Por Héctor Soto/ Abogado y periodista , editor asociado de Cultura de La Tercera y también columnista político del diario. Dirige el Diplomado de Escritura Crítica de la UDP y es panelista del programa Terapia Chilensis de radio Duna. Es autor del libro «Una vida crítica» (Ediciones UDP, 2013).
Pareciera que el objetivo del Presidente es volver a juntar las prioridades de la ciudadanía con la carta de navegación del gobierno. Si esa era la idea, en buena hora que la convergencia se produzca, entre otras razones, porque la brecha entre lo que la ciudadanía busca y lo que el gobierno estaba llevando a cabo se profundizó demasiado en los últimos años.
No es fácil rescatar el eje central que tuvo el extenso, abultado y a veces caótico mensaje que el Presidente leyó durante más de dos horas ante el Congreso el viernes pasado. Separando lo que es episódico de lo que es permanente, lo que es retórica de lo que son realidades y lo que es diagnóstico del país que se recibió de lo que son las agendas de futuro, pareciera que el objetivo del Presidente es volver a juntar las prioridades de la ciudadanía con la carta de navegación del gobierno. Si esa era la idea, en buena hora que la convergencia se produzca, entre otras razones, porque la brecha entre lo que la ciudadanía busca y lo que el gobierno estaba llevando a cabo se profundizó demasiado en los últimos años.
El Presidente parece resuelto a terminar con esta distorsión. Es cierto, su gobierno está constreñido por muchos factores. El más dramático posiblemente está representado por los desequilibrios fiscales heredados del gobierno anterior. Por supuesto, también es un problema de orden político para La Moneda que la oposición controle ambas cámaras legislativas y que las demandas sociales del país hayan crecido por encima de las capacidades del Estado para darles cobertura y respuesta.
No obstante eso, y no obstante también los propios errores cometidos por las autoridades en estas primeras semanas de gestión -ninguno imperdonable, ninguno incorregible-, el gobierno sigue con números azules en las encuestas de opinión. El hecho es revelador y desde luego no significa que de la noche a la mañana el país se haya derechizado. No hay ninguna señal atendible que permita sustentar semejante tesis. Si el Presidente está con buen rating es porque hasta el momento Piñera ha hecho un gobierno moderado y que está tratando de interpretar, después de varios años de exacerbada radicalización política, a la mayoría social del país. Fue precisamente esto lo que dejó de hacer la administración anterior, generando sobre el sistema político una presión que llegó a extremos disociadores y agobiantes.
Piñera volvió a La Moneda, entre otras cosas, porque la ciudadanía se agotó de tanta tensión y porque los propios chilenos tomaron conciencia de estar un tanto sobregirados. Había llegado la hora de la descompresión. El fenómeno ocurrió tras un período en que se ninguneó, a veces con mucha ligereza, el crecimiento económico y en que se pensó que la solución a todos los problemas pasaba por cargarle la factura al Estado. Los resultados de esa experiencia no fueron satisfactorios, puesto que, junto con aumentar los impuestos, el déficit fiscal creció, la economía se frenó casi en seco, el empleo solo aumentó en el sector público y los índices de desigualdad estuvieron lejos de mejorar. Ya a mediados del gobierno pasado la gente sintió que por esa vía el país no iba a progresar y solo la obstinación ideológica explica que el sistema político haya sido forzado en una dirección que la mayoría ciudadana rechazaba.
La sensación de alivio que generó el contundente triunfo de Piñera estuvo asociada a eso: a la necesidad de limpiar el sistema político de gravámenes inconducentes, de reconciliarlo con la voluntad mayoritaria, de dejar de entender la acción gubernativa como amenaza de un grupo contra otro.
Por supuesto que no es fácil restaurar los equilibrios que se perdieron y hacer en estos tiempos un gobierno que sea espejo de las mayorías. De partida, porque las mayorías no siempre son estables, porque la opinión pública a veces sobrerreacciona ante temas de fuerte carga emocional y porque efectivamente hay veces en que los problemas de forma parecen incluso más serios que los de fondo. Sin embargo, más allá de todo eso, el camino de la sensatez, de la moderación y de hablar siempre con la verdad es más ancho de lo que la cátedra política normalmente cree, y ese es el que el gobierno deberá transitar.
Hasta aquí Piñera ha cumplido razonablemente bien con las expectativas. La cuenta que rindió ante el Congreso detalló cientos de pasos, ideas y propósitos en esa dirección. A veces el listado fue tan abrumador que confundió los énfasis y las jerarquizaciones. La ansiedad del Mandatario quiso abarcarlo todo. Pero hay que rescatar los hechos. Por ejemplo, que el gobierno se la está jugando a fondo por la reactivación. Que cambió el Alto Mando de Carabineros para iniciar las rectificaciones que el país estaba esperando y que se dilataron por razones que todavía no se entienden. Que se afrontó con racionalidad el problema de la inmigración. Y que el Presidente asumió la agenda de las mujeres -no las banderas del feminismo radicalizado, claro- con la convicción de estar interpretando también en este punto a las mayorías. Son iniciativas que la población valora.
No hay que ser futurólogo para anticipar que en varios de los anuncios que el Presidente hizo el viernes la construcción de acuerdos será difícil. Entre los actuales diagnósticos acerca del momento en que se encuentra el país hay profundas divergencias entre gobierno y oposición y, por muy dramáticos que sean los llamados a la unidad nacional, esas diferencias respecto del punto de partida, y también respecto del punto al que debiéramos llegar, de seguro no van a desaparecer.
El conflicto político, por lo mismo, persistirá. El Presidente siente tener un mandato robusto a su favor y los parlamentarios creen lo propio en función de la composición que el sistema electoral dejó tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Está claro que el tira y afloja entre el Ejecutivo y el Legislativo podría tomar años. Pero también es un hecho que esa pugna en ningún caso podrá inmunizarse contra las percepciones de la gente. A estas alturas eso ya no es posible. Siendo así, si Piñera logra seguir interpretando las demandas y las prioridades de la mayoría ciudadana, particularmente de la clase media, lo más probable es que pueda ir bastante más allá de los quórums que tiene en el Parlamento. Es hora de reconocerlo: en Chile los niveles de aprobación popular del Presidente son decisivos cuando hay conflictos de poder.
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