“La creencia de que a través del esfuerzo y trabajo duro es posible mejorar la situación económica está en retroceso en Chile”, afirman los autores de esta columna. Ello sería resultado de la falta de proyección y pesimismo que las personas sienten sobre su trabajo, en especial las mujeres y los grupos de menores ingresos. Los únicos optimistas son los trabajadores de altos ingresos.
El fuerte impacto de la pandemia del Covid-19 en el empleo ha develado uno de los problemas estructurales que aquejan a la economía chilena: la precariedad laboral. Según datos de la encuesta CASEN de 2017, a nivel nacional un 22,1% de la fuerza de trabajo corresponde a trabajadores por cuenta propia, un 21,4% trabaja de manera estacional u ocasional y sólo un 63,7% tiene contrato de trabajo escrito.
La precariedad laboral tiene consecuencias más allá de los aspectos materiales del trabajo. Impacta de manera importante a un nivel subjetivo, en las percepciones y en la experiencia diaria de los trabajadores, provocando un escenario de incertidumbre (Sennet, 1998) y agobio (Han, 2017) que pueden generar un malestar social generalizado. Los impactos subjetivos de la precariedad laboral parecen haber tenido un rol importante en el masivo descontento que llevó al estallido social de octubre del 2019, sumándose a las carencias materiales y a la desigualdad socioeconómica (Stecher & Sisto 2020). Para lograr el desarrollo sustentable, consideramos que el bienestar subjetivo de trabajadores y trabajadoras es un aspecto primordial, tanto más importante que el bienestar material.
Este artículo busca indagar en los impactos de la precariedad laboral en la percepción subjetiva, tomando como caso de estudio a las ciudades de Santiago y Concepción. Además de considerar este fenómeno como un antecedente que puede haber contribuido al estallido social de 2019, se busca aportar en la discusión sobre los impactos de la precariedad laboral en el desarrollo económico del país en las últimas décadas y destacar la importancia del trabajo de calidad para el desarrollo sustentable, entendiéndolo como un proceso a través del cual las comunidades florecen de forma armónica tanto en las generaciones actuales como en las futuras (CEDEUS, 2019).
El análisis se basa en los resultados de la Encuesta de Percepción de Desarrollo Urbano Sustentable (EPDUS), aplicada por el Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS) y en información secundaria del Banco Mundial referida al desarrollo económico reciente de Chile. La encuesta (ver recuadro metodológico) fue aplicada presencialmente a 499 jefes de hogar de Santiago y Concepción entre los meses de septiembre y octubre del 2019 (justo antes del estallido social), lo que nos permite obtener un panorama general sobre la situación de los trabajadores urbanos antes de las protestas.
CONDICIONES ESTRUCTURALES DE LA PRECARIEDAD LABORAL
La precariedad laboral puede ser entendida desde distintas concepciones y se refiere a fenómenos como el autoempleo o trabajo por cuenta propia, la falta de contrato laboral, la ausencia de sistemas de protección social de salud y pensiones y prestación de servicio de baja calificación (Ruiz-Tagle, 2001; Weller, 2011; Fundación Sol, 2011; Kalleberg, 2018).
Si bien la precariedad laboral en Chile tiene raíces históricas (Salazar, 1985), se vio reforzada por las políticas económicas neoliberales impulsadas durante la dictadura militar. Desde 1990 en adelante, a pesar de la fuerte disminución de la pobreza, la inestabilidad en el empleo ha sido persistente (Weller, 2011). En términos de matriz productiva, la implementación del neoliberalismo significó la interrupción de un proceso incipiente de industrialización y el reforzamiento de la explotación de recursos naturales como modo de producción principal (French-Davis, 2003). La adopción del extractivismo, impulsada por la promoción del libre mercado y la liberalización de las importaciones y exportaciones, generó un modelo de desarrollo excesivamente dependiente de los precios internacionales de los commodities, caracterizado por marcadas fluctuaciones que impactan en la calidad y estabilidad del empleo (Rehner et al. 2014). Cabe señalar también que la gobernanza laboral en el neoliberalismo enfatiza la “flexibilidad del empleo”, un eufemismo para la falta de seguridad contractual, acentuando la precariedad que ya caracterizaba al país.
En este contexto, en el discurso público y académico, el concepto de pobreza fue sucesivamente reemplazado por el de vulnerabilidad, refiriéndose a personas que habían mejorado su situación económica pero que, debido a sus condiciones precarias de empleo, cualquier shock externo como despido o la enfermedad de algún miembro de la familia las haría volver a la condición de pobreza (Bengoa, 1996; López-Calva, 2014). Cabe destacar que la pandemia y su fuerte impacto en el empleo, puede considerarse como un caso generalizado de aquel shock que tanto se temía que llegara a afectar a una nueva clase media vulnerable. Incluso se puede argumentar que las mejoras en el bienestar material y la disminución de la pobreza fueron más el producto de la masificación del crédito y el acceso al consumo, que de un aumento sostenido en las remuneraciones, mayor seguridad laboral o una mayor participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas (Ossandón, 2012).
En resumen, podemos indicar que la combinación entre las fluctuaciones que genera el sector extractivista predominante en la economía y en el empleo (Rehner et al. 2018), sumados a la flexibilización laboral institucionalizada por el neoliberalismo (De Filippis, 2009), han impactado en la persistencia de la precariedad laboral en las últimas décadas (Weller, 2011).
PRECARIEDAD LABORAL Y NIVEL SOCIOECONÓMICO
Considerando estas definiciones, a partir de los resultados de la encuesta EPDUS se identifica una situación de precarización laboral diferenciada socialmente (Gráfico 1). Un 61% de los trabajadores tiene un empleo terciario no calificado, un 28% se encuentra autoempleado, solo un 53% tiene contrato escrito, un 62% se encuentra afiliado y cotiza en algún sistema de salud, mientras que un 69% está afiliado y cotizó el mes pasado en algún sistema de pensiones.
Además, se encuentran diferencias importantes según nivel socioeconómico. Para medir este aspecto construimos un indicador compuesto combinando el nivel educativo alcanzado por el jefe de hogar más su categoría ocupacional. A partir de ese indicador identificamos que los trabajadores de mayor nivel de ingresos muestran una menor tendencia a tener un trabajo no calificado, por cuenta propia y sin contrato de trabajo, además de presentar una mayor pertenencia a sistemas de protección social. Estos datos son indicativos de lo generalizada que está la precariedad laboral, además de la fuerte desigualdad que la caracteriza.
IMPACTOS DE LA PRECARIEDAD LABORAL EN LA PERCEPCIÓN SUBJECTIVA DE LOS TRABAJADORES
Para analizar el impacto subjetivo de la precariedad laboral construimos un índice general de percepción subjetiva basándonos en trabajos de autores que proponen la inclusión de la dimensión subjetiva en los estudios sobre empleo. Este indicador está compuesto de 5 dimensiones referidas a la 1) satisfacción económica (Van Aerend, et al., 2015) , 2) la calidad del empleo (Sennet, 1998; Han, 2017), 3) la percepción de estabilidad laboral (Sisto & Fardella, 2008), 4) la posibilidad de subsistir en casos de emergencia, como despidos o enfermedades catastróficas (Bengoa, 1996; López-Calva, 2014) y 5) las perspectivas de futuro a partir del trabajo actual (Sennet, 1998; Castillo, 2016). Las variables se construyeron a partir de preguntas de la encuesta que abordan la percepción de los trabajadores sobre estos temas, en base a una escala Likert de 1 a 7[1] (Tabla 1).
Tabla 1:
Construcción de los indicadores de percepción subjetiva
Con respecto al índice general, vuelve a presentarse una disparidad importante, donde a mayor nivel socioeconómico se presenta una mejor percepción sobre las condiciones de trabajo, con una diferencia de 1,4 puntos entre el NSE alto, con nota 5,8, y el NSE bajo, con nota 4,4 (gráfico 3). Si bien esta diferencia se replica para las 5 dimensiones en las que se basa el indicador compuesto, vale la pena profundizar en cada una de ellas.
Las diferencias en la satisfacción económica del empleo permiten tener una visión desde la subjetividad de los trabajadores sobre la disparidad entre las remuneraciones y el costo de la vida que otros estudios han levantado de manera cuantitativa (Fundación Sol, 2018), dando cuenta de las dificultades que experimentan muchas familias para subsistir económicamente y de la ansiedad e incertidumbre que esto genera en términos cotidianos (Sennet, 1998). Mientras los trabajadores de alto NSE muestran un puntaje de 6,0 con respecto a esta dimensión, los de bajo NSE tienen nota 5,0.
El indicador sobre calidad del empleo combina tres atributos que nos permiten tener un panorama general sobre la percepción del trabajador sobre su ocupación. La poca disponibilidad de tiempo libre es ilustrativa de las exigencias del empleo con respecto al tiempo de las personas y el agobio que esto significa para la vida cotidiana (Han, 2017). Mientras que la percepción sobre clima laboral da cuenta de abusos y malos tratos que pueden impactar a los trabajadores durante su jornada laboral. Asímismo, la contribución personal de empleo se refiere a la dificultad que muchos tienen para darle un sentido más profundo a su quehacer (Sennet, 1998). En términos generales, el grupo de NSE alto tiene un puntaje de 5,9 en esta dimensión, que baja a 5,3 para el NSE bajo.
La percepción sobre la estabilidad del empleo da cuenta del temor cotidiano frente a posibles despidos o desvinculaciones. Además de la preocupación frente a los posibles perjuicios económicos futuros, la falta de certezas frente al futuro laboral dificulta la planificación y proyección en un mediano plazo, acentuando la ansiedad en el día a día (Sisto y Fardella, 2008). Mientras que los trabajadores de NSE alto presentan un promedio de 5,5 para esta dimensión, este disminuye a 4,8 para los de NSE bajo.
La visión pesimista frente a la subsistencia en casos de emergencias da cuenta del temor respecto a que sus condiciones económicas no permitan afrontar catástrofes, como la enfermedad de un ser querido; o a ser desvinculados de su empleo actual. Esta dimensión en especial refleja las falencias de los sistemas de protección laboral, de salud y de pensiones, cuya función es precisamente entregar una red de seguridad para poder vivir con mayores certezas en el presente. Cabe destacar que este atributo presenta el promedio más bajo de las 5 dimensiones analizadas (4,6), y la mayor diferencia entre los niveles socioeconómicos alto y bajo. Mientras que el primero tiene nota 4,6, los trabajadores de NSE bajo tienen un promedio de 2,2.
La última dimensión se refiere a las perspectivas de futuro de la situación laboral actual, si el esfuerzo invertido en el empleo presente significará mejoras a futuro. Aquí llama la atención la alta disparidad entre los NSE alto y bajo. Mientras las personas de altos ingresos (y como vimos, con bajos niveles de precariedad) son optimistas frente a las perspectivas económicas que les traerá su trabajo (nota 6,3), aquellas de menor NSE y trabajo más precario son mucho más pesimistas, perdiendo las esperanzas en la posibilidad de mejorar su situación económica a partir del empleo (nota 4,4). Esta falta de proyección es una amenaza para un aspecto fundamental del neoliberalismo implementado en Chile: la creencia de que a través del esfuerzo y el trabajo duro es posible mejorar la situación económica, logrando que hijos e hijas tengan una mejor situación económica que sus padres (Castillo, 2016). Esta creencia, que muchas veces justificaba el sacrificio del presente por un futuro mejor, está en retroceso, lo que puede estar socavando la legitimidad del sistema económico en general.
De modo similar las trabajadoras muestran en general una peor percepción que los hombres en términos de satisfacción económica y por sobre todo en las posibilidades de enfrentar emergencias y de posibilidades de mejoras futuras.
PRECARIEDAD, AGOBIO Y MALESTAR SOCIAL
El estallido social y la pandemia develaron la importancia de la precariedad laboral como una deficiencia fundamental de la economía chilena bajo las políticas neoliberales. La pandemia mostró con crueldad las consecuencias que tiene un shock generalizado en el empleo desprotegido. Mientras que el estallido social podría, en parte, considerarse una consecuencia del desgaste cotidiano que provoca el trabajo precario a un nivel subjetivo.
Ambos fenómenos nos obligan a reconsiderar el papel que jugó la precariedad laboral en el desarrollo económico reciente de Chile. La “flexibilidad laboral” se ha legitimado, desde una mirada económica, por el fomento de competencia y la eficiencia en el uso de factores productivas, pero implica que los riesgos asociados son asumidos principalmente por los trabajadores (Kalleberg 2018). Así la persistencia de la precariedad laboral generó un clima de incertidumbre que parece haber contribuido de manera importante a un malestar social generalizado (Stecher y Sisto 2020). Así mismo, el trabajo precario y los bajos sueldos limitan la participación de los trabajadores en la riqueza generada, acentuando la desigualdad social y económica. Por el contrario, una mayor protección laboral tiene una serie de aristas virtuosas: funciona como un mecanismo de distribución más justo y promueve la estabilidad de las familias, entregando las certezas necesarias para poder definir proyectos a futuro, y para poder vivir tranquilos en su día a día.
En resumen, el trabajo estable, protegido y bien remunerado contribuye al bienestar presente y futuro de los trabajadores, tanto a un nivel material como en términos subjetivos. Argumentamos además que el trabajo estable y protegido es un requisito ineludible para lograr un desarrollo sustentable, ya que, desde la visión de la justicia intergeneracional, la explotación a nivel subjetivo por la subsistencia material no es sustentable para el futuro ni para el presente. Para terminar, podemos hacer un paralelo entre la falta de sustentabilidad del extractivismo con la de la precariedad laboral, ambos elementos centrales del neoliberalismo en Chile: si el primero se caracteriza por una sobre explotación del medio ambiente, el segundo implica una sobre explotación de los trabajadores a un nivel tanto subjetivo como material.
Fuente: CIPER