la Democracia Cristiana, partido que se ha quejado amargamente de maltrato.
En términos simples, la ministra del Trabajo expresó el punto de vista que su colectividad ha señalado públicamente, la que recoge a su vez una sensibilidad manifestada por gran parte de los parlamentarios de la Nueva Mayoría y diversas organizaciones sociales y ciudadanas. La idea planteada por Krauss, de que el 5% de cotización adicional vaya a las cuentas personales y sea administrada por un ente público, pareciera estar más cercana a las propuestas que en su momento señaló la Presidenta. Este “ente estatal” tiene ciertas semejanzas con una “AFP estatal”, iniciativa que formaba parte del relato gubernamental cuando explotó el movimiento ciudadano en contra del sistema actual de pensiones.
Valdés justificó su exabrupto en el temor a “dañar las confianzas”. Pero no aclaró a quién quería dejar tranquilo. Está claro que en su foco de preocupación no estaba la coalición a la que pertenece, porque prácticamente todas las críticas que recibió vinieron de la Nueva Mayoría, con la excepción del PPD, partido en que milita el ministro. Sí, en cambio, provocó el alineamiento con su posición de parlamentarios de la oposición, quienes expresaron que las palabras de la titular del Trabajo perseguía “estatizar las cotizaciones”, según el senador Juan Antonio Coloma (UDI). Incluso, Juan Ramón Valente –que tendrá un rol importante en el comando de Piñera– señaló que el episodio era la demostración de que a Valdés se le “estaba acabando la paciencia”.
Luego del round entre ministros, la Mandataria hizo un llamado a ambos para que se “coordinen mejor”. Fue como un reto de una mamá a dos hijos que se disputan un juguete, pero sin tomar posición por ninguno. Y esa ambigüedad dejó la sensación de que la posición de Valdés era la correcta. En efecto, Krauss quedó bastante desautorizada, considerando que el Ministerio del Trabajo es el dueño del proyecto. El debate aún está en desarrollo en este proyecto y, por tanto, el intento de Valdés de “ordenarlo”, con una visión muy poco política, se pareció más a una estrategia de entregar tranquilidad al mundo empresarial. Es un hecho que el ministro está haciendo un esfuerzo para que aumente la inversión, y es lo que le corresponde, pero siempre debe cuidar la sintonía con los ejes políticos del Gobierno para el que trabaja.
Más que un impasse, este episodio no solo refleja el nuevo poder de Valdés, sino también la falta de identidad del Ejecutivo. La Presidenta ha depositado la confianza de la conducción del gabinete en alguien que parece tener la visión contraria a su propio relato. Es claramente el ministro más respetado por la derecha y el mundo empresarial, efecto contrario al que generaba Arenas, uno de los favoritos de Bachelet, en esos mismos targets.
Pero Michelle Bachelet pareciera estar necesitando hoy a Valdés más que a Fernández o Eyzaguirre. Es su contradicción vital entre una visión política e ideológica, que quedó de manifiesto en las reformas estructurales, y el pragmatismo cuando las cosas no salen como uno esperaba. En ese caso, hay que echar mano a todo, incluso a su propio “Villano Favorito”.
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