Por Germán Silva Cuadra, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
Mario Rozas Córdova ni siquiera cumple dos años como general director de Carabineros y ha estado siempre en la polémica. El oficial es una persona de carácter fuerte y tiene un tono de voz agresivo. Cuando da una entrevista, hace declaraciones o se filtra un audio arengando a su gente, hace recordar la época de la dictadura. Y está clara su simpatía por Rodolfo Stange, quien fue acusado de obstruir la justicia en el caso Degollados –ejecutado por la Dipolcar– y que se negó a abandonar su cargo de general director cuando se lo pidió el entonces Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, pese a la gravedad de la acusación. El mismo al que Rozas trató de homenajear hace solo unas semanas y que despertó la molestia del Mandatario.
Reconozcamos que la crisis de Carabineros se arrastra por mucho tiempo. Partiendo por el “Pacogate” –una asociación ilícita integrada por altos oficiales que defraudaron al fisco en la increíble suma de 30 mil millones– pasando por el caso Catrillanca, los traumas oculares a cientos de personas durante el estallido social con perdigones disparados directamente al rostro, hasta llegar la semana pasada a la investigación de la Contraloría a siete integrantes del Alto Mando de la institución por su responsabilidad administrativa en los procedimientos del control de orden público desde el 18 de octubre del año pasado en adelante.
Rozas fue designado en el cargo gracias a su cercanía con Sebastián Piñera. De hecho, fue su escolta durante su primer mandato. Y, claro, su llegada estuvo antecedida también de un escándalo. Hermes Soto había dejado el cargo debido al asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca, caso que –junto a la operación Huracán– dejó en evidencia los problemas de la policía uniformada para actuar en la zona de La Araucanía, así como los engaños y encubrimiento que involucraron a altos oficiales y abogados de la institución. No olvidemos que los autores se pusieron de acuerdo en las versiones e hicieron desaparecer las grabaciones de sus cámaras de servicio
Rozas llegaba a la cabeza de Carabineros con una gran mochila, pero con la oportunidad de cambiar la imagen de una institución dañada por el caso de corrupción más grande de la historia del país, que tiene entre sus imputados incluso a un exgeneral director. Sin embargo, si es que se puede hablar de legado, el general será recordado por el divorcio ocurrido con la ciudadanía bajo su mandato.
La policía había logrado hacer un giro importante junto con el regreso de la democracia. Cambiaron los colores de sus vehículos, incorporaron el estudio de los DDHH en su malla curricular, entre muchas medidas. Sin ir más lejos, todos sus directores desde 1990 en adelante fueron personas afables, alineados con la autoridad y de muy bajo perfil. Imposible no mencionar al general José Bernales, quien falleció en un trágico accidente aéreo en Panamá, un hombre que despertó la simpatía y apoyo de la ciudadanía de manera transversal.
Durante el estallido social, la institución sufrió una baja significativa de su reputación, cayendo a niveles solo comparables con el desplome de la Iglesia católica y el mundo político. ¿Qué le pasó a la policía uniformada? Admitamos que lo ocurrido a partir del 18 de octubre sorprendió y descolocó a toda la elite chilena. Ni el Gobierno ni los partidos –del oficialismo y oposición– fueron capaces de comprender la profundidad de la crisis y, por supuesto, Carabineros no fue la excepción. Fueron sobrepasados, tanto por algunos grupos que, usando la violencia, lograron desvirtuar el movimiento, así como por los millones de personas que repletaron las calles y avenidas del país pidiendo un país más justo y menos abusos.
El principal problema en el manejo de la crisis, fue que Carabineros proyectó su falta de preparación y su desconcierto a tal nivel, que empezó a aplicar la fuerza sin criterios ni parámetros comunes. Parecía estar improvisando a diario y de acuerdo a las circunstancias. Incluso eso podría entenderse; sin embargo, el pecado capital lo cometió Mario Rozas. Su actitud desafiante, falta de autocrítica y el respaldo incondicional al accionar de sus tropas, provocó una molestia en la ciudadanía que fue aumentando y que se interpretó, además, como una provocación. Rozas no fue capaz de parar los disparos a la altura de la cabeza que le provocaron la ceguera a Gustavo Gatica y otros cientos, así como tampoco pudo evitar el divorcio de Carabineros con un alto porcentaje de la ciudadanía
Y pese a que la pandemia logró poner –como diría Maturana– la realidad entre paréntesis, el general no aprovechó esa oportunidad para reflexionar acerca de qué había pasado y pensar en una estrategia que le ayudara a Carabineros a rencontrarse con la ciudadanía. No se necesitaba mucho análisis para comprender que el estallido volvería. Pero, por el contrario, Mario Rozas optó por su perfil duro y sesgado políticamente. Como un niño “picado” por el 18 de octubre, intensificó las diferencias de criterio del actuar policial. Protección y manga ancha para unos, tolerancia cero y represión para los otros. Amigos de Carabineros versus enemigos de Carabineros. Resguardo y compañía a camioneros que bloqueaban carreteras o a las marchas ilegales del Rechazo. Represión y mano dura al resto.
Por su parte, el Gobierno lavándose las manos y responsabilizando a Carabineros por este evidente doble estándar. El ministro del Interior, Víctor Perez, titubeando ante las acusaciones de hacer vista gorda por los actos de los camioneros y argumentando que eran “decisiones” de Carabineros. Lo mismo en el caso del desalojo de una escuela tomada por mapuches, por un grupo de civiles, que actuaron en pleno toque de queda ante la presencia pasiva de uniformados. También para explicar que las marchas del Rechazo son escoltadas por Fuerzas Especiales, mientras, varias cuadras más abajo, se disuelve una actividad similar por razones “sanitarias”. “Pregúntenle a Carabineros”, ha dicho el ministro del Interior, como si él no fuera quien entrega las instrucciones.
La formulación de cargos a siete generales, por sus responsabilidades administrativas en la falta de cumplimiento de protocolos –algo evidente solo considerando las 182 personas con trauma ocular–, es la mejor representación del estilo de Rozas. Defensa irrestricta y poco prudente ante un requerimiento de un órgano del Estado, tono agresivo, falta de autocrítica y entrega de señales internas en que advierte que todos quienes repitan esas conductas serán apoyados. Vienen tiempos difíciles. Posiciones polarizadas para el plebiscito, que además se realizará en Estado de Excepción, crisis económica que se reactivará «posefecto 10%”, el 18 de octubre, elecciones seguidas y la discusión constituyente. El estilo del general puede aumentar los dolores de cabeza a Piñera y, lo que es peor, también la distancia de Carabineros con la ciudadanía.