¿Qué te pasó, Joaquín?

Germán Silva Cuadra, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor

Qué duda cabe, Joaquín Lavín es un hombre arriesgado, casi al límite. Es también pragmático y flexible más allá de lo aconsejable para muchos de su propio sector… “al menos no ha dejado el Opus Dei, han dicho algunos”. Es, además, un político que no tiene temor a cruzar las fronteras en el ámbito ideológico. Ha sido “bacheletista- aliancista”, cercano a Jadue (PC) en la idea de los barrios integrados, impulsó el plan “Machuca municipal” y está por el “Apruebo”.

¿Qué le queda entonces al alcalde de su partido, la UDI? Nada o muy poco. Solo le faltaría renunciar para aumentar su apoyo de manera más transversal. Una carta que, de prosperar su carrera por La Moneda, se debería guardar hasta entrada la campaña y, así, dar el “batatazo” final, sin enemistarse con sus compañeros de ruta, aquellos con los que fundó el partido de Jaime Guzmán.

El exministro ha ido evolucionando políticamente en estos últimos años. Ya nadie podría calificarlo solo de “cosista” –un calificativo que no le molesta–, pese a que mantiene algunos de esos rasgos que le han ayudado a mantenerse, por años, bien posicionado en las encuestas. Ha incursionado en temas más nacionales, como durante el estallido social o el debate por cambiar la Constitución.

A Joaquín Lavín la llegada de la pandemia lo encontró con un buen piso de apoyo, incluso punteando en todos los sondeos que se hacen en el país, a bastante distancia del compacto “pelotón” que lo sigue más atrás. En la encuesta mensual de Criteria, en abril y marzo tuvo 18% en respuesta espontánea –“¿Quién le gustaría que fuera el próximo Presidente(a) de Chile?”-, 3 puntos más que en febrero y 4% más que en enero. Sus más cercanos competidores, JA Kast y Jadue, alcanzan 8% y 7%, respectivamente.

Sin embargo, la semana pasada el sondeo de Cadem confirmó que el alcalde tuvo una brusca caída de 9 puntos en el último mes. ¿Qué le pasó a Lavín? No tengo dudas que el intento de reabrir el Apumanque le jugó una muy mala pasada e influyó de manera importante en la percepción de la gente. El jefe comunal fue prisionero del error del Gobierno, de adelantar la “nueva normalidad” –los hechos demostraron que fue una gran metida de pata del Presidente–, transformándose en una suerte de ícono de la fallida jugada que intentó hacer La Moneda, con los resultados ya conocidos. Y aunque Lavín intentó desligar ambas variables, los hechos son elocuentes.

Este paso en falso debería servir de aprendizaje para el alcalde que había logrado –desde el 18 de octubre en adelante– tomar distancia de un Gobierno a la baja y mostró una autonomía a toda prueba. Lo del Apumanque significó solo puntos en contra para Lavín. Finalmente, no pudo abrir el centro comercial, generó expectativas –y gastos– a sus afligidos locatarios y vendedores, decepcionó a clientes ansiosos que buscaban recuperar algo de sus rutinas, pero, especialmente, pagó todo el costo de un anuncio gubernamental que nadie más intentó implementar y que terminó siendo percibido como un “piloto” de La Moneda, que generó confusión y molestia en algunos sectores porque, para su mala suerte, coincidió con un explosivo aumento de casos en Las Condes.

En todo caso, si Joaquín Lavín Infante quiere ser candidato presidencial, tiene mucho tiempo para recuperar lo perdido. Supongo que habrá entendido que los alcaldes deben mantener su independencia del Gobierno en una crisis. Supongo, también, que se debe haber convencido de que la confianza de la ciudadanía está depositada en la primera línea del Estado, que son precisamente los alcaldes, y por tanto, inmolarse con una medida ajena es muy peligroso. Concuerdo plenamente con Evelyn Matthei en que el próximo(a) Presidente(a) de Chile debería ser un alcalde o alcaldesa, salvo en la novela de ficción política que estoy escribiendo ahora. Y, claro, también una lección respecto a que el exceso de protagonismo mediático y la puesta en escena, casi publicitaria, tiene momentos y momentos. No es lo mismo probar una estación móvil de vacunación de adultos, que abrir un centro comercial con cientos de variables incontrolables. A Lavín le pasó un poco lo que a Piñera en esta crisis: lo traicionó la ansiedad.

Creo que, con el pragmatismo de Lavín, este episodio lo debería llevar a sacar muchas conclusiones, partiendo por el hecho de que su militancia en la UDI es un mal negocio para poder llegar a La Moneda. Si la timonel de su partido, Jacqueline van Rysselberghe, piensa que la gente que salió –dramáticamente– a protestar por la falta de alimentos e ingresos, arriesgando la cuarentena y el toque de queda, merecía “mano dura”, concluyendo que detrás de eso hay provocadores vinculados al PC o al Frente Amplio, por lo visto los gremialistas no están entendiendo mucho el Chile actual y, menos, de la crisis de arrastre que se está expresando hoy.

Tampoco es un buen negocio aparecer cercano a un Gobierno que, pese a tener dos meses con el control total de la agenda, logró repuntar solo hasta un techo de entre 23 y 25 por ciento, llegando a enfrentar la peor fase de la pandemia con una cuenta de ahorro paupérrima. Y de seguir así, quedar asociado a errores garrafales, como la “nueva normalidad” o el descoordinado anuncio de las cajas de alimentos, que terminó por desviar la atención del foco principal.

Hoy por hoy, al alcalde de Las Condes sigue teniendo la primera opción para las elecciones de 2021, pese a que, como hemos comprobado en los últimos siete meses, ningún escenario puede sorprendernos. En la derecha los candidatos no han variado, incluyendo a un José Antonio Kast que optó por “fondearse” durante la crisis. La oposición, por su parte, sigue en el mismo estado catatónico anhelando románticamente a Bachelet, como si fuera la salvadora de un sector que no ha sido capaz de renovar sus liderazgos.

Y el Gobierno, iniciando una etapa dura y crítica con bajo respaldo, sin lograr un apoyo transversal –que es lo que se necesitaba ahora–, producto de su soberbia y de la falta de humildad inicial, que significó celebrar antes de tiempo, compararse con otros con un cierto aire de superioridad –decir que no nos iba a pasar lo de Italia no fue solo un desatino diplomático– y hacer promesas cada vez más difíciles de cumplir.