Las mujeres de la Coordinadora Nacional Sindical enfrentaron públicamente a la dictadura organizando en 1978 el primer gran acto por el Día Internacional de la Mujer bajo el régimen de Pinochet, donde se bailó por primera vez la cueca sola en forma pública.
A las cinco y media de la tarde del 8 de marzo de 1978, decenas de mujeres inundaron la calle San Diego. A cuadras del Palacio de La Moneda, aún en restauración por el bombardeo de la Fuerza Aérea del 11 de septiembre de 1973, grupos de sindicalistas y mujeres militantes caminaban hacia el Teatro Caupolicán para el primer gran acto por el Día de la Mujer desde el inicio de la dictadura de Pinochet.
“Íbamos con ramos de claveles rojos en las manos. En cada clavel iba un papelito que recordaba la fecha e invitaba a las mujeres a ir al acto, que empezaría un poco después”, recuerda hoy Irene Celis, entonces parte de la Confederación Textil, a la que había llegado gracias al padre Alfonso Baeza y su Pastoral Obrera. “Era 1978 y había mucho miedo. Las mujeres nos recibían el clavel, pero cuando leían el papel lo escondían mirando a los lados o lo botaban como si les hubiésemos pasado una metralleta”, relata.
Ese papelito en los claveles fue una de las pocas formas de convocatoria callejera. Aún no habían sido descubiertos los Hornos de Lonquén -ocurriría siete meses después-, y los detenidos desaparecidos eran un horror que se transmitía boca a boca, mientras que la DINA había sido recién reemplazada por la CNI.
Mujeres sindicalistas a la vanguardia
En 1975 la Junta Militar difundió su proyecto para reemplazar el Código del Trabajo, el primer paso para el gran “Plan Laboral” de José Piñera. La dictadura barrió con décadas de avances de las y los trabajadores, limitando la negociación colectiva y cambiando la lógica del régimen sindical. En esta nueva ley, además, las mujeres prácticamente perdieron el fuero maternal en contratos a honorarios o plazo fijo. Un año después la cesantía rondaba el 30%. Ese mismo año, en 1976, se constituyó con grandes esfuerzos y en un clima de fuerte represión la Coordinadora Nacional Sindical, y, dentro de ella, el Departamento Femenino.
En su casa de barrio Rondizzoni, Diva Sobarzo recuerda los días de reuniones intensas para conformar el Departamento Femenino mientras se prepara para ser homenajeada en su partido, la DC. El 2017, a sus 92 años, recibió el premio Manuel Bustos de manos de la presidenta Bachelet. Parte del grupo fundador del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTE) en 1969 y directora de escuela en esos años, Diva participó de su creación junto con otras sindicalistas de renombre como María Rozas, Aida Moreno -de las trabajadoras de casa particular- y la comunista Teresa Carvajal del sector público. “Era muy modesto todo, pensábamos y soñábamos en grande pero había pocos recursos y mucho miedo”, comenta.
“La dictadura fue catastrófica para las mujeres trabajadoras, así como para todo Chile. Nosotras sabíamos todo el tiempo de muertos, desaparecidos, vivíamos bajo vigilancia. Pero además, y eso se ha olvidado, fueron tiempos de mucha miseria y pobreza”, explica.
La resistencia de las mujeres a la dictadura ha sido largamente estudiada por la socióloga Sandra Palestro, feminista y parte de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. “En el sindicalismo había una fuerza latente, escondida por la represión, que heredaba las décadas de organización y experiencia en plataformas y agrupaciones del sindicalismo chileno. Eso explica que las mujeres sindicalistas hayan estado organizadas más temprano, con presencia nacional”, señala.
Así llegó 1978. Durante enero la Junta Militar organizó un referéndum sin padrón ni fiscalización para evidenciar el apoyo del país a su régimen ante las críticas provocadas por el atentado en pleno Washington que le quitó la vida a Orlando Letelier. Días antes la encuestadora Gallup anticipó un 70% de aprobación. El día 4 de enero se realizó la consulta y el ministro vocero, el general René Vidal Basauri, anunció un arrollador 78% de apoyo a Pinochet.
Al mismo tiempo, subterráneamente, las mujeres del Departamento Femenino de la Coordinación Nacional Sindical, las de organizaciones de pobladoras y agrupaciones parroquiales, las ya constituidas Agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Ejecutados y también prisioneros políticos, se preparaban para el 8 de marzo.
El primer baile de las familiares
Ya en 1976 las empleadas de casa particular habían realizado la primera actividad del 8 de marzo, un modesto acto en el teatro Il Bosco, ubicado entre San Antonio y Estado. En 1977 las organizaciones de mujeres pensionadas realizaron otro acto similar. Pero en 1978 la historia fue distinta: decenas de organizaciones se anticiparon y convocaron en forma unitaria.
“Necesitábamos que el acto fuera algo potente para decirle a la dictadura que no íbamos a seguir aguantando”, explica Verónica Salas, mientras ordena archivos en su oficina del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular, preparándose para donar décadas de historia sindical al Archivo Nacional.
En el Departamento Femenino de la Coordinadora Nacional Sindical sabían que el acto tenía que ser en un lugar cerrado para que lograra llegar a término, pero repetir el teatro Il Bosco no era suficiente: buscaban un lugar más grande, donde hacer un acto político como los que había antes del golpe. Para eso, además, buscaron apoyo financiero en la solidaridad internacional con Chile.
“Nos subimos por el chorro y nos decidimos por el Teatro Caupolicán. Las mujeres del Departamento Femenino nos pidieron a nosotras, las trabajadoras domésticas, que hiciéramos el asunto formal, porque éramos las únicas con personalidad jurídica”, relata Verónica Salas. Sin embargo el dueño del teatro, Enrique Venturino, no estaba seguro de que la convocatoria fuera realmente para celebrar a las mujeres y les pidió más detalles.
“Aida Moreno le tuvo que escribir una carta de tres páginas contándole la historia del 8 de marzo y los objetivos, suavizados eso sí, que teníamos con el acto”, cuenta Verónica. En el documento, fechado el 24 de febrero de 1978, la dirigente de las trabajadoras del hogar le habla de Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo y el congreso de 1907 que definió el día internacional de la mujer en honor a las obreras de Chicago. Luego de dos semanas de negociación, el 7 de marzo se cerró el contrato de arriendo por el valor de 25 mil pesos de la época, un valor cercano al millón cuatrocientos mil pesos de hoy.
Al día siguiente comenzó la avalancha de mujeres por San Diego desde Avenida Matta, la Alameda y Santa Rosa. “Todas íbamos tratando de entusiasmar a la gente. Las que pudieron llevaron las flores, otras no, porque la cosa estaba muy mala”, cuenta Diva Sobarzo: “Fue fuera de serie. Desafiamos muchos peligros, porque podría haber salido todo muy mal. Y la convocatoria fue excelente”.
El teatro se llenó. En el escenario actuaron Valentín Trujillo, Capri y su conjunto, Jorge Yáñez e Illapu. Su vocalista Roberto Márquez recuerda que “ahí aún no nos íbamos de Chile pero ya estábamos bastante complicados. Ese día lo que se respiraba era mucha tensión, porque desde que llegamos al teatro todo era tensión. Carabineros te molestaban a la entrada, trataban de entrar a los camarines, no sabíamos qué podía pasar. Pero había mucha solidaridad entre todos los que participábamos y eso era lo más fuerte”.
Esa tarde debutó el Conjunto Folclórico de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, idea de integrantes como Gala Torres, Apolonia Ramírez y Gabriela Lorca, y se bailó por primera vez en público la cueca sola. “Cuando terminó el baile hubo un silencio de emoción y dolor de guata, y después un sonido tremendo de toda la gente. Tratábamos de decirles que estábamos con ellas”, cuenta Irene Celis. El mismo recuerdo tiene Roberto Márquez de Illapu: “Fue terriblemente emocionante. Una cosa tremenda, lo que expresaron con ese baile lo convirtieron en un símbolo”, recuerda.
Mientras, por calle San Diego y Coquimbo se instalaron “sapos” de civil, varias decenas de carabineros y militares en tanquetas. Junto con las fuerzas represivas había llegado, además, un grupo de hombres. Eran padres, hermanos, esposos y pololos de las mujeres que estaban dentro del Caupolicán, esperando para acompañarlas en caso de que se desatara la represión.
El discurso central estuvo a cargo de Aida Moreno. Escrito a máquina y guardado con celo por Verónica Salas en las oficinas del Sintracap, parte reconociendo la capacidad de lucha de las mujeres chilenas, sus hitos durante el siglo XX y el difícil momento que enfrentaban:
“El día en que hay que mandar a los niños a la escuela sin desayuno, el día en que el hombre o la mujer sale a buscar trabajo con el estómago vacío, las fuerzas comienzan a flaquear. Cuántas mujeres hemos visto a nuestros hijos enflaquecer y llegar a la desnutrición. Un 30% de los niños chilenos sufre de desnutrición. Uno de cada tres niños está desnutrido y esos son nuestros hijos. Cuántas no hemos tenido que retirarlos de la escuela porque no hay para zapatos”.
Aida Moreno no pudo terminar su discurso. En su libro de memorias “Evidencias de una líder”, Moreno cuenta que a la mitad de su discurso “subieron Carabineros al escenario, me quitaron el papel y me bajaron a la fuerza. Abogados de la Vicaría de la Solidaridad impidieron que fuera detenida”. Verónica Salas recuerda que por San Diego “quedó la embarrada, todos corriendo”. “Yo me fui antes con una compañera textil que tenía problemas cardíacos. Nos dio miedo que le pasara algo con los gases así que partimos no más”, cuenta Irene Celis. Diva Sobarzo, en tanto, salió con las profesoras por la puerta de emergencias de Lincoyán Berrios. Días después, Aida Moreno fue citada al Ministerio de Defensa, donde un militar la amenazó. Un mes después la sede del Sintracap fue allanada.
Valientes y anónimas
Exactamente cuarenta años después, Diva Sobarzo no duda en decir que ese caupolicanazo fue “un acto heroico. El Departamento Femenino desafió todos los peligros, y las cientos de mujeres anónimas que llegaron también”. Para Irene Celis, que hasta el día de hoy trabaja como asesora de la Vicaría de la Pastoral Social, “fue un día histórico. El Departamento Femenino agarró más fuerza luego de ese hito”.
Pese al éxito de convocatoria, lo emotivo del acto y las detenciones y amenazas, no bastó para ser reseñado por la incipiente prensa de oposición de la época. Ninguno de los números de la revista Análisis de los meses siguientes incluye alguna mención, pese a abordar temas sindicales y un extenso reporte sobre “la situación de la mujer”.
Nueve meses después del acto, la Coordinadora Nacional Sindical convocó al Primer Encuentro Nacional de la Mujer. Al evento de noviembre de 1978 asistieron 298 delegadas de organizaciones de todo tipo: juntas de vecinas, dueñas de casa, campesinas, profesionales, profesoras, obreras, escritoras y dos representantes extranjeras. El espacio se repetiría al año siguiente y en 1980, aumentando su convocatoria a 550 delegadas en la segunda versión y más de mil en la tercera. Sus conclusiones fueron un punto de partida fundamental para 1980, año en que se articuló un fuerte movimiento nacional, feminista y de mujeres contra la dictadura.
El 8 de marzo de 1978 no suele ser incluido en los recuentos de los grandes actos públicos de la oposición a Pinochet. “La prensa y la historiografía no se caracterizan precisamente por registrar los eventos de las mujeres. En el libro La violencia política popular en las grandes alamedas de Gabriel Salazar, hay un sólo párrafo dedicado a las mujeres y dice que después de un silencio de 75 años salían a la calle. 75 años. No existieron las sufragistas, las obreras. Y ese es el historiador ícono de la izquierda”, critica Sandra Palestro.
Tampoco hay imágenes del acto. Algunas están en álbumes personales, pero muchas ya no recuerdan si la foto corresponde a ese año o a los siguientes. Desde la Casa Abierta del Sintracap, Verónica Salas resume la importancia del 8 de marzo de 1978: “Ese día dijimos ‘aquí estamos Pinochet. Aquí estamos las mujeres trabajadoras y no pensamos devolvernos a la casa a estar calladas’”.
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