Paula Narváez, antes del llamado crucial de Bachelet

Paula Narváez Ojeda (48) andaba en auto en Puerto Varas con su madre, María Luisa, cuando la llamó Michelle Bachelet. Así se enteró de que la expresidenta adhería a la carta que un grupo de mujeres socialistas venían organizando para pedirle que fuera candidata. Su exjefa le comentó que era importante que hubiese una hasta entonces inexistente candidatura PS.

“Presi…, ¿en serio?”, le contestó. “Sí, pues”, escuchó de vuelta. Su otrora jefa, además, le recalcó que era necesario que esto pasara por primarias.

Ahí se acabaron las últimas dudas, tras sucesivas insinuaciones, consultas y después peticiones para que llenara el desesperante vacío presidencial socialista. Pasó un año desde que el senador Carlos Montes se lo había planteado hasta el jueves de esta semana, cuando se cruzó ambas manos sobre el pecho para agradecerle al comité central del PS que la proclamaba por Zoom.

Sin un salón que poder llenar con aplausos ni hurras, los militantes conectados abrieron sus micrófonos para aplaudirla. Para tratar de contrarrestar las limitaciones sanitarias, el rito se repetirá en alguna fecha entre fines de febrero y principios de marzo, cuando el PS -calculan- realice una convención presidencial telemática, pero masiva, que lance definitivamente a una candidata que nunca antes ha competido en una elección.

Se comenzarán a despejar preguntas y a abrir señales de qué tipo de campaña será, con cuánta fuerza y con qué mensaje. La última vez el PS eligió a Alejandro Guillier; debutó acusando a las empresas extranjeras de “fuerzas voraces de las transnacionales que dilapidan nuestros recursos y explotan a nuestra gente” (22 de abril 2017). Narváez, entonces, ministra vocera, le contestó invitándolo a “tener una mirada constructiva y positiva”, no una “mirada catastrofista”.

Los socialistas -o al menos su directiva- esperan, además, prontas definiciones, partiendo por un comando de campaña que también arrojará pistas. En la izquierda es tema si ella tendrá mucho o poco del sello Bachelet, si eso le jugará a favor o en contra, porque la cuestión, al final, se trata de intentar unir a toda la oposición para tener chances de desalojar a la derecha a fines de año.

Son muchas preguntas para una retadora debutante que por ahora trabaja con un equipo reducido donde destacan otras dos mujeres bacheletistas: Paulina Vodanovic, presidenta de la Fundación Horizonte Ciudadano, y María Eugenia Paris, su exdirectora de Programación en su primer cuatrienio. “Aunque cueste a muchos, no hay una operación política detrás”, dijo la primera hace una semana.

Sus primeras armas en el sur

“¿Usted solo piensa en el presente? Para mí el tiempo es un presente. Eso es parte de mi filosofía de vida”, respondía el 2017 en una entrevista en Paula. Pero también: “Soy una persona que planifica, sobre todo aquello que es definitorio en la vida”.

Hace unos 17 años -recién entrada a la treintena- su presente se intersectaba intensamente con la política a poco más de mil kilómetros de Santiago. Ella ya sabía antes de eso, porque en Puerto Montt creció leyendo Análisis, Cauce, Apsi, Hoy, y en la familia escuchaban Quilapayún, Violeta Parra, Víctor Jara y Los Jaivas, contaría en sus tiempos de ministra. Su padre, Arturo Narváez Werner (fallecido el 2002) fue un destacado dirigente, primero comunista y luego socialista. En esa ciudad hay un comité de vivienda y en Puerto Varas uno habitacional de allegados que llevan su nombre.

“Ella es muy apegada al partido. Desde siempre ha tenido un cuento con la esencia del Partido Obrero Socialista (el que fundó Luis Emilio Recabarren en 1912). Es un tema valórico para ella y se considera más una mujer de región y de base”, describen quienes la conocen bien.

Hacia 2003 o 2004 su presente era trabajar como asesora de apoyo técnico a la directora regional del Sernam en Los Lagos, recuerdan allá. Ricardo Lagos estaba en su penúltimo año en La Moneda y el intendente era el DC Patricio Vallespín. Él armó un equipo de profesionales de otros partidos, varios del PS y el PPD. Narváez destacó y el decé después reemplazó a su directora regional del Sernam por ella.

Ahí debe haber comenzado otra fase de su vida política: alianzas, decisiones, las primeras rivalidades. En diciembre de 2004, Vallespín renunció para postular a diputado al año siguiente. Ese 2005 se instaló en la región Camilo Escalona, que postulaba al Senado. Él se había llevado muy bien con el padre de Narváez; por entonces se conocieron.

Vallespín y Escalona tenían un rival común: el PPD Sergio Galilea, laguista hasta el tuétano, amigo del padre de la hoy candidata -igual que el senador PS Rabindranath Quinteros- y que competía por la misma diputación que el exintendente. El decé le ganó gracias al binominal. Narváez lo apoyó a él y no a Galilea. El vencido siempre estimó que el líder PS operó en su contra.

Cuando Escalona y Narváez se conocieron, ella ya adscribía a la Nueva Izquierda. Él vio en ella capacidad de propuestas y preparación. Bachelet había ganado y Camilo comenzó a promoverla, aunque los veteranos del socialismo aseguran que no fue su mentor. La nombraron seremi del Trabajo.

A Galilea lo nombraron intendente el 2008. El 1 de mayo hizo erupción el volcán Chaitén. Bachelet llamó al entonces senador Escalona y le dijo que la catástrofe exigía nombrar un delegado presidencial. Él le propuso a Narváez.

A ningún intendente le gusta que le manden a su zona a un delegado, y en Los Lagos rememoran que a Galilea, menos. Él había propuesto a otro nombre. Fue público que con Narváez tuvieron varios problemas, que no congeniaban. Ella le reportaba directo a la mandataria sin pasar por el intendente, y tenía línea directa con Hacienda y la Subdere.

El 2009 la ficharon como vocera en el comando presidencial de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Los que trabajaron ahí subrayan que pese a la inevitable derrota, Narváez trabajó comprometida. “Ella tiene un cuento con el deber ser”, relatan sus amigos.

La alianza se cierra en NYC

“No soy una persona que venga de afuera a enterarse recién de cómo son las cosas en el aparato público. Mi experiencia profesional y como funcionaria pública en el Estado, de abajo hacia arriba, también es muy relevante”, le dijo el miércoles a Radio Usach.

La llegada de Sebastián Piñera el 2010 a La Moneda le interrumpió esa carrera, pero la acercó más a Bachelet y su mundo. Se instaló en la Fundación Dialoga, trabajó codo a codo con la María Angélica “Jupi” Álvarez, Paula Walker y María Eugenia Paris.

Pero fue en “Nueva York donde más afianza su relación con la expresidenta”, que estaba en ONU Mujeres, recalca un conocido suyo. Después de su viaje a la India -que ha admitido la marcó para siempre-, Narváez vendió su casa en Puerto Montt para costearse una maestría en estudios internacionales en la Universidad de Georgetown en Washington, soltera y sin hijos. “No le debe favores políticos a nadie”, insiste una amiga.

Terminó de estudiar, se instaló en un departamento cerca del de Bachelet en Roosevelt Island, y entró como practicante a ONU Mujeres.

Se quedó allá cuando Bachelet volvió a Chile para su segunda campaña del 2013. El año anterior se había casado con Javier Rico Pinto, cinco años mayor que ella. Juntos se fueron a Panamá, donde la ONU la había trasladado. Allá la mandataria la llamó para que asuma como su jefa de gabinete, pero aproximadamente a los seis meses salió para hacer uso del prenatal; es madre de mellizas.

Las y los bacheletólogos observan que la expresidenta es de afectos un tanto volátiles. El equipo presidencial más cercano cambió: subieron Ana Lya Uriarte y Haydée Rojas sustituyó a Paula Walker como jefa de prensa. Cuando Narváez volvió ya no era jefa de gabinete y Uriarte era la asesora más influyente. Los amigos de la abanderada PS siempre dicen que no es confrontacional, pero fue un trance complejo: ella, Walker y Paris fueron reubicadas como asesoras del Segundo Piso.

En La Moneda de entonces era vox populi que el equipo antiguo y nuevo no se llevaban. Volátil todo: cuando Uriarte tuvo que tomarse una licencia médica, Bachelet le pidió a Nar-váez que volviera a ser su jefa de gabinete. Regresó al anillo entonces, y en noviembre del 2016 la nombró ministra vocera.

Se quedó hasta el final. Después le costó encontrar un nuevo trabajo; postuló por tercera vez a ONU Mujeres. En septiembre de 2018 regresó a Panamá. Cuando sus excompañeras del gabinete la despidieron, Paulina Saball (Vivienda) subió una foto a sus redes sociales: “¡¡Entre nosotras no hay fronteras!!”.

En marzo se instala en Santiago

A Panamá llegó la procesión pidiéndole que se lanzara como candidata, repiten sus más cercanas y cercanos, pero ahí no precisan quiénes comenzaron. Sobrevivientes de Bachelet II recuerdan que hubo exministros que le insistieron, como Máximo Pacheco (Energía), pese a que en su día él tuvo ganas de probar suerte. Eso fue a fines de 2018, pero a ella aún no le convencía la idea.

“¿Le gustaría ser Presidenta? No lo he pensado jamás”, había contestado Narváez antes, en una entrevista del 2017. Ante tanta insistencia, eso comenzó a cambiar. El 21 de mayo del 2020, con la oposición y sobre todo el PS perdidos en un bosque pese a que el gobierno de Piñera zozobraba luego del estallido social, Bachelet sepultó la idea de volver por tercera vez: “¿Cómo lo digo? ¿En diplomático? ¿O lo digo en chileno? Sobre mi cadáver”.

Dos meses antes, en enero de ese año -en una de sus visitas a Chile-, Narváez fue al Senado. Se puso a conversar con Carlos Montes, el “elegido” que muchos esperaron en vano que aceptara. Él le dijo: “Debería ser usted”.

Viajó de nuevo a Chile el 16 de septiembre del año pasado; la ONU le dio permiso a su gente para que trabajaran telemáticamente desde sus países. Con su marido arrendaron la casa que tenían en Panamá y se instalaron en Puerto Varas. Pensaban volver allá el 14 de enero, la semana antepasada.

Pero antes de eso, un día que andaba comprando pan de Pascua con su madre, la llamó una socialista para explicarle que las mujeres PS estaban organizando la famosa carta. Se le vino encima una decisión complicada. Además de lo difícil de encarar una campaña, pensó en el sustento económico si renunciaba a su trabajo; ya pidió el 10% de sus fondos de pensiones.

Entre Navidad y Año Nuevo lo conversó con su madre, con su esposo y sus hijas de seis años. La familia Rico-Narváez, que nunca ha vivido una campaña electoral, estaba preocupada por los riesgos y el desgaste familiar. El 31 de diciembre, después de volver analizarlo con su mamá y su hermana, renunció a la ONU.

Narváez piensa instalarse en Santiago en marzo; si no levantan la cuarentena en su zona habrá de pedir un permiso especial para viajar. Primero vendrá sola. La espera una pila de decisiones, partiendo por armar un comando que ella no quiere que sea lo típico de una candidatura presidencial. Su gente habla de una oficina nacional de campaña, y ella -dicen- está convencida de que debe ser algo más allá de las fronteras del PS y no con los mismos de siempre.