Chile, compañeros, necesita una nueva izquierda, pero ¿cuál? Esa es la cuestión. La esperanza puede estar en el Frente Amplio, que aún no logra ampliar el frente. Hace 30 años la derecha, como rezó un titular inolvidable, corrió sola y llegó segunda; hoy, en tiempos menos épicos, trotando fofa llega primera. Ojalá retorne a la pista una izquierda luminosa.
¿Cuál izquierda?, le dijo un tipo a otro que lo conminaba a comparar la derecha con su opuesto. El diálogo ilustra bien una enorme crisis chilena (y mundial): la inexistencia de una izquierda articulada, convocadora, atrevida, moderna, seria y proyectable.
Hay sin duda elementos de izquierda (como el AUGE –perfectible, pero esa es su lógica–), intelectuales de izquierda (como algunos en Nodo XXI), personalidades y arrebatos de izquierda, normativas comunales de izquierda, pero nada sólidamente armado. Lo peor, en todo caso, no es lo ausente sino lo persistente: la izquierda añeja. Lautaro Carmona, secretario general del PC, defendió recién la “revolución sandinista” de Daniel Ortega, “otra vez acosada por la ofensiva desestabilizadora” imperialista. Eso sí, Carmona reconoce que habrá que corregir “errores u omisiones”. Hablar así del garrote sangriento que hoy padecen los nicaragüenses es como cuando la derecha acá hablaba de los “excesos” de la dictadura.
Ortega y su esposa son una réplica despótica de lo que hace 30 años fue la revolución nicaragüense que él mismo encabezó; se convirtió en un caudillo, en la ilustración más desaforada de la izquierda devenida rata: corrupta, opresora y asesina de su propio pueblo. Lo testimonian los miles de nicaragüenses en su corajuda resistencia diaria, lo mismo sus intelectuales, como Daisy Zamora, Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, ex colaboradores de Ortega. Ya en 2007, Ramírez advertía en sus memorias sobre la peligrosa decadencia de Ortega y del discurso hueco de esa izquierda, lo cual recuerda la respuesta de Bolaño cuando le preguntaron qué lo aburría: “El discurso vacío de la izquierda. El de la derecha ya lo doy por sentado”.
Volviendo a Chile, con una oposición que en el Parlamento suscribe un blandengue endurecimiento legal contra el cohecho tipo Penta, con una Nueva Mayoría tan fallida como la Coca Cola Life y con un PC arcaico; con una izquierda así, en fin, para qué necesitamos derecha. La pregunta es excesiva, desde luego, pero responder “porque no queremos a esta derecha” ya no vale pues justamente eso ha dado pie al achanchamiento socialista. ¿La desintegración del proyecto socialdemócrata que representó la Concertación supone irremediablemente el fin de un anhelo no-neoliberal? ¿Es lo mismo la centroizquierda que la centroderecha (que por lo demás no existe, como lo prueba Camila Flores)? ¿Dónde estamos? ¿En el fin de la Historia? ¿En verdad izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas? ¿Lavingrado y Jadue Town son el sueño máximo?
Toca pensar un país donde estudies sin endeudarte y abortes sin exponerte, donde no puedas ser acuchillada en una marcha y que –nueva cuchillada– la noticia no sea tomada debidamente por los medios y las autoridades. Urge un país donde mejorarse no sea más caro que viajar y donde sea impensable verse en la que se vieron ese par de ancianos de Conchalí que, ante la forzosa separación que tras 50 años les imponía la pobreza y la enfermedad, se suicidaron.
Chile, compañeros, necesita una nueva izquierda, pero ¿cuál? Esa es la cuestión. La esperanza puede estar en el Frente Amplio, que aún no logra ampliar el frente. Hace 30 años la derecha, como rezó un titular inolvidable, corrió sola y llegó segunda; hoy, en tiempos menos épicos, trotando fofa llega primera. Ojalá retorne a la pista una izquierda luminosa. Para que la cosa no se ponga oscura como ayer cuando se cortó la luz en Santiago. Entre velas reparé en lo fácil que es criticar. Qué cómodo resulta, por ejemplo, festinar el hecho objetivo de que tenemos un gobierno payaso y barsa, o reclamar y añorar una izquierda utópica. Más bien habría que ir renovando ideales y aportando ideas. Prendiendo velas.
O no. Quizás ya ni las ideas sirvan. Si hoy viviera, el mayor poeta nicaragüense del siglo XX, Carlos Martínez Rivas, no estaría decepcionado porque se declaró siempre un hombre sin ideologías ni ideales ni ideas: “¿Qué se puede llamar un ideal? ¿El deseo de qué? ¿De que se forme una corporación de hombres libres, felices, exentos de sufrimiento y de pobreza? Es imposible en este mundo. Yo lo que tengo son simplemente pensamientos. Se me ocurren en el día y se me marchitan en la noche”.
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