Un estudio del Observatorio Político-Electoral de la Universidad Diego Portales confirma que en el debut del voto voluntario en una elección presidencial empeoró el sesgo de clase: los ricos votan más que los pobres. El sesgo también existió en las primarias, pues mientras en Vitacura votó más del 50%, en San Bernardo la participación no alcanzó el 19%. La diferencia se da particularmente en las grandes zonas urbanas y ayuda a explicar, por ejemplo, el mal desempeño de Bachelet en la Región Metropolitana. La sensación de falta de competencia ante una carrera que parecía ganada, contribuyó a que los más pobres no fueran a votar, disminuyendo el apoyo electoral de la candidata de la Nueva Mayoría.
Este documento tiene dos objetivos. Primero, realizar algunas precisiones sobre los efectos del voto voluntario en el volumen de participación y en la composición de la misma. Segundo, mostrar muy panorámicamente las características de la votación de Bachelet y Matthei. No es un artículo académico, pues consiste en una primera aproximación que requiere de nuevos fundamentos teóricos y metodológicos. Sin perjuicio de esto, existe abundante literatura sobre este tema en Chile (Huneeus, 2006; Corvalán y Cox, 2013; Fontaine et al, 2012; Fuentes y Villar, 2005; Morales 2011; Contreras et al, 2012). Sólo queremos puntualizar algunas cuestiones que nos parecen relevantes en función de los resultados de la última elección. Nuestra evidencia tiene como sustento la aplicación de métodos y técnicas estadísticas adecuadas para extraer algunas interpretaciones. Con el fin de llegar a un público más amplio, omitimos las tablas con los modelos estadísticos.
Nos parece muy relevante la discusión en torno a los efectos del voto voluntario. Queremos aportar en esta línea subrayando los alcances de esta reforma. Nuestro punto de partida está en despejar algunas dudas y en proponer un análisis alternativo. Este análisis tiene una naturaleza subnacional. Luego de estudiar varias elecciones, llegamos a la conclusión de que resulta poco apropiado incluir en el mismo análisis a todas las comunas del país. Lo óptimo, a nuestro juicio, es realizar un estudio subnacional.
Es muy usual que los estudios sobre participación y sesgo de clase coloquen al mismo nivel a comunas de distinta ubicación geográfica y tamaño. No basta que los modelos “controlen” por estas variables. A esto se debiesen sumar condiciones políticas asociadas a la competencia electoral. Por cierto, también se requiere la construcción de términos de interacción a fin de especificar correctamente los modelos. La participación electoral no sólo obedece a variables socioeconómicas, sino que también a variables políticas.
En síntesis, sostenemos que los efectos del voto voluntario no han sido positivos, tal y cual lo anunciaron sus defensores. No sólo ha bajado significativamente la participación electoral, sino que también se ha visto afectada la composición de la misma. Si bien el denominado sesgo de clase ya existía (los ricos se inscribían más que los pobres en los registros electorales), con voto voluntario la situación ha empeorado. Para algunos la crítica al voto voluntario es injusta. Esto, porque el sesgo de clase “sólo” se reproduciría en la Región Metropolitana y en Valparaíso, no en el resto del país. ¿Tan irrelevante son estas zonas geográficas?
Dicho esto, afirmamos lo siguiente:
a) La participación descendió significativamente a casi 6,7 millones de votantes. Históricamente, ha sido la más baja desde el retorno a la democracia en 1989 considerando elecciones presidenciales. La más alta se registró en 1993 (no en 1999 como se suele señalar) con más de 7 millones 375 mil votantes.
b) No es nuevo el hecho de que la participación haya sido mayor en las comunas ricas y menor en las comunas pobres. Esto también se producía al momento de analizar la inscripción en los registros electorales. Como correctamente señalan Corvalán y Cox (2013), la probabilidad de que un joven de Las Condes se haya inscrito en los registros electorales es sustantivamente mayor a la de un joven de La Pintana. Por tanto, el sesgo de clase no es algo inusual en la política chilena. De todos modos, el sesgo de 2013 parece ser mucho más acentuado que el de 2009. Esto es particularmente visible en la Región Metropolitana, V, XIV y XV. Entre todas bordean el 54 % del padrón. Es justo señalar, eso sí, que en el resto del país no se produce dicho sesgo, pero por particularidades que señalamos más abajo. Además, este sesgo es visible en las encuestas de opinión. Sistemáticamente, las personas de estratos bajos muestran menos predisposición a votar en comparación con las clases más acomodadas.
c) A nuestro juicio no es correcto, desde una perspectiva subnacional, incluir dentro de un mismo análisis a todas las comunas de Chile. Eso podría confundirse con una comparación entre peras y manzanas. Sabemos que el comportamiento electoral en comunas pequeñas es diferente al de comunas grandes. En tal sentido, no deja de sorprender una correlación que considere dentro del mismo saco a comunas como Las Condes, Vitacura, Ollagüe, Isla de Pascua y Juan Fernández. Hay que recordar que las comunas de Chile están agrupadas en regiones, y que esas regiones responden a configuraciones socioeconómicas y políticas distintas. Adicionalmente, y para quienes insisten en este tipo de análisis, una correlación ponderada según el tamaño de cada comuna aunque sea mezclando peras con manzanas, arroja un coeficiente negativo. Bajo, pero negativo. El comportamiento electoral y el desarrollo de campañas en comunas pequeñas y rurales es muy distinto al que se realiza en segmentos urbanos. Valenzuela (1977) ya lo anticipaba a fines de los ’70. La movilización es más directa y los incumbentes, dada las características de los territorios, pueden generar redes más sólidas y estables de apoyo.
d) El hecho de que exista sesgo de clase principalmente en los segmentos urbanos ya es una noticia relevante. De nada sirve descartar o desconocer esto por razones ideológicas o normativas, que fueron habituales en la discusión sobre la instauración del voto voluntario. Lo que está en juego es la democracia. No se trata de competir por el mejor modelo estadístico. Se trata de usar el sentido común. Si es en más de la mitad de Chile donde se produce sistemáticamente este sesgo, al menos da para pensar en que algo estamos haciendo mal.
e) Tal como varios anunciaron (Huneeus, 2006; Morales, 2011; Toro, 2007; Contreras et al. 2012), el voto voluntario no resolvería el sesgo de clase. Más bien, tendería a reproducirlo. Más de alguno sostuvo, con datos municipales en mano, que el sesgo había desaparecido (Engel, 2012). Al correlacionar pobreza con participación, el resultado indicaba que las comunas ricas y pobres habían votado de manera casi idéntica. En realidad, ese análisis descuidaba variables centrales que ponen en duda la fuerza metodológica de las conclusiones. No se controlaba según tamaño, competencia ni participación en la elección previa (Contreras, Joignant, Morales, 2013).
f) Un análisis de la municipal indica que el sesgo sí se reprodujo (Corvalán, Cox y Zahler 2012; Fuentes, 2012; Morales, 2012). Al construir una variable de interacción entre pobreza comunal y competencia, el resultado es contundente. Las comunas ricas competitivas votaron más que las comunas pobres competitivas. Por cierto, esto tiene una limitante. El indicador de competencia entre candidatos a alcalde se construye con resultados en mano (después de la elección). Eso genera una relación endógena con participación, lo que lleva a mirar con cautela el producto final. De cualquier forma, es el único indicador disponible.
g) En las elecciones primarias presidenciales el sesgo también existió. Mientras en Vitacura votó más del 50%, en San Bernardo no alcanzó el 19 %. Naturalmente, esto se explica por la mayor sensación de competencia entre los candidatos de derecha (cuya base electoral estuvo en las comunas más ricas), pero así y todo no deja de ser llamativo un sesgo tan evidente.
h) Dado esto, el voto voluntario no ha sido la medida más adecuada. Su combinación con binominal (el sistema proporcional menos competitivo), hace que se depriman dos condiciones básicas de la democracia: participación y competencia. Nuevamente, en estas elecciones presidenciales reapareció el sesgo de clase. Para algunos la solución está en reponer el voto obligatorio. Incluso algunos congresistas intentaron reponerlo previo a las elecciones municipales de 2012. Para otros, las causas de la mayor desafección en los pobres se explica, entre otras cosas, por una educación cívica severamente deteriorada (o inexistente). Visto así, hay medidas de largo y corto plazo. Entre las medias de largo plazo está la construcción de un modelo de educación cívica que abarque tanto la educación básica como la educación media. Entre las medidas de corto plazo, destacan el transporte gratuito para el día de la elección, el voto de los chilenos en el extranjero, y el establecimiento de algunos incentivos para votar. Entre ellos, privilegiar a quienes votan para el acceso a subsidios de vivienda ofrecidos por el Estado, o sencillamente una reducción en el pago de matrícula y aranceles en las universidades. Todas estas medidas van en la dirección de estimular la participación. Veremos cuál de ellas es la más razonable para Chile.
i) Los defensores del voto voluntario señalaron que este régimen conduciría a una nueva política, pues los partidos enfrentarían una gran incertidumbre dado que el padrón crecería de 8 a más de 13 millones de potenciales votantes. De esta forma, los partidos debían modificar sus estrategias para abordar, especialmente, a los segmentos más jóvenes. Nada de esto ha sucedido. En lugar de incertidumbre, los partidos ya saben que la participación es baja y que los nuevos votantes simplemente no se han integrado. Esto les otorga más seguridad y garantías. Hay más certidumbre respecto a que los votantes son casi siempre los mismos. En consecuencia, no tienen incentivos para cambiar sus estrategias. “Si con caldo va sanando, caldo hay que seguirle dando”. Mientras más voto duro exista, menos necesidad y menos recursos se invierten para capturar nuevos electores.
¿Y qué pasó con Bachelet?
j) Para algunos, fue la sensación triunfalista del comando de Bachelet lo que impidió su triunfo en primera vuelta. Como existía cierta seguridad de aquello (lo que tenía sustento en las encuestas), la percepción de competencia disminuyó. Eso hizo que los electores, y especialmente, los pobres, no salieran a votar.
k) Sobre esto último existe evidencia. Al correlacionar el porcentaje de pobres por comuna y lo que obtuvo Bachelet en primera vuelta, los pobres la prefirieron ampliamente. Tal como se señalaba en las encuestas, Bachelet arrasó en las zonas rurales y en las zonas urbanas más pobres. ¿Cuál fue el problema entonces? El problema fue que los pobres salieron a votar en menor medida que los ricos. Tal como señalamos más arriba, la participación fue sustancialmente menor en las comunas con mayor concentración de pobreza. Esto es aún más visible en la Región Metropolitana, donde Bachelet obtuvo uno de sus peores resultados.
Fuente: www.ciperchile.cl
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