Por Patricia Pulitzer/ Periodista
La derecha mostró abiertamente sus cartas desde las primarias, cuando movilizó al grueso de su activo, dejando boquiabiertos a los analistas. En la centroizquierda, en cambio, está por verse si la crisis política es tan profunda que la mayoría opte por la abstención –o por candidatos sin posibilidades de triunfo– o si, a última hora, despierta del letargo, asume la relevancia de esta elección, logra recomponer la unidad del sector, reconquista a los desilusionados que partieron hacia la punta izquierda y –más allá de la falta de glamour– se moviliza contra su enemigo histórico: la derecha. El resultado final sigue abierto.
La elección del 19 de noviembre próximo, será la más ideológica desde el retorno a la democracia. Es mucho lo que está en juego.
Hay consenso en que un segundo Gobierno de Sebastián Piñera no será como el anterior, en que hizo lo posible por mantener intacto lo que la Concertación venía realizando desde 1990. No propuso ninguna reforma mayor. Ahora, desde todos los partidos que lo apoyan, se pide otra cosa: que la derecha marque claramente su sello. José Antonio Kast –el díscolo del sector– pide sin tapujos que deje de ser “acomplejada”. Ya no bastan las fichas del crecimiento sino asegurar los valores del nacionalismo, el mercado y el orden.
Por el otro lado, una centroizquierda con dos candidatos –Carolina Goic y Alejandro Guillier–, tiene el desafío de mantener el camino trazado por la Presidenta Michelle Bachelet. No cabe duda que, en estos cuatro años, la Mandataria logró modificar sustancialmente el rumbo del país. Temas tabúes, como la educación gratuita, el aborto o el futuro de las AFP, hoy están sobre la mesa y seguirán estándolo. La centroizquierda pretende seguir encarando estos y otros asuntos –como el acceso a la salud y la inmigración– con la impronta bacheletista, poniendo el acento en los derechos de las personas y no en su poder adquisitivo, disminuyendo el rol del mercado y la competencia para propiciar más colaboración y justicia social.
La decisión que deben tomar los chilenos y chilenas no es menor. Ante tal disyuntiva, ¿es posible que la abstención sea más grande que el número de votantes? ¿O será que el fantasma del voto oculto recorre nuestro país como lo ha hecho en otras latitudes?
Con sufragio voluntario y un insondable nivel de abstención, sin binominal y nuevos distritos electorales, es muy difícil aventurar el resultado. Como señaló hace unos días Roberto Méndez, una voz más que autorizada en materia de pronósticos electorales, ni siquiera la prestigiosa CEP está en condiciones de predecir quién se llevará el premio mayor en la segunda vuelta del 17 de diciembre.
En todo el mundo, las predicciones están fallando porque los votantes se niegan a confesar cuál será su preferencia. Es el llamado voto oculto, el que solo se muestra el día de la elección, uno que a veces está en la derecha y, otras, en la izquierda, que a veces no se deja ver por temor y, otras, porque no es políticamente correcto o simplemente porque no le apetece la ola del que se supone ganador.
En todo el mundo, las predicciones están fallando porque los votantes se niegan a confesar cuál será su preferencia. Es el llamado voto oculto, el que solo se muestra el día de la elección, uno que a veces está en la derecha y, otras, en la izquierda, que a veces no se deja ver por temor y, otras, porque no es políticamente correcto o simplemente porque no le apetece la ola del que se supone ganador.
¿Cuál podría ser el voto oculto en el actual proceso electoral? O dicho de otro modo, ¿por quién votará ese tercio de electores que, según las encuestas, asegura que irá a votar el 19 de noviembre pero se niega a desenmascarar su preferencia? ¿Y por quién optarán aquellos que, sin pensarlo mayormente, se animen a última hora?
Los más ricos, los de mayor edad, los pocos que aún militan o adhieren a un partido, ya parecen haber declarado su preferencia. Por lo tanto, la decisión inconfesada hay que buscarla en los sectores menos afortunados económicamente, los jóvenes y los más desinteresados o desilusionados de la política.
Siempre existe un votante que se inclina por el que va puntero, pero el estancamiento, que desde hace meses muestra Sebastián Piñera en las encuestas, indicaría que este favorito no termina de entusiasmar.
El glamour –ese encanto difuso que fascina y atrae– parece estar en otra parte, más bien en los extremos del espectro político. Sin duda, José Antonio Kast tiene lo suyo, y se ha convertido inesperadamente en la novedad del año. No solo sacó del clóset al pinochetismo puro y duro, sino que puede estar conquistando a un grupo relevante de la UDI que quiere marcar su fuerza, para golpear la mesa con autoridad, si Piñera llega nuevamente a La Moneda. La propia presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe, reconoció que las ideas del candidato de ultraderecha la representan plenamente.
La candidata del Frente Amplio también tiene su cuota de glamour. Si bien parte de sus encantos se disiparon después de las primarias de su sector, su empatía, su discurso rupturista pero no tanto, su halo de honestidad y transparencia en tiempos de corrupción, siguen entusiasmando a un grupo incuantificable que esa mañana irá a las urnas.
Incluso Marco Enríquez-Ominami, a pesar de ser una estrella demasiado conocida y un tanto a maltraer, tiene su atractivo. Preparado, culto y buenmozo, seguramente tiene más admiradores que los que se confiesan. Después de sus líos con SQM, y más allá de sus insistentes desmentidos, a muchos les resulta difícil admitir que votarán por él. Pero no falta quien piensa que logrará llegar tercero.
Paradójicamente, porque es el sector que puede derrotar a la derecha, quienes tienen un nivel de glamour muy escaso son los dos candidatos de la centroizquierda: Carolina Goic y Alejandro Guillier. Ambos forman parte de una coalición en crisis, ninguno de los dos representa a la dirigencia histórica de los partidos que los respaldan, reciben a diario fuego amigo tanto o más intenso que los ataques de sus adversarios, y –lo reconozcan o no– son continuadores de un Gobierno que ha sido dramáticamente juzgado desde el primer día.
Hay que tener coraje para proclamar que se apoya a Guillier o a Goic. Y es justamente por eso que ambos pueden dar una sorpresa el día de la elección. No sería raro que tuvieran un capital oculto que no se muestre hasta la hora cero. Porque, si bien el glamour está en otra parte, la inmensa mayoría de los electores se dice de centro o apolítico, quiere reformas pero no revoluciones, es más bien fome y parecido a Goic y Guillier.
La derecha mostró abiertamente sus cartas desde las primarias, cuando movilizó al grueso de su activo, dejando boquiabiertos a los analistas. En la centroizquierda, en cambio, está por verse si la crisis política es tan profunda que la mayoría opta por la abstención –o por candidatos sin posibilidades de triunfo– o si, a última hora, despierta del letargo, asume la relevancia de esta elección, logra recomponer la unidad del sector, reconquista a los desilusionados que partieron hacia la punta izquierda y –más allá de la falta de glamour– se moviliza contra su enemigo histórico: la derecha. El resultado final sigue abierto.
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