Por Jorge Navarrete/ Abogado
Noviembre fue un mes que probablemente el gobierno se alegre que ya termine. Pese al importante y no muy destacado acuerdo en el reajuste al sector público, como también a las promisorias últimas cifras de crecimiento de la industria y manufacturas, los últimos 30 días fueron para olvidar en el oficialismo. La muerte de Camilo Catrillanca y todas las consecuencias que tuvo y tendrá, sumado a la laxitud verbal de un general que parece estar más preocupado de la filtración de sus dichos y no de la gravedad de lo expresado, pasando por una brusca caída en la adhesión ciudadana al Presidente de la República a resultas de haber hasta ahora defraudado las expectativas en torno a los dos pilares más importantes del relato oficialista -me refiero al crecimiento y la seguridad-, marcaron su peor momento en lo que va de esta administración.
Pero si hay algo peor que las cosas vayan mal en política, es que definitivamente no vayan.
Y me parece que tal descripción refleja de manera precisa el momento por el cual atraviesa la oposición. Un período marcado por la más absoluta irrelevancia, ausente de los temas importantes del debate público, haciendo breves noticias por escaramuzas menores, y cada cierto tiempo intentando capitalizar los tropiezos del gobierno, pese al abultado historial de deudas que mantiene en muchos de los temas que critica.
En la “Ex Nueva Mayoría” (no me canso de sorprenderme por lo reveladora de esa autodenominación), sus partidos se han subsumido en una letanía que combina la perplejidad con la desesperanza. Salvo honrosas excepciones, los líderes de aquella coalición están dedicados a marcar el paso y se muestran incapaces -ya no sólo de manera colectiva, sino también de forma individual- de participar en la discusión política con ideas y propuestas que señalen un camino alternativo al que ofrece la derecha y un sector de la izquierda.
Pese a la popularidad que mantiene Beatriz Sánchez, la coalición que la llevó a la carrera presidencial también se ha desdibujado con el correr de estos meses. Ha decaído ese ímpetu inicial en muchos dirigentes del Frente Amplio, palideciendo ese brillo en los ojos que tantas veces sirvió para sortear las dificultades y subsidiar su falta de experiencia; al punto que algunos parecen deprimidos o desilusionados. Por lo mismo, será cada vez más difícil que puedan obviar esas tres preguntas de debieron responder ya hace un buen rato; es que más allá de la exitosa aventura electoral, ¿qué queremos?, ¿con quiénes? y ¿cómo?
Y aunque es cierto que ni todo esto garantiza el éxito de la derecha, la verdad es que no veo cómo, ni por dónde, y menos todavía con quién, se pueda levantar cabeza en el llamado mundo progresista.
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