Noche de sábado fuera del Municipal, el principal teatro de Chile manejado por un francés. A minutos de la convocatoria para la manifestación cultural por los trabajadores despedidos a mediados de esta semana, se ve poca gente. En un instante, en la calle Tenderini se van congregando los trabajadores despedidos y los que no estaban en la función, a la espera de sus compañeros que salen a las 8 P. M. junto con el público.
Maestro mayor avanzado en sombreros, era el cargo de Sergio Valdés, de 43 años, al que todos en el teatro llamaban Andy, quien se quedó sin trabajo el miércoles pasado junto a otros 58 bailarines, cantantes, vestuaristas, tramoyas y trabajadores del Municipal. Estudió arte y es pintor. Aunque tenía experiencia trabajando para cine y teatro como escenógrafo, fue en el Teatro Municipal donde aprendió todo sobre sombreros. Además hacía accesorios para el taller de vestuario, como máscaras, corazas, muñecos. Para cada producción realizaba unos 30 a 60 sombreros; considerando que eran 12 producciones al año, en los 7 que alcanzó a ser parte de los talleres de vestuario habrá confeccionado al menos 3 mil. Recuerda en especial los de Romeo y Julieta cuando recién partió. Coros pa allá, ya llegó féretro, grita uno.
Andy tiene sentimientos encontrados porque él mismo llegó joven a trabajar aquí, y no le molesta que así como tuvo la oportunidad –que ganó por concurso–, se abran las puertas a nuevos talentos. El problema es otro. El Municipal está siendo visto como un negocio, se han externalizado “servicios” y el teatro queda “adelgazado”. Se trata del único teatro con talleres en América Latina, explica, como el taller de vestuario donde él se formó, y el actual director Frédéric Chambert llegó a cerrarlos. Saluda a quienes comienzan a reunirse. Ella es compañera mía, trabajó 18 años en el taller de vestuario, presenta a otra de las despedidas que lo saludan. “Designado por la ex alcaldesa Carolina Tohá, Chambert se suponía que venía a levantar el teatro del caos económico en que estaba, pero en estos tres años de gestión que lleva, lo aumentó al doble”. Se pudieron tomar otras decisiones, dice Andy, como bajar los sueldos. “Los directores tienen un sueldo obsceno para lo que ganamos nosotros. Un cantante de ópera nacional gana de 800 lucas a 1 millón, y el director debe estar ganando fácilmente 10 millones. Además trajo una muy mala cartelera y el espectador ha bajado en su asistencia a los espectáculos”. Velas, velas, ¿quién no tiene vela?, pregunta una mujer. “No po, no tengo vela”, responde Andy. Otros arman las coronas negras y rojas. “Acá aprendí mucho, también cometí errores. Mi trabajo era súper específico. Aparte de realizar sombreros y todos los accesorios, tenía que preocuparme de los detalles para que llegaran al escenario de la mejor forma para los cantantes; hay materialidades que absorben la voz, por ejemplo. Muchas cosas que se aprenden solamente estando acá. Así como yo adquirí conocimiento en un tiempo limitado, acá hay gente que trabaja 30 años”.
Pese a que los ánimos están decaídos, hay abrazos, cariño y creatividad para demostrar que el tema va más allá de perder el empleo. Hay mística y amor al lugar donde trabajaban. Visten de negro. Ya llegó el féretro, grita una mujer. Cantantes, todos los que van a cantar, para allá, vamos chiquillos. Rápido se forma una especie de escenografía con globos y coronas negras, el ataúd a un lado. El asunto es que no maten al teatro, como dicen los letreros que sostienen varios y que levantan mientras el coro canta Va pensiero, de Verdi, tema que ha acompañado sus reivindicaciones en el pasado. El pensamiento vuela y sigue, nada lo puede detener.
Acoso laboral y pésima administración artística y financiera, denuncian. Hace unos días fueron noticia por protestas debido al retraso en el pago de los sueldos, hoy son los despidos. “No a la destrucción del alma del teatro”, reza en letras rojas a imitación de la sangre, un lienzo que portan los trabajadores: el “alma” aludida. Delante del coro se pasea la muerte con la guadaña, y asesina a varios. Hay bailarines, también vestidos de negro, en escena. El coro interpreta algunas arias de ópera mientras la gente va saliendo de la ópera de hoy. Las velas están encendidas. Alguien pregunta por qué la protesta.
“Ahora tú tienes montajes modernos que se hacen con proyecciones, con mapping, o de repente un fondo que antes se hacía a mano, pintado, ahora puede ser una gigantografía impresa– sigue relatando el sombrerero–. Todos los lenguajes van cambiando y eso también va trayendo que algunas formas antiguas de oficios van menguando. Esto trae cambios al teatro, porque este teatro ofrece espectáculos con cánones clásicos, tanto en la ópera como en el ballet, y están habiendo transformaciones. El punto es que acá en esta reestructuración va a quedar la gente haciendo el doble de pega, que antes hacía un taller con x cantidad de personas. Muchas de ellas con el conocimiento, y muchas otras gente nueva, y a eso es lo que voy; yo también alguna vez fui una persona joven a quien se le permitió entrar acá. Ahora lo que no es bueno es que mal usen los recursos que son para la cultura y para los sueldos de trabajadores que hacen el Teatro Municipal, porque el Teatro Municipal no se hace con los directores, se hace con la gente que sube al escenario y detrás, pero en pos de que se monte una obra y que eso salga al público. Hay una idea de que este teatro es elitista, pero se hacen giras a regiones, traen colegios; hay precios accesibles, en otras ubicaciones obviamente”.
Entre los asistentes se ve a al actor Bastián Bodenhofer, agregado cultural en Francia entre el 2000 y el 2002. “Alessandri no mates al Teatro Municipal”, dice otro letrero. El alcalde Alessandri se comprometió a revisar los despidos, cuenta uno de los voceros del acto. “Qué se vaya el francés”, gritan todos en alusión al director Frédéric Chambert y el evento se termina después de esta, La función más triste.
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