Por Germán Silva Cuadra/ Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
La falange todavía no está en la fase terminal en que se hundió la Democracia Cristiana en Italia. Por supuesto que su situación es muy delicada y grave. Deben ser capaces de asumir un punto de quiebre pero esta vez, a diferencia de un año atrás, no puede ser en falso. Ya se liberaron de los que no estaban cómodos y boicoteaban a su propio partido. Estarán en la oposición y, por tanto, tendrán más libertad para reflexionar en profundidad y tomar definiciones programáticas que reflejen mejor a un partido que asume y entiende al ciudadano de hoy. Muchas veces, para volver a levantar un proyecto o un sueño de sociedad, se debe tocar fondo. Es doloroso, pero necesario.
Hace exactamente un año, Carolina Goic era electa como presidenta del PDC con casi el 70% de los votos. En ese momento, la senadora se constituía en una esperanza para un partido que ya venía desdibujado, sin un rol protagónico en el Gobierno de Michelle Bachelet, confundido entre el eslogan “progresismo con progreso”, que paradójicamente lideraban los más conservadores, y aquellos que apoyaban a Ricardo Lagos para carta presidencial, como Jorge Burgos. Por tanto, ese 8 de enero de 2017, la Democracia Cristiana intentaba iniciar una suerte de terapia, de rito motivador que al menos le devolviera la fe en sí misma. Recordemos que Goic sucedía en el cargo a Jorge Pizarro, quien había renunciado luego de ser salpicado por el caso SQM.
Goic puso ese día un bálsamo en unas aguas turbulentas en que ni las posiciones internas eran claras. ¿Se podía distinguir corrientes nítidas como en su época fueron guatones, chascones, colorines o príncipes? Definitivamente, no. Y paradójicamente, el único sector identificable –al menos para la opinión pública– era el liderado por Mariana Aylwin, pese a ser un grupo muy pequeño, aunque extremadamente ruidoso por el atractivo que para los medios despertaba la hija del primer Presidente chileno posdictadura.
Pero la ruta que siguió el Partido Demócrata Cristiano con Goic no pasó de un espejismo. La falange continuó desafectándose del Gobierno del que formaba parte, evitó profundizar en las definiciones ideológicas que podrían marcar una diferencia con otros sectores del centro político y tampoco se hizo cargo de enfrentar, con argumentos, a Gutenberg Martínez o Soledad Alvear, menos a los diputados que fueron abandonado la colectividad, como René Saffirio .
La mejor demostración de la desesperación que reinaba en la DC fue la opción de competir en primera vuelta en la elección presidencial. Un último intento por recuperar la identidad perdida, en torno a una campaña presidencial, aunque sin resolver lo de fondo. El riesgo era inmenso y todos lo sabían. La pocas voces que plantearon que era mejor competir en las primarias de la Nueva Mayoría, advertían que no existían señales de que podían correr una suerte mejor que Orrego en 2013 –8.86% en la primarias– y que, por tanto, era mejor sufrir un golpe temprano pero poder ser parte de la coalición ganadora posteriormente. ¿Y quién fue una de las que lideró esta alternativa de la vía propia? Mariana, por supuesto.
La historia de cómo terminó la aventura ya es conocida. Pese al esfuerzo de Carolina Goic, especialmente en la última etapa de la campaña, el resultado de la presidencial fue desastroso. Esto cruzado por el signo trágico de la corta administración y liderazgo de Carolina Goic en apenas un año: las renuncias. Sergio Espejo por el episodio Rincón –la junta nacional había apoyado su postulación–, luego Matías Walker a la presidencia (s) del partido. En las últimas semanas Eduardo Saffirio, Pedro García, hasta terminar con la partida –esperada desde hace un tiempo– del grupo de los 31.
Mariana Aylwin, por fin, hizo lo que corresponde a cualquier persona que no se siente cómoda o identificada con la organización a la que voluntariamente pertenece, no tenía para qué dañar más al partido al que aseguraba querer tanto. Hace años que ella no tenía nada que hacer en el PDC. Hace años que ella no toleraba la política de alianzas tomada, democráticamente, por su partido. Así de simple, como cuando JA Kast renunció a la UDI o varios RN para emigrar a Evópoli.
Y el Congreso será el espacio más propicio para intentar una reconstrucción. A la DC le fue mejor en las parlamentarias que en la aventura de Goic. Tiene 6 senadores y 14 diputados. No es una fuerza menor considerando un Parlamento sin mayorías y con un poder muy disperso. De hecho, en la Cámara Baja las fuerzas de la centroizquierda quedaron equivalentes: el PS tiene 18 diputados, el PPD 15, el FA 20, el PRSD 6, el PC 6 y los Regionalistas Verdes 5.La falange todavía no está en la fase terminal en que se hundió la Democracia Cristiana en Italia. Por supuesto que su situación es muy delicada y grave. Deben ser capaces de asumir un punto de quiebre pero esta vez, a diferencia de un año atrás, no puede ser en falso. Ya se liberaron de los que no estaban cómodos y boicoteaban a su propio partido. Estarán en la oposición y, por tanto, tendrán más libertad para reflexionar en profundidad y tomar definiciones programáticas que reflejen mejor a un partido que asume y entiende al ciudadano de hoy. Muchas veces, para volver a levantar un proyecto o un sueño de sociedad, se debe tocar fondo. Es doloroso, pero necesario.
Veremos si en enero de 2019 la DC logró revertir en parte este año fatal. Mientras tanto, Patricio Aylwin, ese gigante de la política chilena, ese hombre que vivió para y por la Democracia Cristiana, en algún lugar, estará derramando una lágrima por sus hijos Mariana y Miguel Patricio, que el viernes renunciaron al partido que él mismo fundó y amó por tantas décadas.
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